LA ECONOMÍA ESPAÑOLA AFRONTA MÁS SOMBRAS QUE LUCES

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Marcos Ezquerra, en "Cinco Días"

Lo acaban de confirmar el Financial Times y las principales agencias de calificación: a efectos económicos, España no es Grecia. Una vez disipadas las dudas que esas mismas entidades contribuyeron a sembrar, es un buen momento para tratar de analizar dónde está la economía española después de ser vapuleada por casi dos años de recesión.

No hay que dar muchas vueltas para situar en el mercado laboral las principales debilidades. Al margen de sus dolorosas derivadas sociales, una tasa de paro que roza el 20% supone una traba para el crecimiento futuro en forma de debilidad del consumo, una variable que representa dos tercios de la actividad. Además, ataca directamente al corazón de las cuentas públicas, en forma de caída de recaudación e incremento del gasto por desempleo.

La única parte buena del ámbito laboral, que muchas veces se pasa por alto, es el fuerte incremento de la población activa registrado durante el ciclo expansivo. Tanto, que incluso contando la sangría de la crisis, el número de puestos de trabajo aún supera en casi siete millones al de 1994. La masiva inmigración explica en buena medida ese avance, y apoya un relativo rejuvenecimiento de la población. De hecho, la tasa de dependencia (número de mayores de 65 años por cada persona en edad de trabajar) es sensiblemente inferior a la media europea, lo que ofrece un mayor margen de maniobra al Estado del Bienestar.

El mercado laboral español adolece por lo demás de una temporalidad que hasta hace poco afectaba a uno de cada tres empleos, y sólo a raíz del brusco ajuste de actividad ha comenzado a disminuir. En buena medida, esos empleos temporales destruidos estaban asociados a la construcción. Contrarrestar la excesiva dependencia de dicho sector es uno de los objetivos de la ley de Economía Sostenible, la teórica gran apuesta reformista del Gobierno. Eso sí: el secretario de Estado para la Unión Europea, Diego López Garrido, condiciona el éxito de dicha ley a que se integre "en un proyecto económico de toda la UE.

En cualquier caso, el peso de la vivienda sobre el PIB ha empezado a caer desde hace dos años, al compás de la paralización de las obras iniciadas. Este último es un patrón habitual en el estudio de las fortalezas y debilidades de la economía española: unas y otras se agudizaron en los casi tres lustros de efervescencia del anterior periodo expansivo, para moderarse, aunque en su mayor parte no lo suficiente como para cambiar de signo, a partir de 2008. Así, la dependencia de la construcción, la temporalidad o el déficit corriente son hoy menos intensos.

Más acusado es el cambio en el diferencial de inflación frente a la zona euro, que llegó a sumar cerca de un punto anual desde 1999. El año pasado, el IPC español fue inferior al de la Unión Monetaria, fruto de la depresión de la demanda interna y la caída de los precios energéticos. Todo indica, empero, que la variable volverá a su tendencia una vez superada la crisis.

Una derivada negativa de la inestabilidad de los precios es el aumento de los costes laborales, puesto que los salarios deben crecer en forma paralela para mantener el poder adquisitivo. Esa tónica ha llevado a una pérdida de competitividad sostenida, tanto respecto a los socios de la zona euro como frente al resto de las economías avanzadas. Es una parte del proceso de convergencia, pero dificulta la venta de productos españoles tanto fuera como dentro de nuestras fronteras.

Cuentas positivas y negativas

A pesar de lo que los ataques de los mercados en los últimos días pudieran sugerir, lo cierto es que el endeudamiento de las administraciones públicas españolas (un 55% del PIB, a cierre de año) se mantiene casi 20 punto por debajo de la media comunitaria, gracias a las amortizaciones logradas en tiempos de bonanza. El lastre de las cuentas está centrado en la variable flujo: un déficit público que supera el 11%. Las dudas de los mercados han incidido en las dificultades que tendrá el Gobierno para recortar ese desequilibrio con una tasa de paro cercana al 20%. Un objetivo difícil, pero no imposible. Según el último informe macroeconómico del servicio de estudios del BBVA, es "totalmente factible" reducir el déficit a niveles cercanos al 3%, "si todas las Administraciones públicas adoptan el firme compromiso de llevar a cabo con determinación un estricto control del gasto público".

Aunque la embolia del crédito ha contribuido a agravar la recesión española, lo cierto es que el sistema financiero del país ha salido relativamente bien parado de la crisis. Frente a las masivas nacionalizaciones y rescates operados en Alemania, Reino Unido o incluso Estados Unidos, el Banco de España únicamente ha tenido que intervenir, hasta ahora, una pequeña entidad de influencia regional como Caja Castilla-La Mancha. Queda pendiente, en todo caso, el impacto que los cientos de miles de millones de euros prestados a las constructoras y promotoras en tiempos del boom puedan tener sobre los balances de las entidades financieras, una amenaza que el Gobierno quiere limitar con el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria.

Otra de las consecuencias positivas de la crisis es la moderación de un grave desequilibrio macroeconómico: el déficit corriente. La necesidad de financiación exterior por parte de la economía española llegó a superar el 10% del PIB, y hoy se sitúa en la mitad de ese nivel. En parte, ello se debe al cambio del comportamiento de los hogares. A la vista de las amenazas del mercado laboral, las familias buscan desapalancarse, llevando la tasa de ahorro a máximos históricos cercanos al 20% de la renta disponible. El yin y el yan vuelven a presentarse: la virtud del ahorro puede llegar a ser un peligro para la recuperación al paralizar el consumo.

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