ALEMANIA FRENTE A EUROPA

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Juan Torres López

Nadie puede negar el papel tan importante que Alemania ha desempeñado a la hora de construir la nueva Europa y que quizá nada de lo bueno que ahora se haya podido alcanzar se hubiera logrado sin su impulso y su colaboración. Pero, junto a esa función positiva y de aliento, no se puede obviar el sesgo que viene imprimiendo desde hace decenios al modelo europeo. Aunque tampoco se pueda decir que haya sido exclusivamente Alemania la responsable, lo cierto es que sí ha determinado en gran parte sus rasgos más negativos entre los que creo que hay recordar algunos que en esta coyuntura tan difícil para el futuro europeo nos pesan como losas.

Alemania impuso un modelo de unión monetaria imperfecto que sin presupuesto suficiente, sin hacienda europea, sin coordinación imperativa, sin instituciones adecuadas estaba condenado a fracasar en cuanto aparecieran impactos asimétricos y, en esas condiciones, a llevar consigo un incremento de la desigualdad, como efectivamente ha sucedido. Optó por un modelo concebido para que los capitales europeos dispusieran de un mercado a su libre disposición pero que no garantiza de ninguna manera la sostenibilidad social y ahora comprobamos que el proyecto europeo pierde atractivo y fuerza social y se va diluyendo como un azucarillo en el agua, aunque proporcionando cada vez más beneficios a las empresas que han logrado hacerse fuertes en el mercado.

Alemania se ha negado durante años a establecer mecanismos de supervisión comunitarios que permitieran evitar los desmanes financieros que finalmente se han producido en los diferentes países. En lugar de ello, se ha conformado con disponer del máximo poder decisorio en el Banco Central Europeo, sin importarle que éste no pudiera ni saber ni actuar sobre las finanzas nacionales en donde se larvaron los negocios que luego han dado lugar a la hecatombe financiera. Aunque haya sido una decisión solidaria, es también evidente que ha sido Alemania quien se ha negado a que Europa sea algo más que un simple "espacio financiero", renunciando a la institucionalidad política y económica, a las políticas y a la coordinación que son imprescindibles para convertirlas en un verdadero y necesario lugar de ciudadanía y de poder democrático en todos los ámbitos de la vida social. Los capitales financieros e industriales campan a sus anchas pero, así, Europa, ha quedado atada de pies y manos quizá ya para siempre.

Alemania ha impuesto, es verdad que no sólo ella, pero liderando a las demás dada su posición privilegiada en el marco institucional y decisorio de la Unión, las políticas neoliberales cuyos efectos tan negativos son ya indisimulables, no solo sobre la desigualdad espacial y personal sino incluso sobre la aspiración de convertirse en el principal foco mundial de poder y competitividad. Las políticas deflacionarias y de estabilidad que ha impuesto en los últimos años pasan ahora factura en países que no han podido aprovechar las buenas coyunturas para fortalecerse estructuralmente y para contribuir al fortalecimiento estructural de Europa, como demuestra el estado en que se encuentran las economías de Grecia, Irlanda, España, Portugal o Italia, por no hablar de los países del Este miembros de la Unión.

Alemania ha impuesto a los demás severas reglas de competencia y plena libertad de entrada y salida a los capitales, pero se protege a ella misma y a sus empresas gracias a la posición privilegiada y al poder de que dispone generando así mercados cada vez más concentrados y oligopólicos en torno a los que se ha creado una verdadera oligarquía económica y burocrática que domina Europa.

Alemania se ha negado a que haya respuestas comunitarias a la crisis obligando a que cada país se las compusiera como pudiera pero, al mismo tiempo, poniéndoles restricciones severas a su capacidad de maniobra añadidas a las que de por sí lleva consigo la pertenencia a la unión monetaria, imposibilitando de esa forma que la crisis tuviera una respuesta tan fuerte como necesitaba y, sobre todo, que fuese una oportunidad para fortalecer los mecanismos de decisión y solidaridad de la unión.
Alemania ha hablado mucho por la boca de sus dirigentes pero a la hora de la verdad no está permitiendo ni avanzando en el control de los mecanismos y los capitales que habían provocando la crisis y que ahora están volviendo a producir daños extraordinarios en países como Grecia, Portugal o España. Se ha gastado miles de millones de sus contribuyentes para ayudar a los bancos y ahora estos bancos se disponen de nuevo a ganar dinero desestabilizando a las economías.

Y Alemania lidera ahora (con la connivencia de unos y la impotencia de la mayoría) respuestas a estas últimas situaciones que simplemente consisten en proporcionar buenas condiciones de mercado a sus empresas, en dar libertad los bancos y a los especuladores y en imponer sacrificios a las personas.

Alemania se empeña en que Europa trate mejor a los bancos que a la ciudadanía y así lidera el proceso que no puede terminar más que en el desafecto continuado de ésta última hacia Europa. Es verdad que Alemania ha dado mucho a Europa y sobre todo a los países de la periferia hasta el punto de hacer creer que es la gran contribuidora neta al desarrollo social y económico que éstos han podido lograr gracias a los fondos europeos en los últimos años. Pero ni siquiera esto último es completamente cierto.
Solo lo es si no se contabiliza el inconmensurable flujo de fondos que estos países están proporcionando a las empresas alemanas (no solo a ellas pero sí a ellas en una gran proporción), bien por la vía de las importaciones, bien por las rentas que proporciona la generalizada venta de sus activos que se ha producido desde que forman parte de la Unión.

El liderazgo alemán quizá sea inevitable en una geografía política y económica como la europea pero si éste sigue limitándose a tratar de convertir el resto de Europa en un mercado en donde sus empresas puedan alimentarse, será la propia Alemania la que cabe su tumba como gran potencia europea. Por el desafecto creciente y porque a su alrededor habrá cada vez más tierras esquilmada para todos. Y es lógico que en esas condiciones seamos cada vez más los ciudadanos europeos (como ahora les está pasando a los griegos) que nos comencemos a preguntar si vale la pena tener que soportar todo esto.

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