DESIGUALES

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Sami Nair, en 'El País'

La crisis actual provoca una radicalización generalizada de todos los mecanismos de dominación social (competencia, precariedad, exclusión, etcétera) y desvela los grandes ejes estructurales sobre los cuales se asienta la sociedad. El economista austriaco Schumpeter subrayaba, después de la crisis de 1929, que el capitalismo se nutre de la crisis para desarrollarse y que esa crisis es siempre una "destrucción creativa". Lo que no decía era quiénes sufren la destrucción y el sentido de "creación".

Sin embargo, hoy en día tenemos métodos más precisos, finos y complejos para analizar la realidad económica; sabemos que una crisis estructural como la actual debe ser medida no solo en la dimensión económica sino también, y sobre todo, en relación con la totalidad de los mecanismos de reproducción de la sociedad. Lina Gálvez y Juan Torres acaban de publicar un muy estimulante ensayo, Desiguales: Mujeres y hombres en la crisis financiera (Icaria, 2010), sobre, precisamente, estos trastornos. Su demostración es implacable: no son solamente los acervos sociales, atacados por la deflación salarial, la desregulación de las reglas del mercado de trabajo, los que padecen la crisis financiera y económica actual, sino que se está rompiendo el equilibrio entre los géneros, las generaciones, los inmigrantes y la sociedad de acogida, favoreciendo la profundización de las asimetrías sociales.

En realidad, y así lo demuestran acertadamente los autores, desde la mitad de los años setenta del siglo pasado, en los países desarrollados la tendencia dominante a la integración segregada de las mujeres en el mercado de trabajo es el hilo rojo de la supuesta equiparación de géneros. Se sabe desde entonces que, a nivel de igual formación, las mujeres reciben un sueldo inferior (que puede alcanzar hasta un 30% de diferencia) y, al no aprovechar la misma movilidad social ascendente, no logran ocupar los puestos directivos como los hombres, pero sí desembocan a menudo en puestos más precarios e inciertos.

Lo paradójico, y eso es uno de los datos originales apuntados por Gálvez y Torres, es que la crisis financiera actual, al desvelar las estrategias de entidades financieras, muestra en EE UU, por ejemplo, que los grupos más excluidos y discriminados (mujeres, afroamericanos, inmigrantes) recibieron los préstamos hipotecarios con peores condiciones. Los datos demuestran que las mujeres conseguían solo "los tipos de préstamo con mayores costes y a tipos de interés más elevados que los hombres, que disponían de los mismos ingresos y situación de solvencia". Por cierto, la crisis actual afecta tanto a los hombres como a las mujeres. Pero la posición ya segregada en la estructura social global genera efectos diferenciados: las mujeres, los jóvenes, los inmigrantes son los que padecen más la crisis. En una palabra, el proceso de precarización de estas capas conduce inevitablemente a su empobrecimiento.

Más: ahora que el sistema financiero especulativo está estallando, los créditos para los hogares pobres y las mujeres solteras son mucho más difíciles de conseguir. La razón esencial, abogan los autores, no tiene solo que ver con la escasez de ingresos, sino también con los prejuicios de género, pues la confianza en la solvencia de los sujetos sociales está profundamente entretejida con el sistema global de los prejuicios dominantes. O sea, más que nunca, la crisis es a la vez un potente factor de incremento de las desigualdades sociales y de género.

Las conclusiones de los autores son empíricamente respaldadas por la presentación del preinforme de la Fundación Foessa y Cáritas, titulado El primer impacto de la crisis en la cohesión social en España, 2007-2009. El informe ilustra el proceso de empobrecimiento de las clases medias y populares durante estos dos últimos años, tanto como la caída progresiva de una parte de estos grupos en la exclusión social.

Con la estrategia liberal, basada en una concepción fundamentalista de la competencia bajo la tutela de Bruselas y de los mercados financieros, se va a desarrollar aún más la precarización de estas capas asalariadas. Y a eso lo llaman "reforma", cuando, tal y como lo demuestran Gálvez y Torres, se trata meramente de acabar con los restos del Estado de bienestar.

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