NORMALIDAD

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Quilombo

"Normalidad" es una palabra que se ha repetido mucho esta semana que termina, de huelga general y manifestaciones por toda Europa contra las políticas de ajuste. Han abusado de ella desde el presidente del gobierno español hasta sus ministros, pasando por los medios de comunicación. Aquí no pasa nada, todo forma parte de la sucesión natural de los acontecimientos que entran en el "debe" de la contabilidad política: es "normal" que la gente muestre su descontento ante los mayores recortes en el gasto público que se recuerdan y ante reformas laborales que no se atrevieron a hacer ni los gobiernos de derecha. La protesta ciudadana debe neutralizarse con la propaganda, con el arbitrario arbitraje de "derechos" que se desempolvan para la ocasión (los del trabajo, los de los usuarios) y si ello no basta, como así fue, pues habrá que hacerlo mediante la organización de una puesta en escena teatral. Al final todos habrán cumplido "con su papel": los sindicatos, el papel de manifestarse y desfilar; los asalariados, el de hacer huelga; los medios, el de construir el relato que pase a la posteridad; y el gobierno, el de aportar cifras, mantener el orden público y hacer caso omiso a las reivindicaciones, por aquello de la "responsabilidad".

Cumplir "con un papel" significa también representar, en este caso una clase, llámese obrera, trabajadora o clase media. "Por la no desaparición de la clase media", decía un cartel en la manifestación sindical de Barcelona,según relata Alberto Arce. Con semejante programa, ¿cómo no simpatizar con el desprecio de quienes no se sienten representados por los sindicatos o de quienes se sienten irrepresentables? Habrá que recordar aquel viejo objetivo comunista que consistía precisamente en ladesaparición de las clases tal y como se configuran en el capitalismo.

En las altas esferas europeas sucede lo mismo. El mismo día 29 de septiembre, fecha de la jornada de acción convocada por los sindicatos europeos, el presidente del Consejo Europeo Herman Van Rompuy emitió un comunicado que muy pocos han visto pero que expresa el consenso de una elite:

Las protestas, dijo, son comprensibles. Pero las medidas de ajuste que se tomaron para salvar el euro fueron excepcionales, aunque no haya signos de reversión. Para el cristiano demócrata Van Rompuy, la economía europea mejora y la salida de la crisis no consiste en otra cosa que en la recuperación del crecimiento y la creación de empleo. Una fórmula, la de la estrategia de Lisboa aprobada hace diez años, en la que coinciden los propios sindicatos: "crecimiento y empleos" fue también el lema de la jornada de acción del 29 de septiembre. Rompuy, en una línea similar a la de Zapatero, apela a los "espíritus animales" de Keynes: "la confianza es la base del crecimiento", "debemos tener confianza en nuestros bancos, en nuestras finanzas públicas y en nuestro futuro".

No hacía falta pactar ninguna huelga, como se ha insinuado: los cauces que deja la democracia representativa son tan estrechos que todo debe pasar por un ritual muy formalizado y encuadrado por la policía, como las procesiones religiosas o aquellos desfiles soviéticos de primero de mayo. Cualquier desborde, o cualquier acto político, por pequeño que sea, que rompa con esta pretensión de "normalidad" será objeto de criminalización. Todo con tal de evitar lo que los gobiernos europeos denominan la "radicalización". Sucedió con la audaz ocupación del edificio Banesto en Plaza de Cataluña donde se estaban congregando cada vezmás gente para hablar y hacer otra política. O con el campamento No Border en Bruselas, que durante una semana ha puesto en evidencia el racismo institucional presente en las políticas europeas de inmigración. Doscientas cincuenta personas del campamento fueron detenidas cuando asistían a la manifestación sindical en aplicación de la figura legal de la "detención preventiva administrativa". Cuando terminó la manifestación oficial atrás quedaron, sin embargo, algunos carteles con cierto aire situacionista. Y mensajes inquietantes.

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