CAMBIO DE MODELO PRODUCTIVO: ¿DE QUÉ ESTAMOS HABLANDO?

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Juan Torres López 

La necesidad de cambiar el “modelo productivo” de nuestra economía se ha convertido en un eje central del debate político.

Parece evidente que se da una gran coincidencia a la hora de reconocer que el modo en el que se ha desenvuelto en los últimos años es insostenible, sobre todo por el peso desproporcionado de la actividad inmobiliaria, por la rápida volatilidad del empleo que se creó, por su negativo impacto sobre el medio natural o por el excesivo endeudamiento que ha generado, entre otras razones. Sin embargo, tengo la impresión de que no hay tanta coincidencia a la hora de definir lo que entendemos por modelo productivo, de determinar los elementos que habría que modificar o los resortes sobre los que se podría actuar para conseguir cambiarlo.

Eso es lo que podría estar dando lugar a que los debates y propuestas sobre el cambio del modelo productivo se reduzcan en la mayoría de los casos a incidir en aspectos parciales (tipo de actividades y reformas laborales, principalmente) que a la postre no van a poder ser suficientes para lograr cambios sustanciales en nuestra vida económica.

En mi opinión, habría que tener en cuenta que cuando hablamos de modelo productivo hacemos referencia a la combinación de cuatro componentes o elementos esenciales, cada uno de los cuales contiene a su vez otros más, que están interrelacionados entre sí.

El primero de ellos se refiere al tipo de actividades predominantes en la economía y suele ser el componente que más comúnmente sirve para simplificar la expresión de un modelo productivo. Así, decimos que el español se ha caracterizado por el predominio de la construcción o que hemos de ir a otro basado en nuevos perfiles sectoriales. La Fundación Ideas, por ejemplo, propone en su informe Ideas para una nueva economía. Hacia una España más sostenible en 2025 la nueva especialización de la economía española en sectores de alto potencial innovador como energías renovables, ecoindustrias, tecnologías de la información y la comunicación, biotecnología, industria aeroespacial, industrias culturales y servicios sociales y, por otro lado, la reorientación de otros más tradicionales y problemáticos como la construcción, el turismo y el transporte.

En segundo lugar, un modelo productivo es un modo específico de uso de los factores productivos. Todos intervienen pero es evidente que se pueden utilizar con más o menos intensidad y de un modo u otro. La utilización de un volumen muy elevado de población inmigrante, por ejemplo, la mayor o menor participación de las mujeres en el mercado laboral, las condiciones de acceso a la financiación, la mayor o menor concentración en la propiedad de la tierra o del capital, el grado de formación de la mano de obra, la naturaleza de las cadenas que se establecen entre los diferentes factores, la naturaleza del mercado de trabajo y de las normas que lo regulan, la cantidad y el modo de consumir energía, la producción de deshechos, etc., conforman modelos específicos de producir bienes y servicios y contribuyen, por tanto, a definir modelos productivos diferentes. El mencionado informe de la Fundación Ideas propone en este sentido actuaciones para mejorar la productividad, aumentar la calidad de la educación y el sistema de formación profesional y para generar un elevado volumen de empleo para niveles de cualificación medios y altos o reducir las emisiones contaminantes y conseguir una mayor eficiencia en la utilización del agua, el suelo y los recursos naturales.

Naturalmente, este segundo componente está muy imbricado con el anterior así como los dos que restan y los cuatro en su conjunto entre sí. Cada tipo de actividad tiende a generar un uso específico de los recursos, aunque también el uso que se permite hacer de éstos últimos determina en gran medida el tipo de actividad que resulta predominante.

En tercer lugar, cuando hablamos de modelo productivo hemos de considerar que éste incluye indisolublemente ligado a los dos elementos anteriores una pauta singular de reparto de los ingresos. Cada modo de producir determinado por el tipo de actividad y por los factores utilizados implica una específica forma de retribuirlos y, lógicamente, también un montante diverso de renta para cada uno de sus propietarios.

Esta distribución originaria, que nace de la retribución directa a los factores que participan en la producción, puede modificarse o no por la redistribución que lleva a cabo el Estado, y condiciona, como también señala el informe de la citada Fundación, la sostenibilidad social del modelo. Y, en todo caso, su naturaleza resulta fundamental: la mayor o menor participación de los salarios en el conjunto de las rentas, por ejemplo, no solo conformará incentivos diferentes según cuál sea sino que influye también en el grado en que la demanda efectiva va a poder sostener al modelo. Y un desequilibrio muy grande a favor de las rentas del capital, cuyos propietarios tienen menor propensión al consumo, unido a una estructura o regulación inadecuada del sistema financiero (como la que ha hay), puede producir una derivación de recursos hacia la inversión financiera o hacia la especulación que debilita la actividad productiva, condicionando así la morfología del modelo.

Finalmente, podríamos decir de manera gráfica que esos tres elementos del modelo productivo están envueltos en un abanico bastante amplio de factores de entorno o medioambientales, normas y derechos, instituciones, sistemas de toma de decisiones, regímenes de propiedad, gustos, cultura, valores éticos,…. que conforman un último elemento muy importante, al menos, por tres razones. Primero, porque sus diferentes componentes establecen lo que se puede o no se puede hacer (en la literatura académica se denominan property rights, aunque también se han calificado, creo que adecuadamente, como poderes de apropiación). Segundo porque, según cómo sea su naturaleza, generan o disminuyen los costes de transacción, es decir, los que lleva consigo realizar la actividad económica, unos costes que si no se gestionan correctamente pueden llegar a paralizarla. En tercer lugar, porque además proveen los incentivos que van a determinar en gran medida el comportamiento de los sujetos económicos y que también deben estar en sintonía con el tipo de modelo al que se aspira.
Pueden impulsarse grandes transformaciones en el tipo de actividad, en el uso de los factores o en la distribución de la renta pero si estas condiciones del entorno en el que se desarrolla la vida económica no se conjugan adecuadamente con todos ellos será muy difícil que puedan llevarse a cabo con éxito.
Por eso es fundamental comprender la interrelación que se da en todo momento entre estos cuatro elementos y descubrir el modo en que se puede actuar sobre todos ellos sabiendo que normalmente va a ser muy difícil que se pueda incidir sobre el conjunto al mismo tiempo o con la misma intensidad.

Unas veces, los cambios en esos elementos pueden llevarse a cabo exógenamente, mediante modificaciones en las normas o incentivos que tienen la capacidad de incidir en el comportamiento de los sujetos y en el uso de los recursos. Pero en otras ocasiones, o en relación con algunos aspectos concretos de los diferentes elementos (por ejemplo, en las expectativas, en la mayor o menor aversión al riesgo, o en lo relativo a la movilización de grandes volúmenes de recursos) quizá eso no sea posible nunca o a corto y medio plazo. Casi siempre, la actitud de los sujetos económicos (individuos y empresas, principalmente, pero también administraciones públicas) ante la evolución o las expectativas de cambio del modelo depende de su posición ante él, de sus privilegios, del poder de decisión del que disponen, y eso crea inercias que son muy a menudo una de los grandes dificultades para impulsar los cambios.

Otras veces, es el propio modelo el que busca el cambio, el que genera tensiones internas que se resuelven en transformaciones: los empresarios desarrollan nuevas actividades para obtener beneficio, los individuos amplían su formación para lograr mejores empleos, o unos y otros aceptan otra pauta distributiva para mejorar su posición futura o como resultado de su debilidad o fortaleza presente.

A menudo, también predominan factores retardatarios que actúan como frenos y dificultan esta readaptación endógena o autónoma del modelo o que la hacen tan lenta que resulta incapaz de proporcionarla: el velo de ignorancia que, al igual que decía Rawls que ocurre en relación con la justicia, afecta a todas las conductas económicas, la existencia de desincentivos, la carencia de adecuados sistema de información…

En estas ocasiones es fundamental la acción gubernamental pero nunca estará asegurada que ésta vaya a ser la adecuada o que, en lugar de corregir los factores que retardan el necesario cambio de modelo, los empeore.

En definitiva, me parece que a la hora de hablar de cambio de modelo productivo deberíamos tener presente:

a) Que hay que transformar el conjunto de los elementos que lo definen y no solo algunos porque todos ellos lo conforman.

b) Aunque hay que poner en funcionamiento y actuar sobre todos los resortes que influyen sobre el desenvolvimiento del modelo, es preciso detectar con acierto cuáles de ellos resultan determinantes en un momento dado o cuales pueden bloquear los cambios si no tienen un funcionamiento adecuado (por ejemplo, es muy difícil pensar que la estrategia de cambio de modelo productivo en España sea exitosa si no se dispone de una estrategia y de un sistema de financiación que asegure a corto, medio y largo plazo los recursos que se necesitan para ello, o que pueda lograrse una posición satisfactoria de las empresas en los mercados si la regulación del mercado laboral solo está encaminada a reducir los costes del trabajo y eso deprime la demanda efectiva).

c) Los cambios de modelos productivos, en la medida en que afectan como he señalado a un abanico de elementos tan variado de la vida económica, social y política, o se producen muy lentamente a partir de su propia dinámica endógena, salvo en casos de saltos producidos por circunstancias extraordinarias, o, cuando quieren ser impulsados desde fuera del propio modelo, requieren un empuje conjunto muy potente. Por eso los procesos de cambio precisan de acuerdos sociales amplios y a ser posible explícitos, para que sean efectivos, sobre todos los aspectos de transformación que conllevan, y particularmente los distributivos.

d) Finalmente, lo más posible es que los procesos de cambio de modelo productivo terminen siempre de modo muy diferente a como fueron inicialmente diseñados precisamente porque su desarrollo implica inevitablemente la puesta en marcha de procesos en donde los individuos, las instituciones, las empresas y los grupos sociales comienzan a tener nuevos tipos de comportamientos y respuestas a los procesos y a la actividad económica. Pero eso no puede llevar a creer que estos procesos pueden concluir bien cuando se abordan improvisada o parcialmente y sin tener en cuenta la dinámica histórica en la que se producen.
Si el tomar en cuenta todos estos diferentes elementos del modelo productivo es una cuestión esencial en términos generales, creo que lo es mucho más cuando se hace referencia a las cuestiones laborales y al mercado de trabajo. Basándose en las hipótesis de partida del modelo neoclásico, las corrientes liberales suelen presentar los problemas relativos al empleo como algo que se resuelve exclusivamente en el mercado laboral. Eso está llevando a realizar propuestas basadas en una regulación laboral que se supone es la favorable que condiciona el buen funcionamiento del modelo cuando en realidad no se está teniendo en cuenta su efecto negativo sobre los demás elementos: actividades de bajo valor añadido y productividad, desigualdad, desincentivos, malestar social y escaso potencial de crecimiento.

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