EL MALESTAR DE LA IZQUIERDA

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Justo Zambrana, en 'Dominio Público'

Conforme pasan los meses, la izquierda política, en especial europea, comprueba perpleja que las salidas a la crisis que se preveían por la izquierda no sólo no se producen, sino que ocurre lo contrario. Hay un consenso generalizado de que lo ocurrido ha venido incubándose en las prácticas económicas de absoluto laissez-faire que se implantaron en los años ochenta. La tesis central del liberalismo conservador según la cual los mercados se autorregulan a sí mismos, haciendo inútil y perniciosa la intervención política, ha recibido el más rotundo de los desmentidos. Y, sin embargo, el poder político se tiñe más de conservador y ni siquiera se gana en el discurso, condición previa para ganar el poder.

Si vamos al origen, tres son los valores que han servido de motores a la izquierda política. El primero, la idea de emancipación como liberación y autorealización del potencial humano. Fue la idea de más peso en los premarxistas y en el joven Marx. El segundo ideal era la racionalidad. Frente a la superchería de muchas costumbres, la izquierda apostaba por la razón como fuente única de valores. El tercero, cómo no, es el ideal de igualdad. Dado que los dos primeros se comparten con el liberalismo hasta el punto de que Prieto se declaraba socialistas a fuer de liberal, el elemento igualdad ha sido el que más ha jugado como definidor del ser de izquierdas.

Los tres valores sufren fuertes turbulencias en la actual sociedad informacional. La emancipación sirve como diferenciación de izquierdas sólo allí donde la derecha es más conservadora que liberal. Es lo que ocurre en Estados Unidos o en España. En la práctica, desde Mayo del 68 para acá, la emancipación individual, degradada, la están proporcionando los consumos de bienes y experiencias que disuelven lazos sociales al tiempo que sustituyen al ciudadano crítico por el ciudadano conforme.

El segundo, la razón, aparece zarandeado por el rebrote de los identitarismos de todo tipo que acompañan la globalización. Hasta la crisis económica, esta cuestión ocupaba el centro del escenario político, y la izquierda europea se ha movido con notable incomodidad y muchas contradicciones en un terreno que es vivero de votos. O, para la izquierda, sangría de votos. El problema no sólo se da en el interior de las sociedades. Internacionalmente también prima la identidad.

Y, finalmente, el valor por excelencia, la igualdad. Hace casi un siglo que la socialdemocracia rompió con el comunismo y apostó por combinar mercado y Estado, economía y política. Desde entonces, Europa ha visto florecer los Estados de bienestar; el mejor mix de libertad, igualdad y seguridad. Las políticas económicas que han conducido a ello han tenido su mayor sostén en el pensamiento económico de Keynes. ¿Por qué, en esta crisis, la vuelta a Keynes sólo sirve para recomponer la situación causante de los males y no para alcanzar un nuevo equilibrio social como ocurriera tras la crisis del 29? Esa es la cuestión.

Cuatro son las causas centrales que pueden explicar lo que pasa. La primera es el modo en que se lleva a cabo la globalización. La globalización es una realidad económica, pero no política. Vivimos un mundo claramente asimétrico, cada vez más global por la economía y la tecnología y cada vez más local por la política. Con un agravante: los motores de la situación son la tecnología y el mercado. La política sólo interviene a toro pasado. La esencia del pensamiento keynesiano es la intervención de la política en economía, pero sus recetas están concebidas en el marco del Estado-nación y hoy el Estado-nación cada vez pinta menos, económicamente hablando. ¿Ejemplos? Todos, incluido España. El margen para cualquier política económica nacional es mínimo.
Detrás se constata la segunda causa: la financiarización del capitalismo. Hoy el tamaño de los activos financieros equivale a varias veces el PIB mundial. Con dos agravantes: la tecnología mueve estas masas de capital a la velocidad de la luz y las doctrinas dominantes de laissez faire han permitido que los apalancamientos de diferente signo multipliquen su potencia. No es de extrañar, pues, que no haya demanda (de consumo e inversión) capaz de contrarrestar esta oferta y que, desde hace 20 años, las “burbujas” se sucedan las unas a las otras. Cada vez que sobra capital, hay burbuja. Si en los años setenta se puso fin a la era keynesiana porque generaba inflación, qué decir de esta época neoliberal que acarrea una burbuja tras otra.

Derivada de este exceso de capitalización, la tercera causa. La realidad camuflada de la sociedad a crédito. Y de los países a crédito. Puesto que usted no tiene porque no gana suficiente, no se preocupe que se lo prestamos. Así, la desigualdad se disimula y el dinero que sobra se coloca de un modo rentable. Lo que dificulta terriblemente el fenómeno es nuevamente su carácter global. El crédito distorsiona el interior de las sociedades ricas, pero también genera desequilibrios en la economía mundial.

Todo ello –y es lo cuarto– con una transformación tecnológica que está cambiando de raíz la vida de la especie humana en el planeta. Una tecnología que transforma todas las anteriores y que, lejos de versar sobre la naturaleza, versa sobre el hombre mismo y su dimensión más básica, la comunicación.

En este panorama, la izquierda política tiene serios problemas para articular un relato. Más que refundar el capitalismo, que no se deja, quizá tengamos que pensar en dar una alternativa refundando la izquierda. Ante todo, recomponiendo una ideología; o sea, un marco conceptual para abordar la realidad.

Justo Zambrana es economista

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