¡QUÉ BELLO ERA EL BANCO!

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"Tras la crisis, la gente está buscando una alternativa ética a los bancos comerciales"

Andy Robinson

Durante el primer año de la crisis bancaria en EE.UU., cuando ya nadie cuestionaba el grado extremo de riesgo y avaricia de la banca en los años de la burbuja, varios comentaristas recordaban con nostalgia la película de Frank Capra '¡Qué bello es vivir!' (1946). Interpretada por James Stewart, el propietario de un pequeño banco hipotecario, heroicamente comprometido con el pueblo de Bedford Falls, contrastaba radicalmente con el vacío moral de Wall Street y de las hipotecas basura globalizadas, banqueros como Angelo Mozilo, presidente de Countrywide, que se marchó con decenas de millones de dólares tras la quiebra de su banco. “Capra homenajeó al banquero de pueblo sencillo, el que te conoce y gestiona tu hipoteca con cariño”, dijo Richard Thaler, autor del libro' Nudge', en una conversación con 'La Vanguardia'. A raíz de la crisis, “descubrimos que los banqueros estaban metidos en negocios tan complejos que ni ellos los entendían”. La complejidad acompañaba la lejanía. “La sustitución de bancos locales por multinacionales lejanas significa el declive del compromiso cívico de los ejecutivos”, se lamenta Robert Puttnam en su libro 'Bowling alone'. Y, tras la crisis, la pérdida se notó más que nunca.

Pasó lo mismo en el Reino Unido. Tras la quiebra de grandes bancos posmodernos como Northern Rock y la caída en desgracia del modelo anglosajón de finanzas especulativas, 140.000 británicos abrieron nuevas cuentas en Britannia, la mas grande de las viejas building societies, sociedades mutuas sin afán de lucro, creadas por trabajadores en el siglo XIX para potenciar la comunidad local. Hasta sus nombres anticuados, firmemente arraigados en el suelo nacional –Alliance & Leicester, Britannia, Halifax, Abbey National, Bradford & Bingley– recordaban los tiempos más estables antes de la globalización financiera.

“Los consumidores están corriendo en masa hacia las alternativas éticas en el sector bancario, entre ellos las viejas sociedad mutuas”, notaba Tim Hunt, de la revista Ethical Consumer. Por primera vez en décadas, se empezó a cuestionar la desmutualización de las building societies como Abbey y Bradford & Bingley. “La gente está poniendo en entredicho la integridad de los bancos comerciales; buscan una alternativa ética”, dijo el presidente de Britannia Bob Burlton en el 2009. Y, ante la creciente indignación popular por los salarios multimillonarios de los banqueros, la economista Kate Pickett, autora del influyente libro The spirit level, advirtió: “La privatización de las building societies (...) es responsable de gran parte de la creciente desigualdad salarial”.

En Alemania, las pequeñas cajas municipales –a diferencia de los Landesbanken regionales seducidos por el mercado subprime de deuda especulativa– salieron intactas de la crisis. Y en España, aunque las cajas regionales se habían metido en negocios peligrosos en la vivienda, su carácter social, sin afán de lucro, y de alcance local parecían remitir a una cultura financiera más estable que la de los megabancos anglosajones.

Pero, al inicio del 2011, el pequeño banco social, arraigado en su comunidad, parece tan lejano como el cine de Capra. En EE.UU. se ha producido una fuerte concentración bancaria desde la crisis, dominada por cinco o seis megabancos, liderados por Citibank y Bank of America. En España, bajo órdenes de los inversores en bonos internacionales, ya hay consenso de que las cajas deberían ser bancos, y se buscan fuentes de capitalización en fondos especulativos internacionales. Y en el Reino Unido, las building societies ya no pueden competir con bancos comerciales como Lloyds y Northern Rock, todos beneficiarios de ayudas millonarias del Estado. Para defenderse, Britannia se fusionó con Cooperative Bank para crear una llamada 'supermutua'.

“Sin las sociedades mutuas estaremos condenados a repetir los errores del pasado”, advirtió Michael Stepehenson, secretario general del Partido Cooperativo. Pero Abbey National y Bradford& Bingley ya ni existen como nombres familiares. Sus letreros ya se retiran de las calles inglesas para ser sustituidos por el logo rojiblanco de su nuevo propietario multinacional: el Banco Santander.

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