¿QUÉ CONVIENE HACER PARA CREAR EMPLEO?

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Juan Torres Lopez 

Los economistas neoliberales, las grandes patronales y los políticos que defienden sus postulados insisten continuamente en la idea de que para crear empleo hay que flexibilizar las relaciones laborales (debilitar la negociación colectiva, facilitar el despido y el uso cada vez más versátil de la mano de obra, etc.) y bajar los salarios (directos, indirectos y diferidos).

Eso es lo que se ha hecho prácticamente en todo el mundo en los últimos años y el resultado no se puede considerar positivo. Ha aumentado la tasa de desempleo y es una evidencia que las condiciones de trabajo y de salario de la inmensa mayoría de los trabajadores se ha deteriorado. Hoy día prácticamente el 60% de la población trabajadora mundial está empleada cobrando menos de dos dólares diarios y sin contrato ni protección social alguna. Según las tesis liberales, debería haber pleno empleo en el mundo porque no se concibe que pueda haber condiciones menos onerosas que las que hay para emplear a los trabajadores en la mayor parte de los países del mundo.

Incluso en nuestro país resulta difícil de aceptar esa tesis. Según la OCDE, el salario medio real de los españoles perdió el 4% de su poder adquisitivo entre 1995 y 2005 y, sin embargo, la calidad del empleo es tan baja y la fragilidad de las relaciones laborales tan alta que, en cuanto se ha producido un crisis como la que estamos viviendo, también se ha perdido más empleo que en cualquier otro país.

Frente a la continua insistencia con que se divulgan las tesis neoliberales, es preciso que la ciudadanía tenga claras algunas ideas esenciales sobre el mercado de trabajo y sobre las condiciones que verdaderamente influyen en la capacidad de las empresas para crear empleo.

La falacia liberal

Los neoliberales parten de un supuesto principal: la cantidad de empleo existente en una economía es el resultado de la interacción entre la oferta de trabajo que realizan los trabajadores y la demanda que llevan a acabo las empresas.

Como ocurriría en otros mercados, si el precio de la mercancía trabajo, el salario, es demasiado elevado será muy atractivo para los trabajadores pero poco para los empresarios, de modo que éstos no contratarán a todos los trabajadores que, a ese salario, desearían estar ocupados.

Por el contrario, si se fijara un salario demasiado bajo, los empresarios estarían dispuestos a demandar una gran cantidad de trabajo, pero muchos trabajadores no desearían trabajar por considerarlo demasiado bajo.
En el primer caso, cuando los salarios son demasiado altos, hay exceso de oferta de trabajo, es decir, desempleo, lo que posiblemente llevará a que muchos trabajadores acepten salarios más bajos para poder disponer de un empleo. En el contrario, hay un exceso de demanda que llevará seguramente a que muchos empresarios ofrezcan salarios más elevados. En suma, el propio mercado, si se le deja actuar libremente, dicen los liberales, proporcionará un nivel de salario adecuado y de pleno empleo.

Los liberales dicen que los trabajadores deben o pueden elegir entre el empleo y el ocio. Si el salario de mercado, como en el último caso, es demasiado bajo, dirán los liberales que no les compensa trabajar y que optarán por el ocio. Por eso afirman que el desempleo que hay en nuestras economía se produce porque el salario es demasiado alto y que, por tanto es “voluntario”, porque podría desaparecer fácilmente si los trabajadores aceptaran salarios más bajos.

Esta afirmación liberal es tan irrealista que lleva a decir al Premio Nobel de Economía, Robert Solow, que si fuera verdad, cuando hay altos niveles de paro los centros de vacaciones y los campos de golf deberían estar llenos de trabajadores sin empleo.

Esta idea aparentemente tan lógica (y otros supuestos que no puedo desarrollar aquí) es la que permite afirmar a los liberales que lo que habría que hacer para garantizar el pleno empleo sería simplemente evitar que nadie intervenga o que tenga poder para influir sobre el salario de equilibrio, dejar que el mercado fije el salario que iguala a la oferta y la demanda. Por eso reclaman siempre completa flexibilización, nada de salarios mínimos, despido libre, etc.

Su error principal es considerar que el empleo depende solo de lo que ocurra en el mercado de trabajo (además de otros más difíciles de explicar en un artículo de divulgación como este, como el hecho de que en realidad es imposible determinar “una” demanda de trabajo en el mercado, de modo que la tesis cae por su propio peso).

Lo que daña de verdad a las empresas

Por muy bajos que fuesen los salarios a los que se pudiera contratar, es evidente que las empresas tienen en cuenta, sobre todo, los beneficios que pueden obtener empleando a la mano de obra. Por eso, lo que resulta determinante del volumen de contratación no es lo que sucede en el mercado de trabajo a la hora de fijar el salario (y eso suponiendo que el salario se pueda fijar solamente en el mercado de trabajo, olvidando que es la única fuente de ingresos para la inmensa mayoría de la población y que por eso requiere un tratamiento institucional y político ajeno al propiamente de mercado), sino lo que ocurre en el mercado de bienes y servicios.

Si una empresa pudiera vender con facilidad y a buen precio su producción no tendría problemas a la hora de pagar los salarios. Y es fácil comprobar que lo que realmente destruye empleo y lo que permite crearlo no es que suban o bajen los salarios (salvo, lógicamente, en casos extremos y por tanto fuera de la consideración normal de los problemas) sino que haya o no demanda suficiente para la producción de las empresas.

Y lo que ocurre, por añadidura, es que los salarios son precisamente una de las variables determinantes del nivel de esa demanda: cuantos más bajos sean, cuanta menor sea la masa salarial, menor será la capacidad potencial que tengas las empresas para vender su producción.

Lo que descubrieron hace casi un siglo empresarios realistas como Ford, cuando decía que todos los capitalistas del mundo eran insuficientes para comprar lo que producían en sus fábricas y por eso aumentaba el salario de sus trabajadores para permitirles comprar los automóviles que producían, lo desconocen las patronales y los liberales de nuestro tiempo.

Por eso sus demandas son tan gravemente contraproducentes: cuantos más bajos sean los salarios más difícil será la creación de empleo suficiente porque la demanda global, la capacidad de crear actividad será más reducida y enntonces las empresas necesitarán menos trabajadores.

Lo que ha ocurrido en los últimos años ha sido precisamente eso. Se han aplicado políticas llamadas “deflacionistas” consistentes en restringir los salarios (directos, indirectos y diferidos) y eso ha limitado la capacidad potencial de crear actividad en el mundo. Las empresas con poder de mercado y que pueden operar en el mercado global pueden obtener mucho más beneficios utilizando mano de obra cada vez más barata, pero al actuar así (disminuyendo el tamaño de la tarta general) expulsan de los mercados a millones de otras empresas que no tienen ni su poder ni su facilidad para desplazarse, destruyendo así actividad y empleo.

Las políticas de las patronales y de los economistas liberales no solo son perjudiciales para los trabajadores sino para millones de pequeños y medianos empresarios (de los que en España depende casi el 90% del empleo total) porque les limita su capacidad de participar en el mercado.

Por eso es tan nefasto proponer ahora en plena crisis que vuelvan a bajar los salarios. ¿Alguien cree de verdad que en la actual coyuntura una empresa va a emplear a más trabajadores simplemente porque bajaran, digamos incluso en un diez por ciento, sus costes salariales si se mantiene la atonía del mercado, si los bancos siguen sin dar crédito, si los mercados están copados cada vez en mayor medida por las grandes empresas que, como operan en el mercado global no tiene problema si el de un país se reduce?

En cualquier caso, todo lo anterior no quiere decir que lo que ocurra en el mercado de trabajo sea indiferente a la hora de crear o destruir empleo. Por supuesto, hay que procurar siempre que haya facilidades para que los empresarios encuentren en las mejores condiciones posibles (localización, formación, versatilidad, etc.,) el empleo que necesitan pero sin que ello tenga necesariamente que derivar el abaratamiento perverso de la mano de obra y, por tanto, en la disminución de la capacidad potencial de crear actividad y empleo.

Lo necesario es combinar la política de demanda que garantice mercados suficientes y capacidad de compra y satisfacción social suficientes y la política de empleo que facilita la contratación sin aumentar el malestar social.

Las grandes patronales y los liberales renuncian a esta visión y se empecinan en el abaratamiento del trabajo por una sencilla razón: lo que buscan no es crear más o mejor empleo sino simplemente que la distribución de la renta les sea más favorable. Si lo dijeran claramente al menos habría que reconocer que sus demandas son legítimas pero cuando las revisten de ciencia económica hay que decir que están cometiendo lo que el gran economista John Kenneth Galbraith calificó como un verdadero “fraude” en su último libro.

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