YO FUI A LA HUELGA

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Luis García Montero, en 'Público'

El importante acuerdo social logrado por el Gobierno y los sindicatos merece que nos atrevamos a barajar la insatisfacción con la alegría. Como me dedico a escribir poemas, tarea que supone un metódico ejercicio de conciencia sobre la queja y los deseos, no me da miedo asumir el sentimiento de la contradicción.

Yo fui a la huelga el 29 de septiembre de 2010 para protestar ante la deriva de una democracia europea humillada por un capitalismo de cajas destempladas. Permítanme el juego de palabras porque la reforma de las cajas me parece el ejemplo más claro de la dirección tomada por un sistema que ha decidido liquidar cualquier apego al territorio (es decir, a la gente), acabar con la autoridad política y olvidarse de la cultura y las obras sociales. Cuando se expulsaba del ejército a un militar o cuando se conducía a un reo al cadalso, era costumbre destemplar las cajas de los tambores para hacer sonoro el desprecio. Los mercados financieros han conseguido imponer un tiempo de cajas destempladas, el Gobierno se humilló a su marcha y yo me puse en huelga convocado por los sindicatos. Como las políticas del Gobierno siguen desafinando y el acuerdo alcanzado supone una pérdida de derechos cívicos, no tengo más remedio que admitir mi frustración.

Pero debo explicar también mi alegría. Celebro que la huelga general en la que participé haya servido para algo. Quizá no me comprendan los revolucionarios de salón, o de bar, que apuestan siempre por el maximalismo. Muchos de ellos ni siquiera pensaron en ir a la huelga. La maldad de los sindicalistas y de los políticos no merecía perder una jornada de salario o asumir una pelea con el jefe. ¿Para qué combatir, si ya nos desahogamos con una buena indignación privada? Tampoco me van a entender los líderes del PP, más electoralistas que nunca en este proceso. ¿Para qué buscar un acuerdo, si podía haber otra huelga general, una ruptura social y un decretazo? Confieso que un motivo importante para recibir con alegría este acuerdo es que dificulta los deseos solapados del PP de forzar una reforma más dura si llega al poder. Lo que haga será responsabilidad descarnada de su propia ideología, no consecuencia de una incapacidad negociadora del Gobierno anterior y los sindicatos. En la clandestinidad, la izquierda debía cuidarse mucho de las provocaciones. Los aparatos represivos alentaban revueltas para justificar después la mano dura y facilitar la desarticulación del movimiento antifranquista. Confieso que he entendido como verdaderos actos de provocación las numerosas declaraciones de la derecha sobre las pensiones y los derechos laborales.

La lectura del acuerdo global sobre la Reforma del Sistema de Pensiones nos pone en contacto con una realidad minuciosa: casos de jubilación ordinaria, anticipada o en situación de crisis, incentivos para el retraso voluntario de jubilación, escalas de cálculos, trabajos tóxicos, insalubres o peligrosos, lagunas de cotización, realidad de los jóvenes, periodos de maternidad y comportamientos de las mutuas. Uno tiene la sensación de que las vidas cotidianas de miles de personas dependen de la forma de redactar cada línea. Esa es la responsabilidad de los sindicatos.

Celebro este acuerdo porque ha conseguido recortar los recortes. Celebro este acuerdo porque no es el que iba a imponer el Gobierno a cualquier precio. Celebro este acuerdo porque reivindica el trabajo político en una época que pretende consagrar la obediencia debida a los mercados. Y celebro este acuerdo porque permite defender la viabilidad de las pensiones públicas. Por ahora se evita o retrasa una desbandada general hacia los planes privados de pensiones. Recordemos que el dinero de estos planes es el preferido por los especuladores para liquidar con sus maniobras la soberanía democrática de los Estados. Por último, celebro que mi huelga general de septiembre haya servido para algo.

Esta celebración no olvida sus frustraciones. Como se acerca un proceso electoral, vuelven las consignas mediáticas del bipartidismo. La izquierda que más ha apoyado a los sindicatos es calificada despectivamente con la falsilla de “izquierda minoritaria”. En una famosa dedicatoria, Juan Ramón Jiménez dirigió sus poemas “a la inmensa minoría”. Pensemos todos si convertirnos ya en una inmensa minoría no será el mejor modo de empezar a replantearnos el futuro
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