SERGE LATOUCHE - Entrevista

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Entrevista de Xavier Borràs a Serge Latouche

¿Qué diferencía el decrecimiento y el denominado desarrollo sostenible?

Si trazamos la historia del concepto de desarrollo nos encontramos en su origen con la biología evolucionista, que lo sitúa, pues, en la historia de las ciencias occidentales dónde nació. Ya antes de Darwin los biólogos distinguían, para los organismos, el crecimiento del desarrollo. Un organismo nace y crece, es su crecimiento, cuando crece se modifica; una semilla no se convierte en una gran semilla, sino en un roble por ejemplo, y este es su desarrollo. Pero el crecimiento no es un fenómeno infinito y al final de un cierto tiempo el organismo muere.

Los economistas han transpuesto esta palabra de manera metafórica al organismo económico, ¡pero se han olvidado de la muerte! Ya se ve, pues, a partir de aquí que el concepto es perverso porque incorpora en él mismo aquello que los griegos llamaban hubris, la desmesura. Hemos entrado en un ciclo perverso de crecimiento ilimitado, crecimiento del consumo para hacer crecer la producción que, a su vez, hace crecer el consumo y así sucesivamente. Ya no se trata, pues, de llegar a un cierto estadio de bienestar o de satisfacción. Al contrario, esta satisfacción siempre es rechazada hasta el infinito. Es del todo absurdo, sólo podría ser matemáticamente. Efectivamente, una tasa de crecimiento continuo del 2 al 3% anual, conduciría al organismo económico a crecer setecientas veces en un siglo -contando los intereses compuestos. O vivimos en un planeta finito.

Aquí nos enfrentamos al famoso «teorema del nenúfar». Si un nenúfar coloniza un estanque doblando su superficie todos los años, quizás tardará cincuenta años en colonitzar la mitad, pero sólo le hará falta un año para ocupar la mitad restante. Estamos en este punto, es lo suficiente claro con el petróleo, los bosques, la pesca, el cambio climático. Nos hemos creído que lo podíamos colonizar todo sin problemas y hoy comprendemos que ahora todo desaparecerá en muy poco tiempos.

«El concepto de desarrollo es perverso, porque incorpora lo que los griegos llamaban hubris, la desmesura.»

La idea de un desarrollo sostenible no es, entonces, un principio de solución. Al contrario, es el oxímoron por excelencia. El modelo de desarrollo seguido por todos los países hasta hoy es fundamentalmente no sostenible. Se puede, como se hizo en una época comparar el socialismo soñado con el socialismo realmente existente, comparar el desarrollo soñado con el desarrollo realmente existente. El desarrollo, el único que se conoce, finalmente se resume en «siempre hacer más de la misma cosa», sea el que sea el adjetivo que se adjunte. En treinta años de participación personal en proyectos en el Tercero Mundo y esencialmente en África, he visto el desarrollo -denominado sucesivamente socialista, de participación activa, cooperativo, autónomo, popular- tener los mismos resultados catastróficos.

Hace falta recordar a menudo que, como dijo Nicholas Georgescu-Roegen, «el desarrollo sostenible no puede ser en caso alguno separado del crecimiento económico», incluso si un no se puede reducir al otro, como el desarrollo de la planta reposa sobre el crecimiento de la semilla, y que esta lógica de crecimiento es incompatible con la finitud del planeta. El desarrollo no sabría ser ni duradero ni sostenible. Si se quiere construir una sociedad duradera y sostenible, hace falta salir del desarrollo y en consecuencia salir de la economía puesto que ésta incorpora, en su misma esencia, la desmesura.

¿Cuáles han sido y son los teóricos del decrecimiento?

El proyecto de una sociedad autónoma y ecònoma que abraza este eslogan no es de ayer. Sin remontarnos a ciertas utopías del primer socialismo, ni a la tradición anarquista renovada por el situacionismo, ha sido formulada bajo una forma próxima a la nuestra desde finales de los años sesenta por Ivan Illich, André Gorz y Cornelius Castoriadis. El fracaso del desarrollo en el Sur y la pérdida de referentes en el Norte llevó a muchos pensadores a cuestionar la sociedad de consumo y sus bases imaginarias: el progreso, la ciencia y la técnica. La toma de conciencia de la crisis del medio ambiente que se produce en el mismo momento, aporta una nueva dimensión.

Los autores del informe del Club de Roma (Meadows, Randers y Behrens) ya tenían la convicción, en 1972, que la toma de conciencia de los límites materiales del medio ambiente mundial y de las consecuencias trágicas de una explotación irracional de los recursos terrestres era indispensable para hacer emerger nuevas maneras de pensar que debían conducir a una revisión fundamental, a la vez del comportamiento de los hombres, y, por consecuencia, de la estructura de la sociedad actual en su conjunto.

La idea de decrecimiento tiene, pues, una doble filiación. Se forma, de un lado, en la presa de conciencia de la crisis ecológica y, de otro, al filo de la crítica de la técnica y del desarrollo.

¿La simplicidad radical preconizada, entre otros, por Jim Merkel, desde los Estado Unidos, se acerca al decrecimiento de Serge Latouche? Es decir, ¿se podría hablar d-una ideología y de un decrecimiento global a nivel planetario?

Sí y no. En su libro La convivencialedad (Cuaderno CIDOC, Cuernavaca, México, 1972; Joaquín Mortiz ed., Planeta, 1985), Ivan Illich preconiza la «sobria embriaguez de la vida». Illich dice que en la condición «humana» actual, en la cual todas las tecnologías se hacen tan invasoras, él no sabría encontrar más alegría que en lo que diría un tecno-joven. La limitación necesaria de nuestro consumo y de la producción, el paro de la explotación de la natura y de la explotación del trabajo por el capital, no significan un «regreso» a una vida de privación y de trabajo. Esto significa, al contrario -si se es capaz de renunciar al confort material- una liberación de la creatividad, una renovación de la convivencialitat, y la posibilidad de llevar una vida digna.

La búsqueda de la simplicidad voluntaria, o si se prefiere, de una vida austera, no tiene nada que ver con un prejuicio de frustración masoquista. Es la elección de vivir de lo contrario, de vivir mejor de hecho, y más en armonía con las propias convicciones, reemplazando la carrera de los bienes materiales por la búsqueda de valores más satisfactorios. Las raras familias que escogen vivir sin televisión no son de lamentar. A las satisfacciones que les podría ofrecer el tragaluz mágico, prefieren otras: vida familiar o social, lectura, juegos, actividades artísticas, tiempo libre para soñar y simplemente disfrutar la vida Este camino es evidentemente, en general, progresivo, aunque las presiones contrarias de la sociedad sean fuertes. Es un camino que pide dominar los propios miedos, miedo al vacío, miedo a la carencia, miedo al futuro, miedo también a no estar de acuerdo con los moldes prefabricados, miedo de desmarcarse con relación a las normas en vigor. Es la elección de vivir ahora más que no sacrificar la vida presente al consumo o a la acumulación de valores sin valor, a la construcción de un plan de ahorros o jubilación encargado para hacer frente al miedo de no tener lo suficiente. Una reflexión más reposada sobre la huella ecológica permite, aun así, captar el carácter sistémico del «sobreconsumo» y los límites de la simplicidad voluntaria.

La apuesta del decrecimiento es empujar a la humanidad hacia una democracia ecológica.

En 1961, todavía, la huella ecológica de Francia se correspondía apenas a un planeta contra los tres de hoy. ¿Quiere decir esto que en los hogares franceses comían tres veces menos carne, bebían tres veces menos agua y vino, quemaban tres veces menos electricidad o gasolina? Seguramente no. Solamente que, ¡el pequeño yogur con fresas que comemos hoy todavía no incorporaba sus 8.000 km! La ropa que llevamos tampoco y el bistec devoraba menos grasas químicas, pesticidas, soja importada y petróleo.

De cualquier manera, el cambio de imaginario, si no nos decidimos, comporta igualmente, múltiples cambios de mentalidades que en parte están preparadas por la propaganda y la imitación. Hace falta que las mentalidades «basculen» para que el sistema cambie. La clase de círculo, tipo huevo y gallina, implica iniciar una dinámica virtuosa.

¿Debería pasar alguna especie de catástrofe natural o accidental para que los gobiernos se tomen seriamente la idea de decrecer?

Desgraciadamente, es probable. No sé si del fin del petróleo, por ejemplo, podemos decir que es una catástrofe. Para mí más bien sería una buena nueva. El petróleo habrá sido una catástrofe para la humanidad cuando se ve la cantidad de sangre y de lágrimas que habrá hecho derramar. Hay fenómenos límite y el agotamiento de los recursos naturales es uno de ellos. También puede haber, efectivamente, catástrofes naturales engendradas por el desajuste climático, países que desaparecerán bajo el agua, otros que se helarán, generando cientos de miles de emigrantes por el medio ambiente. Se perfilan otros fenómenos. Se habla poco de ello, pero la industrialización en China provocará (a imagen de la de Inglaterra, que condujo a la emigración a Australia, Nueva Zelanda o los Estados Unidos de entre dos a tres millones de proletarios) la salida de los campos de tres a quinientos millones de chinos, que se convertirán en vagabundos -que ya empiezan a serlo, que se sublevan o se suicidan.

Asistiremos al más gran desarraigo planetario de toda la historia. Esto puede provocar efectos de quiebra considerables. Empezamos a sumar efectos ecológicos, sociales y catástrofes más o menos naturales en los desajustes de la economía misma. Vivimos, en efecto, en una economía de casino, en una especie de burbuja mantenida artificialmente por una huída hacia delante, en una economía de crédito, de anticipación -la economía americana, a manera de ejemplo, vive aproximadamente a tres años vista. Es el equilibrio del ciclista, siempre se debe pedalear más deprisa para poder mantenerse, incluso si se sabe que aquello acabará contigo. Si todo se estropea, esto puede hacer mucho daño.

Lo que mejor se puede desear es que las catástrofes sean lo suficientemente fuertes para desvelar a la gente, hacerles cambiar la manera de ver las cosas, pero que no acontezca la sexta extinción de las especies, de la cual seríamos los autores al mismo tiempo que las víctimas.

Recopilación de entrevista de Xavier Borràs a Serge Latouche: profeta del decrecimiento en Solclima.
Grupo de comunicación de la Cooperativa Integral catalana.

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