EL BENEFICIO, QUE NO LA RIQUEZA, SE GENERA EN LAS FINANZAS

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Patricio de Blas 

El beneficio, que no la riqueza, se genera en las finanzas. Observemos lo que ocurre cuando compramos una impresora.

Cambié, hace poco, de impresora. Me funcionaba bien la anterior pero, verán, la nueva hace copias en color, escanea y sirve, también, como fotocopiadora ¡Y sólo cuesta 39 euros! Claro que, con tantas y tan tentadoras prestaciones, se acabaron pronto los cartuchos de tinta que me regalaron de fábrica y, fiel a las instrucciones del manual, los sustituí por los de la marca recomendada por el fabricante. Resultó que los dos minúsculos cartuchos costaban 40€, algo más que la impresora.

Creía, hasta ese momento, que el precio de los productos responde a factores objetivos: patente, tecnología, materias primas, transporte y márgenes comerciales. Mi fe se derrumbó de golpe ante unos precios que constituyen, creo, todo un símbolo del modelo económico que tenemos. Sabía, claro, –lo explicamos en clase de Sociales de la ESO– de la desvalorización de la producción y el trabajo agrícola ante la invención y extensión de las técnicas industriales, y de la posterior sustitución de su primacía por el auge de la sociedad de servicios. Pero, ¡esto …!

Lástima que ya me haya jubilado. Porque comparar la proporción, la igualdad, entre el precio de una máquina sofisticada, como la impresora, y el de la tinta necesaria para su funcionamiento, con la que existía hace cincuenta años entre la pluma estilográfica –una herramienta, a fin de cuentas– y el frasco de tinta para cargar de por vida su depósito, se me antoja un ejemplo elocuente (pienso en los alumnos de la ESO) para valorar hasta dónde ha caído el valor del trabajo –intelectual y manual– y el disparate que hemos entronizado en su lugar.

Y todo casa. El beneficio, que no la riqueza, se genera ahora en las finanzas. Se trafica con papel, o mejor dicho, con humo. Lo malo, en este vertiginoso tránsito desde la producción –y el beneficio– ligada a la creación de bienes (materias primas, manufacturas, servicios) al Monopoly al que nos conducen los mercados (la pura especulación sobre activos, o futuros virtuales), es que todavía se juegan en el casino global los inmuebles, o los fondos de pensiones, en que habíamos depositado los ahorros de muchos años de trabajo.

No nos extrañe, por eso, la noticia que recogían las páginas de economía de los diarios del domingo 24 de abril. Los ejecutivos de las grandes empresas norteamericanas ganaron en 2010 un 23% más que en el año anterior. De manera que llegan a cobrar 343 veces más que el trabajador medio de las mismas, cuyo salario anual era ese año de 33.000 dólares. Sí, entre ellos están los que originaron la crisis que tuvieron que restañar los Estados y que todavía pagamos entre todos. Son, precisamente, los que reparten las fichas en el casino. ¿Hasta cuándo?

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