MÁS ALLÁ DE LA INDIGNACIÓN

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José Bada

Una es la democracia ideal, que no existe. Y muchas la democracia real que es imperfecta, pero existe. Por eso al oír Democracia Real Ya me disgusta la letra, por más que la música me suene bien y me traiga gratos recuerdos. En el 68 se dijo: "Seamos realistas, pidamos lo imposible". Pero hoy, después del 15 de mayo, quisiera creer que muchos de mi generación hemos aprendido lo suficiente para decir a nuestros nietos: "Pedid lo imposible, como antes; pero sed realistas y haced todo lo posible". Porque lo mejor, cuando solo se pide, es enemigo de lo bueno y cómplice de lo peor.

El ideal de la democracia está en las nubes: no al cabo de la calle, ni en la plaza a donde han ido a parar las democracias conocidas --como la española, que para sí quisieran otros-- sino en el horizonte y al final de todos los caminos: más allá de las historias particulares, de los pasos del pasado, de todas las transiciones del antiguo régimen, y aún de la historia universal que queda por hacer, que podemos hacer juntos, que debemos hacer a partir del kilómetro cero de la Puerta del Sol o donde quiera acampe la juventud indignada --¿a qué espera?-- o se mueva la juventud acosada todavía --¿hasta cuándo?-- por un pasado feudal que la persigue. Porque la democracia ideal es como la estrella que nos guía y nunca se alcanza.

LEVANTAR EL CORAZÓN y la palabra está bien, ¡ya era hora! Pero hay que mover los pies, y las manos, hacer algo y caminar sobre la tierra dura del camino. Pidamos lo imposible aunque sea solo para que nadie diga que queda por hacer porque no lo pedimos; pero hagamos todo lo posible --sin esperar las peras del olmo-- para urdir el cesto con los mimbres que tenemos. Porque los sueños solo son sueños, y hasta las utopías --que no nos dejan dormir-- cuando no hacemos nada se transforman en los peores: en horribles pesadillas que no nos dejan descansar.

Lo mejor es la democracia directa, sin intermediarios. O el gobierno del pueblo por el pueblo, como pensaba Rousseau. Pero uno piensa como pensaba Rousseau, que una democracia así de perfecta solo es posible en "un pueblo de dioses". No de polacos o de corsos, para quienes propuso una democracia rebajada. Ni de españoles o aragoneses, claro. Y comparto la opinión de Kant, su discípulo, cuando reflexiona sobre la "insociable sociabilidad" humana y defiende el derecho realmente posible: el que sea "aceptable incluso para demonios con tal de ser inteligentes".

Cada día tiene su afán y cada situación su compromiso. En la nuestra nos ha llegado la hora de ocuparnos --aquí mismo, no en la república de Platón-- de lo que podemos hacer. No al margen de la realidad, para denostarla. Sino dentro de ella para cambiarla. Ni al margen de los partidos, sino dentro. Y de tomar la Bastilla para liberar el voto cautivo de los afiliados, sacando de casa a los políticos profesionales. Sin abandonar la casa los herederos legítimos que todavía siguen, ni esperar que salgan los okupas antes de entrar los que están en la calle. ¿Que los partidos han de "abrirse a la sociedad"? El imperativo es hoy forzar a los partidos. Si de verdad son necesarios en una democracia realmente existente como parece, han de ser representativos. Por tanto: o se desplaza a los políticos profesionales que de eso viven, de su ocupación, o se les deja que ahí se pudran y edificamos otros partidos de nueva planta. Acampar no es suficiente, indignarse contra los políticos corruptos tampoco: se les desplaza o se demuestra con hechos que es posible otra política.

HA LLEGADO LA HORA de actuar dentro de las instituciones y no quedarse en las puertas como clientes. Y de estar más en el gobierno que en sus aledaños. Y antes en la verdadera sociedad civil que en las organizaciones no gubernamentales que dependen de las subvenciones. Y de comprometerse con la realidad, de actuar en ella y dentro de ella ella, de intervenir. Como ciudadanos activos, con un voto por cabeza y cada uno con la suya: sin cabezas huecas ni cabezas de turco. Y votando coherentemente.

La democracia es imposible sin demócratas. Y comienza cuando se reúnen los ciudadanos, cada cual con su opinión y todos dispuestos a acatar la opinión de la mayoría sin renunciar a la propia y a su defensa solo con la palabra. Sin olvidar que la opinión de la mayoría da que pensar a la minoría, aunque la mayoría piense poco por desgracia y parezca a veces que ya lo tiene todo pensado. Por eso los demócratas acatan la voluntad de la mayoría, pero solo los necios piensan siempre como la mayoría. Y los demagogos, que se pasan de listos.

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