¿DESAPARECERÁ LA POBREZA?

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Fernando Álvarez Uría

Nuestras ciudades se asemejan cada vez más a la Corte de los milagros que describió Valle Inclán. A través de los marginales urbanos se expresan no sólo dramas humanos, sino también la angustia, el miedo, las incertidumbres que pesan sobre el futuro de nuestras sociedades.

Los pioneros de la economía política fueron los primeros en sostener que el trabajo es la fuente de la riqueza, por lo que, correlativamente, convirtieron a la ociosidad en la raiz explicativa de la miseria. A su juicio bastaba con abolir las manos muertas, las clases ociosas, para que el cuerno de la abundancia se derramase sobre la tierra. La clave de la riqueza de las naciones descansaba en generalizar el trabajo y el comercio. El proyecto ilustrado, del que participaron pensadores liberales y socialistas, tenía como principal objetivo acabar con la pobreza en nombre de la igualdad social, de la calidad de la democracia social y política. Economistas políticos, científicos sociales, ciudadanos que anhelaban un mundo mejor, intentaron, con experimentos sociales, y proyectos de transformación social, abolir para siempre el pauperismo. Aún más, se puede afirmar que el concepto mismo de Modernidad giró en torno a la voluntad de crear sociedades de iguales, sociedades de ciudadanos libres, no sometidos a servidumbre, en las que al fin tanto los pobres como los marginados habrían abandonado la escena social.

El mundo que conocerán nuestros nietos

Quizás el economista más reconocido del siglo XX haya sido John Maynard Keynes, quien, como es bien sabido, en el marco de la Gran Depresión de 1929, publicó el influyente libro titulado Teoría general sobre la ocupación, el interés y el dinero, una obra en la que afrontaba el grave problema social del desempleo masivo mediante políticas económicas arbitradas desde el Estado social y democrático de derecho. Keynes fue el gran impulsor de las políticas fiscales, de un Estado social capaz de disciplinar al capitalismo de mercado, y de reducir las desigualdades sociales, tanto a escala nacional como internacional. Como señaló un colega suyo, Keynes fue un economista radical porque colocó el problema de la desocupación en el centro de su macroeconomía. El economista de la Universidad de Cambridge cuestionó la sociedad de mercado, y propuso políticas económicas, planificadas desde el Estado, y desde los organismos internacionales, susceptibles de regular el mercado mundial en función de los intereses democráticos.

Seis años antes de la publicación de la Teoría general, concretamente el 10 de junio de 1930, invitado por el Comité hispano-inglés de la Residencia de estudiantes, John Maynard Keynes pronunció una conferencia en Madrid titulada Posible situación económica de nuestros nietos. Se podría afirmar que la conferencia hablaba de nuestro mundo de hoy pues, en cierto modo, somos los nietos de Keynes. Una de las notas llamativas de esta conferencia es que, pese a haber sido pronunciada en una época de fuerte pesimismo en materia económica, es decir, cuando, con elcrack del 29 se había abierto una época de depresión cíclica en materia económica, Keynes anunciba nada menos que la desaparición misma del problema económico. Es posible que dentro de cien años, señala, el problema económico esté resuelto o en vías de solucionarse; lo que quiere decir que la cuestión económica, mirando hacia el futuro, no es el problema permanente de la raza humana. Si definimos la economía como la ciencia que se ocupa del sustento del hombre, un problema que hasta ahora ha sido primordial en la historia de las sociedades humanas, la tesis de Keynes es que la ingente capacidad productiva alcanzada por nuestras sociedades desde la revolución industrial se incrementará aún más a lo largo del siglo XX, hasta el punto de llegar a desplazar en un inmediato futuro el problema de las necesidades básicas para convertirlas en un problema secundario, subordinado a la centralidad de los intereses culturales. Las artes, la buena conversación, las virtudes cívicas, el disfrute de los placeres de la vida y la protección que brindan las redes de solidaridad, pondrán de manifiesto que el afán por acumular cada vez más y más riqueza es tan sólo un tipo de conducta que responde a una patología morbosa. Keynes nos anuncia por tanto una sociedad que ha abandonado el espíritu del capitalismo, así como las coerciones económicas, anuncia una humanidad en libertad para quien la avaricia sea un vicio; la práctica de la usura un delito; el afán de dinero, detestable; y que opinará que los que menos piensen en el día de mañana son los que caminan por la senda verdadera de la virtud y la sabiduría. Hoy sabemos que sus previsiones distan de haberse hecho realidad. Estamos lejos del promedio de la jornada laboral de quince horas semanales que nos adelantaba en su citada conferencia.

Riqueza y pobreza

Según una encuesta sobre las Condiciones de vida realizada por el Instituto Nacional de Estadística en 2010 hay en España cerca de 9 millones de pobres, lo que quiere decir que en torno al 20% de la población de nuestro país se encuentra por debajo del umbral de pobreza. El porcentaje español varía en función de las comunidades autónomas, y supera casi en cinco puntos a la media europea, pero está unos cinco puntos por debajo del porcentaje de pobreza de los Estados Unidos, el país más rico y poderoso de la tierra.

La revista Forbes proporciona cada año la lista de los ciudadanos más ricos del mundo. En 2010 contabilizó a 1.210 personas que cuentan cada una con un patrimonio superior a los mil millones de dólares. La fortuna media de estos multimillonarios es de 3.700 millones de dólares. Un 20% de la población mundial acapara el 80% de la riqueza, y las desigualdades sociales han ido en aumento desde los años ochenta, tanto en cada país como a escala mundial. En el interior del nuevo capitalismo financiero la precarización del mercado laboral y el desempleo golpean con fuerza a los más pobres.

La definición oficial de la pobreza se basa en el dinero. Son considerados pobres los que tienen un porcentaje de ingresos económicos situado por debajo de la mitad del ingreso medio de los trabajadores de un país. Esta definición en términos monetarios tiene la ventaja de permitir una cierta objetivación estadística de la pobreza, que contribuye a hacer frente a la frecuente invisibilidad de los pobres, pero a la vez, en una sociedad que sobrevalora la acumulación de capital, en una sociedad que hace del dinero el principal elemento de baremación del éxito y del fracaso social, se perpetua la lógica capitalista que confiere primacía al capital. Para ir más allá de los indicadores en términos de ingresos el sociólogo inglés P. Townsend estableció doce dimensiones fundamentales a partir de las cuales se pueden determinar diferentes grados de pobreza: alimentación, vestido, calefacción y luz eléctrica, electrodomésticos, vivienda, condiciones de trabajo, salud, educación, entorno medioambiental, familia, ocio, y relaciones sociales. En esta definición la pobreza deja de ser identificada con la falta de dinero, para convertirse en el resultado acumulado de diversas carencias. Sin embargo, sigue siendo percibida únicamente en términos negativos, como sinónimo de privación. Para contrarrestar esta concepción sesgada, unilateral, el antropólogo norteamericano Oscas Lewis, a partir de historias de vida y trabajos de campo realizados en la ciudad de México, introdujo en los años sesenta del siglo XX el concepto de cultura de la pobreza: los pobres se buscan la vida, tejen sus propias redes sociales, y conforman sus propios mundos culturales.

La lucha contra la pobreza: dos escenarios enfrentados

¿Desaparecerá la pobreza? A la hora de avanzar el futuro los llamados expertos se dividen entre los que preven un sistema social con altas tasas de vulnerabilidad y precariedad en el trabajo, que golpeará especialmente a las mujeres, a los emigrantes y a los jóvenes, y los que anticipan una futura sociedad con más bienestar, con políticas del reparto del trabajo, políticas activas de empleo, más y mejores servicios sociales, así como políticas redistributivas. En realidad los dos escenarios en pugna son una prolongación de la sociedad de clases que enfrentó al liberalismo con el socialismo, al mercado autorregulado con la democracia. Karl Marx consideraba que el capitalismo avanzaba hacia su propia destrucción, pues el proceso de acumulación capitalista, y la internacionalización del capital en un mercado desterritorializado, conduciría inexorablemente a un proceso de proletarización creciente, y por tanto a la futura insurrección triunfante de los proletarios sobre los propietarios. Por su parte Keynes, al promover el Estado social, al situar en un primer plano los intereses de la sociedad democrática, anticipaba, a partir del reformismo social, tanto a escala nacional como internacional, una sociedad integrada en la que al fin desaparecería la pobreza.

Las encuestas de opinión muestran en la actualidad que la mayoría de los ciudadanos perciben el futuro como una amenaza. Vivimos en el presente tiempos de incertidumbre, tiempos conmocionados por la crisis del trabajo asalariado, es decir, por el desempleo masivo y la precarización laboral, pero también por el debilitamiento de las protecciones sociales y, consiguientemente, por la fragilización de las relaciones sociales, algo que afecta profundamente al estatuto mismo del individuo. Hemos pasado de las sociedades esclavistas, de las sociedades estamentales y de castas, a la sociedad de clases que ahora se ha metamorfoseado en la sociedad de los individuos. Sin embargo, en el mundo globalizado en el que habitamos, se ha abierto una sima entre ricos y pobres, tanto entre las naciones como dentro de cada nación. La pobreza es el rostro menos bello de una dinámica de vulnerabilidad social, consustancial a las políticas neoliberales, que atraviesa en diagonal a toda la sociedad. El sociólogo Robert Castelha realizado un diagnóstico certero sobre los procesos que han contribuido al retorno de la cuestión social, es decir, el riesgo de que la sociedad se fracture como consecuencia de la irresistible ascensión de un capitalismo financiero desbocado.

Algunos economistas, como Michel Aglietta, el fundador de la llamada escuela de la regulación, señalan que cada día circulan por los mercados financieros cuatro billones de dólares. El 95% de esas transacciones son puramente especulativas, pues solo un 5% corresponde en realidad a un pago de bienes o servicios. El predominio de los movimientos especulativos del capital sobre la economía real beneficia a los tiburones de las finanzas y a los accionistas, en detrimento de las rentas del trabajo y de los salarios. A su vez la especulación en el mercado de materias primas encarece, y hace oscilar, el precio de productos de primera necesidad que amenazan la supervivencia misma de las poblaciones mas pobres. Hay motivos por tanto para preocuparse por el porvenir. Es preciso optar entre el coge el dinero y corre, en el que estamos instalados, y un reformismo verdaderamente socialdemócrata, comprometido en la defensa del Estado social.

Nos encontramos en una encrucijada de la historia en la que es factible acabar con la miseria del mundo si hay voluntad política para ello. La pregunta sobre el futuro, la pregunta sobre si pervivirá o no la pobreza, nos concierne de una manera muy especial hoy a nosotros, ciudadanos de Europa y del Mundo, y deberíamos ser conscientes de que el dilema clave en el que nos encontramos es, como con clarividencia comprendieron Marx y Keynes, optar entre el afán de lucro egoísta y la solidaridad. Estamos obligados a elegir entre reconocer en la practica un derecho de humanidad para todos, o prolongar las políticas de tierra quemada del capitalismo neoliberal que, una vez más, anticipan el peor de los escenarios posibles. Para hacer frente a los grandes problemas que nos aquejan con una pequeña dosis de optimismo, los jóvenes del 15 M proponen como solución una propuesta realista por la que deberíamos trabajar: ¡Sólo una revolución cultural democrática puede salvarnos!

Fernando Álvarez-Uría es catedrático de sociología en la Universidad Complutense y coautor, con Julia Varela, de Sociología, capitalismo y democracia (Ediciones Morata, 2004).

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