¡QUE NO QUIEBRE EUROPA!

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Andrés Villena

Si fuera un especulador, si perteneciera a uno de esos clubes de ricos que se reúnen para apostar al hundimiento de ciertos países, este sería el momento perfecto para hacerlo con la idea de Europa.

Los medios de comunicación nos muestran una Eurozona que, día sí, día no, se salva de un colapso que terminaría siendo mundial. El Estado griego, en una especie de bancarrota virtual sostenida desde hace muchos meses, recibe inyecciones de dinero a cambio de un rápido empobrecimiento de su población; Irlanda y Portugal contemplan el Acropolis now!(The Economist, 29-04-2010) sabiendo que mucho de lo que está sucediendo allí les ocurrirá a ellos después. Y las apuestas, no contentas con la amenaza de quiebra en España e Italia -dos bombas de relojería-, han pasado ya por la invertebrada Bélgica para amenazar, por fin, a las finanzas francesas.

Llegados a este punto, podemos deducir que no serán rescates más generosos, ni impuestos a las transacciones financieras, ni siquiera una mayor transparencia en los mercados las medidas capaces de evitar la caída en desgracia de la zona euro. La principal razón parece clara: uno de los valores que más venían cotizando al alza a lo largo de las últimas décadas, el capital social y humano que suponían la cohesión y el bienestar social de la Unión Europea, ha demostrado ser un activo sin soporte real ninguno. Europa, aquel adelantado civil, democrático y social del mundo entero, no es más que una burbuja política. Detrás de su explosión solo queda un mercado lleno de tiburones y aves carroñeras.

Lejos de ser un camino hacia una unión política, la Eurozona ha existido como un mercado sin gobierno ni políticas sociales coherentes: los alemanes acumularon durante los años ochenta y noventa un excedente de capital -a costa de mantener los salarios bajos- que se destinó a las economías periféricas (PIGS); de esta forma, los grandes bancos españoles contaron con muchísimo dinero para prestar y hacer negocio, por lo que el complejo bancario-político y legal generó una enorme burbuja inmobiliaria y transformó aquellos euros en cemento. Pero quienes financiaron ese crecimiento enfermizo no fueron sino los bancos alemanes y también franceses, que ahora necesitan todo aquel dinero de vuelta.

Hasta que no pongamos sobre la mesa esta situación, la de una Europa en la que hay países ricos que lo son, entre otras razones, por su condición de acreedores de los periféricos y crónicamente endeudados, no encontraremos una salida a la fase explosiva que vive la zona euro. Una situación de shocks financieros constantes que se materializan en militarizaciones de las constituciones nacionales y en horizontes vitales cada vez más oscuros. Más que bramar contra un capitalismo injusto -algo tan evidente como paralizante- debería ser el momento de hacer política de verdad, y generar a unos representantes que digan en las pocas instituciones democráticas de la UE lo que está pasando y lo que tiene que dejar de ocurrir. Una sincera explicación de todo esto al electorado -de la que nos han privado los principales partidos españoles- representaría el inicio de un camino de regeneración democrática. Quizá sean pocos los que quieren recorrerlo.

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