LA SALIDA DE LA CRISIS

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Jaime Llinares Llabrés

El nuevo director de la página financiera COTIZALIA, Alberto Artero (con su pseudónimo S.McCoy ) señala, en consenso prácticamente universal, que el desempleo debe ser la primera y más seria preocupación de los españoles. En un artículo de mayo de 2010 y con datos de 2009, indicaba S. McCoy que 15, 82 millones de españoles que trabajan en el sector privado, sostienen a 29,85 millones que no trabajan. Hoy, estos datos han empeorado muchísimo. El autor no computa a los 3 millones de funcionarios porque no son trabajadores privados. Añade S.McCoy que la quiebra está garantizada si no encontramos la solución en dos o tres años. Si en España estamos situados en el 22.8% de parados, en Canarias hemos superado el 30%. Ya hay analistas del devenir económico-laboral que hablan sin tartamudeo de los próximos 6 millones de parados. Lo más desesperante es que no hay nadie que se atreva a asegurar que vamos a mejorar, los optimistas que situaban en 2014 la aparición de los tradicionales brotes verdes, hoy ya no se pronuncian. Evidentemente hay analistas políticos y alguna líder conservadora europea, coreada por sus conservadores pajes, que asegura que si seguimos haciendo reformas y recortes profundos, un día saldremos del túnel. Por el contrario, la mayoría progresista piensa que mientras más recortes y más reformas laborales, la crisis se hará más profunda, y eso porque recortes y reformas caen siempre sobre los más débiles. A pesar de que hay algunos pocos líderes políticos que señalan la desigualdad y la injusticia social como la causa de esta crisis, hay otros, inmensa mayoría, que creen que la crisis ha surgido por la mala gestión económico-financiera de políticos corruptos y la sociopática ambición de los usureros de las finanzas. Siendo esa observación más que cierta y siendo innegable que políticos y banqueros perversos son los máximos culpables de esta dolorosa y crítica situación mundial; sin embargo las causas de esta crisis son más profundas, mucho más profundas y los corruptos, que siempre son superficiales por conveniencia, no las captan ni las intuyen, y si las intuyen, las esconden.

No cabe la menor duda que esta severa crisis ha hecho que mucha gente se replantee su actitud fundamental frente a la vida. Este replanteamiento surge a raíz de dos observaciones evidentes: la primera es que hemos vivido en una burbuja, hipnotizados por un consumismo sin tino y sin tope, acumulando objetos materiales sin medida y haciendo rebosar los roperos, las despensas, las alacenas y las habitaciones de nuestras casas que, muchas veces, son dos o más, al igual que nuestros garajes, buhardillas y almacenes. La segunda observación evidente es la insostenible y cada vez mayor desigualdad entre los seres humanos. Cada vez hay más personas de café, puro y cognac, pero infinitamente más numerosas son las que rebuscan en los contenedores para alimentarse de nuestras sobras o las que van enflaqueciendo y dejándose morir comidas por las moscas. En definitiva, es la intolerable y execrable desigualdad la causa generadora de esta tremenda crisis mundial. Dicho esto, la pregunta ¿cómo salir de esta crisis?, es igual a aquella otra: ¿de qué color es el caballo blanco de Santiago? Los gobernantes elegidos democráticamente, que son los que tienen que encontrar la salida de esta crisis, tendrían que tener una gran meta: igualar, igualar, igualar. Se trata, pues, de igualar a los seres humanos, porque los recursos, entre ellos el dinero, están repartidos por la diosa avaricia y no por la diosa solidaridad. En este sentido, todos los gobernantes del mundo, elegidos democráticamente, tendrían que tener una única meta en sus mentes y en sus corazones, a la hora de decidir medidas para salir de la crisis: igualar, igualar e igualar. Nadie puede ganar tanto aunque se mate trabajando, todos tenemos que tener un tope justo, decente y solidario en nuestras ganancias. No puede ser que los seres humanos, de naturaleza social, no tengan tope de enriquecimiento. Las escandalosas ganancias de los bancos a través de los tipos de interés, las comisiones y el euribor tienen que frenarse. Los enormes e insultantes sueldos de tantas personas que dirigen, que asesoran, que representan…, hay que rebajarlos y equilibrarlos. La acumulación de dinero y de patrimonio, además del uso de prebendas y privilegios de los gobernantes y de los altos cargos de las administraciones públicas deben simplemente revisarse muy a la baja. Un Estado justo, ético, solidario y cuidadoso del bienestar de sus ciudadanos, tendría que atreverse a fijar una ganancia mínima y otra máxima, por debajo o por encima de las cuales se incurriría en el gravísimo delito de la injusticia social. Y aquí, “con la iglesia hemos topado, Sancho”. Las grandes fortunas, los ricos y poderosos me mirarán con la burla que merece un ingenuo y, en el fondo, con odio. Dirán, convencidos hasta el tuétano, que los seres humanos no somos iguales, que tiene que haber ricos y pobres, que hay quienes han venido a ser servidos y otros que están aquí para servir, que los que nacen en Nigeria no son iguales que los que nacen en Noruega, las mujeres nacen con vocación de servicio y los hombres nacen con derecho a maltratar. La salida de la crisis no es deseada por todos, los ricos no saben que hemos entrado y los pobres no ven la hora de salir. Quiero advertir a la Merkel y a su nuevo paje Rajoy, pero también a Obama y al agotado napoleón francés Sarkozy, a Christine Lagarde, a Barroso, a Chávez y a la argentina Fernández, al aislado Cameron, a Mario Draghi, que de esta crisis (crisis no cualquiera), sino crisis de civilización, crisis de injusticia social y desigualdad social, no se sale sino comprendiendo con conciencia honrada y madura el significado y calado de esta crisis y, luego, apoyándose en esa comprensión, tomando medidas, desde una conciencia social, para igualar, igualar, igualar, igualar…¿Cómo hacerlo? Ya sé que es muy difícil porque todo está atado y bien atado en el sistema neoliberal. Las grandes fortunas, las grandes entidades económicas y financieras tienen al resto de los humanos cogidos por donde es casi imposible soltarse. Son los gobernantes democráticos los responsables y los competentes para ponerle el cascabel al gato, para determinar el mínimo sostenible y digno de ganancia y el máximo ético y solidario de enriquecimiento. Las recetas económico-financieras deberían estar en segundo lugar; pero los gobernantes, anteriormente citados y todos los que no paran de reunirse en Bruselas, en Frankfurt, en New-York o en Davos, no piensan desgraciadamente sino en el recetario económico más sádico. La igualdad y la justicia sociales, que son las auténticas bases del Estado del bienestar, no interesan a sus conciencias dominadas por la diosa avaricia. Estamos en el umbral de un radical cambio de paradigma, sólo que los creadores, sostenedores y beneficiarios del paradigma anterior, están resistiendo desesperadamente, como sátrapas amenazados.





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