LA MUERTE DE UN CUENTO DE HADAS

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Paul Krugman, en 'La Nación'

Durante los últimos dos años, la mayoría de los definidores de políticas en Europa y muchos políticos y entendidos en los Estados Unidos, han estado subyugados por una destructiva doctrina económica. Según esta doctrina, los gobiernos deben responder a una economía severamente deprimida, no en la forma que los libros de texto dicen que deben hacerlo –gastando más para compensar la deteriorada demanda privada– sino con austeridad fiscal, recortando el gasto en un esfuerzo por equilibrar sus presupuestos.

Los críticos advirtieron desde el principio que la austeridad ante la depresión solamente empeoraría la depresión. Pero los “austeridatarios” insistieron en que ocurriría lo opuesto. ¿Por qué? ¡Confianza! “Las políticas que inspiran confianza fomentarán y no dificultarán la recuperación económica”, declaró Jean-Claude Trichet, el expresidente del Banco Central Europeo –una afirmación de la que se hacen eco los republicanos en el Congreso de los Estados Unidos–. O, como lo dije entonces, la idea era que el hada de la confianza vendría y recompensaría a los definidores de políticas por su virtud fiscal.

La buena noticia es que muchas personas influyentes finalmente están aceptando que el hada de la confianza era un mito. La mala noticia es que pese a esta aceptación, parece que hay poca perspectiva de un cambio de rumbo en el corto plazo, bien en Europa o en los Estados Unidos, donde nunca adoptamos la doctrina en forma completa pero, no obstante, hemos tenido austeridad de facto en la forma de gigantescos recortes en el gasto y el empleo en los ámbitos estatal y local.

Así las cosas, respecto a esa doctrina: los llamados a las maravillas de la confianza son algo que Herbert Hoover hubiera encontrado completamente conocido y la fe en el hada de la confianza ha funcionado aproximadamente tan bien en la Europa moderna como lo hizo en los Estados Unidos de Hoover. En toda la periferia de Europa, desde España hasta Letonia, las políticas de austeridad han producido caídas y desempleo del nivel de la Depresión; el hada de la confianza no aparece por ningún lado, ni siquiera en Gran Bretaña, cuyo giro hacia la austeridad hace dos años se recibió con el mayor de los beneplácitos por parte de las élites políticas a los dos lados del Atlántico.

Nada de esto debía resultar novedoso, dado que el fracaso de las políticas de austeridad en cumplir como prometen ha sido obvio desde hace mucho tiempo. Sin embargo, los líderes europeos se pasaron años negándolo, insistiendo en que sus políticas empezarían a funcionar en cualquier momento y celebrando supuestos triunfos con las más pobres de las evidencias. Notablemente, el prolongado sufrimiento (literalmente) irlandés se ha anunciado como un éxito y no una sino dos veces: a principios del 2010 y de nuevo en el otoño del 2011. Cada vez, el supuesto éxito resultó un espejismo; ya con tres años de estar metida en su programa de austeridad, Irlanda todavía no muestra ninguna señal de recuperación real de una caída que ha empujado la tasa de desempleo a casi el 15 por ciento.

Sin embargo, algo ha cambiado en las semanas recientes. Varios acontecimientos –el colapso del gobierno holandés debido a medidas de austeridad propuestas, el fuerte papel del vagamente opositor a la austeridad François Hollande en la primera ronda de las elecciones presidenciales francesas, y un reporte económico que muestra que Gran Bretaña anda peor en la actual caída en comparación a como anduvo en la década de 1930– parecen haber perforado finalmente el muro de la negativa. De un pronto a otro, todo el mundo admite que la austeridad no está funcionando.

La interrogante ahora es qué van a hacer al respecto. Y la respuesta, temo, es: no mucho.

Por una parte, mientras los partidarios de la austeridad parecen haber perdido toda esperanza, no han renunciado al temor; es decir, afirman que si no recortamos el gasto, incluso en una economía deprimida, nos convertiremos en Grecia, con costos de crédito estratosféricos.

Ahora bien, las afirmaciones de que solo la austeridad puede apaciguar a los mercados de bonos han resultado en todo aspecto tan erróneas como las afirmaciones de que el hada de la confianza traerá prosperidad. Casi tres años han pasado desde que The Wall Street Journal sin aliento advirtió que el ataque de los patrulleros de los bonos sobre la deuda de los Estados Unidos había comenzado; no solo se han mantenido bajos los costos del crédito, sino que en realidad han disminuido en la mitad. Japón ha enfrentado ominosas advertencias respecto a su deuda durante más de una década; a partir de la semana pasada, podría pedir prestado a largo plazo con una tasa de interés de menos del 1 por ciento.

Y los analistas serios argumentan ahora que la austeridad fiscal en una economía deprimida es probablemente autodestructiva: al encoger la economía y perjudicar los ingresos de largo plazo, la austeridad probablemente vuelve la perspectiva de la deuda peor, no mejor.

Pero si bien el hada de la confianza parece estar bien y ciertamente enterrada, los cuentos de miedo respecto al déficit mantienen la popularidad. En realidad, los defensores de las políticas británicas descartan cualquier llamado al replanteamiento de estas políticas, pese a su evidente fracaso en cuanto a cumplir, con el argumento de que cualquier relajación de la austeridad haría que los costos del crédito se elevaran.

Entonces, estamos viviendo ahora en un mundo de políticas económicas zombies: que debieron haber muerto a manos de la evidencia de que todas sus premisas son erróneas, pero que, no obstante, siguen arrastrando los pies. Y no hay forma de saber cuándo va a terminar este reinado del error.

Traducción de Gerardo Chaves para La Nación

Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía del 2008.

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