EL SUELDO DE DIÓGENES

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 Jorge Parrondo

Bienvenido sea el capitalismo con su usura y sus desigualdades y sus plusvalías siempre y cuando haya unos límites y unas políticas de redistribución de rentas y protección social. Ahora bien, desgraciadamente las socialdemocracias han incurrido con frecuencia en fraudes, amiguismos y chapuzas que han terminado dando razones a sus críticos para arremeter contra el Estado del Bienestar. No puede ser que el dinero de la Hacienda pública se invierta en inflar presupuestos a costa de favores nepotistas, obras públicas innecesarias, subvenciones condicionadas o rescates de bancos que especulan con los ahorros de los ciudadanos. No obstante, sin protección social, el capitalismo se convierte en un sistema no solo injusto sino ineficaz a efectos de prosperidad compartida por la mayoría. Por eso deberíamos sentar las bases de un nuevoEstado del Muy Bien Estar más ecuánime, más universal, más eficiente, más solidario, más cívico, y sobre todo más transparente.

Ese nuevo Estado del Muy Bien Estar bien podría pasar por el establecimiento de una renta básica o sueldo ciudadano, idea que defienden individuos que no tienen un pelo de locos, caso de Philippe Van Parijs, Ulrich Beck, Daniel Raventós o Ramiro Pinto. A través de los artículos y libros de todos ellos me inicié hace ya unos cuantos años en el estudio de esta interesante propuesta macroeconómica, llegando a crear un blog, “El sueldo de Diógenes”, que luego he ido puliendo, completando y perfilando con la maestría literaria que me caracteriza hasta convertirlo en el maravilloso libro que acabo de editar en Bubok y que aquí os presento.

¿Por qué Diógenes? Pues porque es quien mejor justificó la idea. Cuando Diógenes pedía dinero en las calles de la antigua Atenas decía a sus conciudadanos que solo estaba ejercitando el derecho de toda persona a la supervivencia. Más que una limosna, lo que el rey de los vagabundos reclamaba era una renta ciudadana entendida como derecho civil pues al fin y al cabo una parte importante de las ganancias que generan los bienes raíces o los recursos naturales nos pertenecen a todos al ser fruto del entorno social y biológico del procomún.

“Prefiero el eructo de un bohemio que la oración de un hipócrita”, decía Omar al-Jayyam, y a mí me pasa exactamente lo mismo y por eso los escritores con los que más me identifico son los malditos: Emil Ciorán, Charles Bukowski,Fernando Vallejo y por ahí. También he de mencionar a Lao Tse, Chuang Tse,Samuel Beckett, Charles Baudelaire, Oscar Wilde, Tom Hodgkinson o Paul Lafargue, por haberse salido del tiesto del oficinista eficiente y defender con firmeza la liberación del individuo de las cadenas del trabajo obligado. Este libro va por ellos.

En realidad he de confesar que me dedico a escribir para no tener que trabajar y defiendo la idea de la renta básica para poder decirle “preferiría no hacerlo” a cualquier jefe que pretenda imponerme su voluntad sin respetar mi libre creatividad. O sea, la renta básica me gusta, primeramente, porque odio ir a esas feas y estúpidas oficinas mal ventiladas llenas de trepas, pelotas y comemierdas, oficinas que desgraciadamente proliferan en nuestras sociedades capitalistas. Pero además, egoísmos aparte, la idea no solo me parece espléndida a efectos sociales sino que encima está absolutamente justificada en su misma esencia filosófica como bien explicaron en su día Charles Fourier,Thomas Paine, Henry George, o Edward Bellamy, pioneros en la defensa de la causa. Este libro también va por ellos.

Debo incluir de forma particularmente destacada en este inventario de reconocimientos a Bertrand Russell y Erich Fromm, dos grandísimos filósofosque formularon probablemente los más contundentes alegatos que jamás he leído sobre la renta básica en “Caminos de la libertad” y “Tener y ser”, respectivamente. Y por supuesto estoy especialmente agradecido a John Maynard Keynes por haber abierto una lúcida vía para una economía más humana y solidaria y por ser el padrino intelectual de John Kenneth Galbraith yRobert Theobald, seguramente los economistas que de forma más inteligente han defendido la necesidad de instaurar un nuevo orden social de renta básica.

El sueldo ciudadano siempre casará mejor con la mente de izquierdas que con la mente de derechas pues al fin y al cabo hace falta mucho espíritu redistribucionista y mucha voluntad socialista para defenderlo. No obstante, incluso Milton Friedman, que tanto ha influido en las últimas décadas a los gobiernos más derechistas para llevar a cabo todas estas malditas reformas neoliberales tan en boga últimamente, reconoció en su día que si queremos reducir el peso del Estado en la economía y al mismo tiempo lograr que los males del capitalismo salvaje no nos devoren debemos establecer alguna fórmula política realmente eficaz de solidaridad económica y evitar que los parados y los fracasados o los desahuciados escupan su marginación sobre los cimientos del sistema. De ahí que Friedman apoyara el impuesto negativo sobre la renta. También Friedrich Hayek, uno de los economistas más importantes dentro de la retrógrada, reaccionaria y furibundamente antisocialista Escuela Austriaca, llegó a escribir que garantizar la subsistencia básica de los ciudadanos podría después de todo no ser tan mala idea.

La verdad es que no hace falta ser de izquierdas para comprender que el capitalismo vigente está llamado al desastre. Produce infiernos laborales, paraísos fiscales y casinos financieros que finalmente degeneran en malestar social y desigualdades económicas terribles. Por eso la noble idea de garantizar un ingreso mínimo a todo el mundo no es una idea descabellada ni anticapitalista. Seguirán siendo mayoría los que piensen que se trata de una propuesta inaceptable, inadmisible, insostenible, especialmente ahora que tanto cuesta financiar el Estado del Bienestar. Pero lo que cada día parece más inaceptable, más inadmisible, más insostenible, son las desigualdades galopantes y la explotación y la alienación y el malestar ciudadano. De modo que en “El sueldo de Diógenes” intento reflexionar sobre la posibilidad de que algún día podamos reformar este capitalismo nuestro tan asquerosamente competitivo, insensible y poco fraterno, y rescatarlo del despotismo industrial que desgraciadamente atenaza a la gente a la hora de encontrar o mantener un puesto de trabajo.

He de añadir en este post, que a su vez es un listado de influencias recibidas y agradecimientos, a todos los que venís regalándome vuestros comentarios y enlaces, que no solo representan para mí una valiosísima fuente de conocimiento sino además y sobre todo un tremendo apoyo para seguir adelante en este extraño oficio de juntar palabras y organizar ideas con el que tan difícil es ganarse el sustento básico. Sin tan estimable ayuda no estaría en condiciones de ofrecer un producto tan interesante al tiempo que entretenido como creo que es finalmente este libro. Levanto mi copa por vosotros. Y seguro que Diógenes también.

Podría estar despachando un tochazo del copón bendito de esos que escriben los ensayistas de las editoriales de prestigio pero he preferido limpiar el libro de paja y dejar la cosa en 209 páginas, bonito número. Al fin y al cabo, “El sueldo de Diógenes” no es un tratado de economía. Es apenas un reportaje extenso sobre la posibilidad de que algún día podamos erradicar la explotación laboral a través de una renta ciudadana, y la verdad es que me siento muy orgulloso de no ser más que un vulgar periodista porque después de muchos años estudiando Filosofía Económica de manera completamente autodidacta he comprobado, para mi asombro, que algunos de los mejores libros y artículos sobre las disfunciones del capitalismo han sido escritos por colegas de la prensa canallesca.

Además del mencionado Henry George, debo destacar a John Atkinson Hobson,que explicó mejor que nadie la problemática del capitalismo de finales del siglo XIX y concretamente el papel nocivo que juegan los superávits congestionados. Y a Ida Tarbell y Henry Demarest, que más o menos por aquellas mismas fechas desenmascararon los abusos empresariales de los grandes monopolios norteamericanos, así como a Naomi Klein, otra periodista, cuyos libros “No logo” y “La doctrina del shock” me parecen absolutamente imprescindibles para profundizar en las características más depredadoras del capitalismo de nuestros días. Así pues, queridos amigos y amigas, aquí está ya el libro menos esperado de la temporada, o sea “El sueldo de Diógenes (Apología del Estado del Muy Bien Estar)”. Que lo compréis, que lo regaléis, que lo recomendéis, y si es posible que lo disfrutéis.

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