EL CAPITALISMO SENIL

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Miren Etxezarreta, en 'publico.es'

Los medios de comunicación nos inundan con temas financieros: deudas, evaluaciones de agencias, tipos de interés, primas de riesgo, las probables consecuencias de todo ello, etcétera. Intentemos mirar más allá de estas apariencias y probemos a detectar algunos aspectos de lo que realmente significa el sistema económico en el que vivimos. Fundamentos que son iguales desde la consolidación del capitalismo, pero que ahora se muestran en toda su crudeza.

En primer lugar, aparece con fuerza la idea de que el sistema es totalmente tributario del crédito. No se debe olvidar que el crédito supone que se gasten en el presente los recursos del futuro. El capitalismo actual no puede subsistir, no tiene capacidad de reproducirse a sí mismo más que utilizando más y más recursos del futuro, dando saltos adelante hacia el vacío. Es también un sistema dirigido por unos agentes que controlan lo que llaman mercados, cuyo único objetivo es obtener el máximo beneficio para ellos. Esto siempre ha sido así en el capitalismo, pero ahora se hace explícito y adquiere la máxima legitimación. No les preocupa el crecimiento, la producción o el empleo. El mayor o menor bienestar para la población que el sistema pudiera generar subsidiariamente ha de estar totalmente subordinado a los fines de estos agentes.

Quienes dominan los mercados –unos pocos agentes financieros de enorme poder–, y quienes trabajan para ellos –unas agencias de evaluación cuyo carácter arbitrario y especulativo está ampliamente demostrado– parecen ser quienes controlan el mundo. Tres grandes agencias oligopolísticas dictaminan las decisiones del capital, estructurado en muy pocos pero imponentes conglomerados financieros. El resto de poderes están difuminados, debilitados, incapaces de controlar a estos grandes operadores mundiales. En todos los casos, los mercados y sus agentes dictarán la política que consideren adecuada, que consiste esencialmente en dar todas las facilidades al capital global. Muy pocas personas con inmenso poder someten al mundo.


Las estructuras políticas que llamamos democráticas y por las que los países más ricos se rigen desde hace 200 años están siendo cada vez más marginadas. Esta crisis está desvelando con claridad el papel instrumentalizado y subordinado de la política. El poder económico dictamina la política. Los poderes políticos se encuentran impotentes para domeñar estos poderosos agentes, para regular la vida económica, mucho más para dirigirla. Los mercados imponen la orientación económica y la vida política está cada vez más supeditada a sus indicaciones. Es cada vez más dictatorial y está alejada de cualquier objetivo relacionado con el bien común. Las contradicciones entre distintos tipos de capital aumentan. El capital financiero cada vez deja menos espacios para el ámbito de lo real. La producción de riqueza real, la capacidad de producir bienes y servicios, tiene cada vez menos importancia en los objetivos de quienes toman las decisiones, se ha convertido en mero instrumento de la acumulación financiera. No importa si cumplir los objetivos financieros supone deteriorar grave y permanentemente la capacidad de producir riqueza. El único objetivo es el de aumentar la riqueza financiera, el dinero del que se pueden apoderar, aunque esta impresionante acumulación de riqueza consista en poco más que en complicadísimas anotaciones contables de capitales ficticios. El capital financiero fagocita a las fuentes reales de producción de riqueza y en el proceso se devora a sí mismo, pues sólo se produce riqueza en la esfera de lo real.

Este capitalismo es cada vez menos capaz de distribuir la riqueza que se genera de forma que proporcione unos niveles de vida adecuados. La explotación de muchos por muy pocos es cada vez mayor y a su vez genera contradicciones que dificultan el mantenimiento del sistema. La población cada vez puede esperar menos que el empleo le proporcione niveles de vida adecuados, no puede hacer un proyecto para su vida: vivirá cada vez peor y más subordinada a la riqueza de unos pocos. Ni económica ni ideológicamente se legitima el sistema, y de ahí que intensifiquen el recurso a la represión.
Es la dinámica de un sistema insaciable que necesita devorar más y nuevos recursos –humanos, naturales, financieros– cada día. Todas las medidas son insuficientes. Controladas las periferias, tratan ahora de apoderarse del centro del sistema: se hunde la periferia europea más débil, después van a por España e Italia, se comienza a mencionar a Bélgica e incluso a la potente Francia. Por primera vez se pone en cuestión la fortaleza de Estados Unidos. Algunos afirman que son los síntomas de un importante cambio de poder: la decadencia del poder del hasta ahora centro a la consolidación del poder de los países emergentes. En cualquier caso, el sistema es cada vez más inestable, cualquier cambio lo altera, las turbulencias son crecientes y no cesan. Las crisis, más frecuentes.

¿Puede mantenerse, sobrevivir, un sistema de estas características?, ¿o asistimos más bien a la inviabilidad del capitalismo, fagocitado el poder por sus mismas fuerzas? ¿Es Saturno devorando a sus hijos por miedo a perder el poder? Lo que está muy claro es que toda está dinámica es muy perjudicial para las poblaciones y los países. Llevamos años asistiendo a una enorme reestructuración del poder que ha conducido a la última crisis, de la que no está nada claro que se esté consiguiendo salir. Nada podemos esperar del capitalismo senil que está dispuesto a las mayores crueldades para mantenerse. Estamos en la cubierta del Titanic plenamente conscientes del hundimiento. La única posición lógica es trabajar para lograr cuanto antes un sistema alternativo. Muy pocas personas con inmenso poder controlan el mundo.

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