REFORMAR, PRECARIZAR Y CONFIAR EN LOS MERCADOS. UN CREDO LABORAL POCO CREÍBLE

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Joaquín García, en Rebelión

Estas líneas pretenden ser una breve reflexión sobre la situación actual del mundo del trabajo en nuestro país, después de más de un año de la puesta en marcha de la reforma laboral del gobierno de Mariano Rajoy. Resulta muy difícil avanzar en ese objetivo sin empezar por describir y valorar el contexto general en que nos encontramos, ya que la realidad del trabajo no está aislada de los fenómenos globales que marcan nuestro tiempo.

Tomar conciencia de la dimensión de la crisis

El sistema preparó durante años un escenario abocado a la crisis con una visión cortoplacista tan intensa en beneficios como cruel desde el punto de vista de su impacto social. A menudo he mirado y sigo mirando la gráfica de la evolución de los derivados financieros a nivel mundial, esos productos que no se relacionan con los bienes tangibles sino a través de otros productos financieros, y sigo pensando que hemos asistido a la mayor estafa de la que se tenga constancia hasta nuestros días.

Desde enero de 2004 a enero de 2008, fecha aproximada del estallido de la crisis, el volumen de productos financieros derivados según el informe del Banco Internacional de Pagos creció de forma espectacular, pasó de superar tímidamente los 200 billones de dólares a traspasar los 650 billones en el espacio de cuatro años, ¡¡un incremento de más de 450 billones de dólares!! Y ¿cuánto es eso? Pues si nos fijamos en que el PIB mundial en el año 2008, esto es, el total de bienes y servicios producidos en ese año, ascendió a unos 60 billones de $, esa gráfica nos está diciendo que la economía financiera generó en cuatro años productos no directamente vinculados a la economía real por valor de 7,5 veces el PIB mundial.


Este dato pone sobre la mesa preguntas tan básicas como ¿de dónde se nutre la atribución de valor de esos derivados?, ¿se nutre del valor futuro de las cosas? Al ritmo que indican esas cifras no hay futuro que soporte este proceso especulativo. ¿Se ha deshinchado la burbuja financiera? Si lo hubiera hecho la gráfica bajaría, pero no es así, primero sube y luego se tiende a estabilizar, pero no baja ¿Hay alguien que se atreva a decir fundamentadamente que la burbuja ya se ha deshinchado? Creo que no. ¿Eso supone que el escenario para futuras crisis está servido? Si. ¿Cuánto va a durar la crisis? ¿Cuánto más dinero va a necesitar el sistema financiero para no quebrar? Atendiendo a las dimensiones del agujero que han creado la cosa va ya para 6 añitos y sigue y sigue, pero todo apunta a que la salida maquillada de la situación actual sólo es la gestación de la próxima crisis. ¿Quién paga los platos rotos? El sistema financiero no, porque ha conseguido consolidar el volumen de esos productos derivados a lo largo de la crisis, se ha salido con la suya nos guste o no nos guste. A la hora de pagar la crisis el Estado es la pieza clave, y a través del Estado todas las personas que lo componen, sostienen y lo hacen viable aunque sea de desigual manera.

El agujero económico es descomunal pero sus dimensiones sociales no lo son menos, hasta tal punto que se nos repite una y otra vez el mensaje de que hemos de olvidarnos de cómo eran las cosas antes de la crisis: los tiempos del “estado del bienestar” (aunque para algunos fuera del “malestar”), de la protección social, de los trabajos estables, de las progresivas mejoras en las condiciones de vida intergeneracionalmente hablando… N os piden que las olvidemos argumentando que no volverán, y de paso, el sistema, que ha generado esta situación, evade sus responsabilidades amparado en la amnesia colectiva.

“Hay que emprender”, “Hay que ver la crisis como oportunidad”, “Se está trabajando para reducir las ineficiencias del sistema”…, todos estos y otros eslóganes están a la orden del día y no seré yo el que se resista a transformar lo que hay, pero no para desmantelar aquellas herramientas (sanidad universal, educación gratuita, sistema de pensiones…) que hacían de muro de contención a la mercantilización de todas las dimensiones de nuestra existencia, sino para reforzarlas y ampliarlas. El evangelio según “San Lucro” que criticaba Jose Luis Sampedro ciertamente no es ninguna buena noticia.


¿Hemos aprendido algo?

La gente con la crisis hemos aprendido qué es eso de la prima de riesgo y de las preferentes; hemos aprendido que siempre hay ayuda para los poderosos pero no para los más débiles de la sociedad; que la política toma vida propia y que sus intereses se alejan cada vez más de los intereses de las personas a las que dicen representar; que lo legal no siempre va de la mano de lo justo, que hay que arreglar las cifras macroeconómicas pero que a la microeconomía de los hogares nunca se llega… Ciertamente, algunas de estas cosas ya las intuíamos, pero la crisis las ha certificado.

Personalmente me parece que una de las lecciones que debemos aprender es a no dejarnos seducir por los discursos que lo único que hacen es apuntalar los procesos de acumulación de poder. En este sentido me gustaría citar cuatro elementos que en su día intentaron que incorporáramos a nuestras formas de vida y a nuestra visión del mundo, y a los que no debemos sucumbir: el consumismo; la inmediatez; la exaltación de la propiedad privada y la confianza ciega en el mercado.

- El consumismo se potenciaba desde instancias que veían en el mismo un mecanismo de dinamización económica, de inversión para rentabilizar el exceso de capital, al tiempo que socialmente se convertía en un signo que externalizaba el poder adquisitivo. Y ¿cuál era la base para sostener esa dinámica? el disponer de un puesto de trabajo.

- El consumo distribuido en el tiempo no permitía alcanzar el nivel de beneficios a corto plazo que se deseaba, por tanto, se precisaba añadir otro condimento al guiso: la inmediatez. El aquí y ahora sin consideraciones de otros escenarios que el presente. Esa inmediatez fue hecha realidad a través de un instrumento esencial, el crédito.

- El acto de comprar te convertía en propietario, aunque fuera a crédito, pero al fin y al cabo eras propietario. Era un salto que para algunos les permitía sentirse socialmente más integrados, mientras que para otros, simplemente, era un acto de distinción, pero en ambos casos tenía un fuerte contenido de seducción. Por supuesto, para que ese efecto perdurara debía cumplirse una premisa incuestionable: la propiedad privada debía ser inviolable y, para ello, se la desvinculaba de cualquier función social.

- ¿Y quién respaldaba todo esto? El mercado, en forma de atenta señorita o caballero, detrás de una mesa de oficina en una sucursal bancaria. Si el mercado que todo lo evaluaba y predecía te concedía el préstamo para la casa, el coche o el pequeño negocio, es que todo te iba a ir bien. Los mercados que eran confianza, confiaban en nosotros ¿qué más se podía pedir?

Pues bien, aquellos que tenían poder para crear burbujas económicas y financieras también lo tenían para pincharlas o cambiarlas de sector, y cuando lo han hecho, aunque sólo sea parcialmente, se han derrumbado no sólo los discursos seductores sino buena parte de la estructura social y de los derechos adquiridos. Se ha ralentizado el consumo interno y con ello se ha derrumbado para muchos el consumismo y la inmediatez, pero lo fundamental es que esto ha sido a costa de 6,2 millones de parados en España y del cierre del crédito a familias y pequeñas empresas. Se ha mantenido el derecho de propiedad privada de los acreedores pero eso ha supuesto el desahucio y el endeudamiento de por vida de decenas de miles de personas durante los últimos años. Y para redondear todo esto, además, nos dicen que los mercados han perdido la confianza en nosotros y que el aumento de la prima de riesgo hace casi inviable el tener unas cuentas públicas saneadas, y que nos encaminamos hacia el “selecto club de las deudocracias” que deben aplicar todo un repertorio de reformas para recortar gastos, pero también derechos que serán difícilmente recuperables. Entre ese amplio repertorio vamos a avanzar un poco más de la mano de la regulación del mundo del trabajo.


La precariedad viene para quedarse

En el proceso vivido durante estos seis últimos años hay dos efectos que son innegables: la concentración de los ámbitos de poder en cada vez menos manos y la expansión de lo que podíamos llamar procesos de globalización de la precariedad.

El mundo del trabajo asalariado ha sido víctima y testigo de estas dinámicas. Por un lado se han producido entre otros fenómenos las concentraciones empresariales; absorciones; deslocalizaciones; y como no, la irrupción de la economía financiera en la economía real desde la perspectiva de la financiarización, esto es, considerando a las empresas como un producto más a intercambiar en el mercado, siempre optimizando los resultados a corto plazo, sin querer traspasar la barrera que impone la cotización de las acciones en bolsa y la omnipresente reducción de costes Por otro lado, la lógica de la acumulación ve en los derechos laborales un freno a los incrementos de rentabilidad, de este modo se reducen progresivamente las prestaciones de cobertura al desempleo, se abaratan los despidos, se alarga la vida laboral, se desmantelan las estructuras de negociación colectiva o se produce una reducción significativa del poder adquisitivo de los trabajadores.

Los objetivos de las reformas estructurales que nos vende el gobierno y su desarrollo normativo son en muchos casos incompatibles y, al final, se impone la realidad pero deja tras de sí un grado de confusión que hace que sus políticas se vayan implantando sin la contestación política ni social que merecen. La última reforma laboral ha sido un claro ejemplo de esto. Pasado ya más de un año de su aplicación lo que se nos presentaba como un instrumento que facilitaría la contratación, la flexibilidad interna de las empresas para no tener que recurrir al despido, la más ágil incorporación de los jóvenes al mercado de trabajo, la reducción de la dualidad del mercado de trabajo, etc, ha dejado tras de sí un reguero de dolor. Pérdida de más de 850.000 empleos, 778.000 cotizantes menos a la Seguridad Social, tasa de paro juvenil del 57%, casi se iguala la tasa de destrucción de empleo fijo a la de empleo temporal al disminuir las indemnizaciones por despido...

Nos quieren acostumbrar a la que podíamos llamar “economía ficción”. Los datos que servían hace unos meses para elaborar los Presupuestos del Estado hoy son papel mojado, y el propio gobierno los tira por la borda. Lo único que les queda es argumentar que no se han alcanzado los objetivos, pero que sin las reformas realizadas todo hubiera sido todavía peor. Nos mienten y además nos arrebatan la posibilidad de un debate racional y argumentado sustituyéndolo por un debate que se sostiene en los posibilismos y del cual no cabe extraer conclusiones que nos ayuden a avanzar. Afirman que la economía ha ralentizado su tendencia a la destrucción de empleo, aún a sabiendas de que esto es una falacia: por cada décima perdida del PIB en 2009 se destruían 32.730 empleos, hemos cerrado 2012, reforma laboral incluida, con una pérdida de 60.714 puestos de trabajo por décima del PIB.

No basta con copiar las fórmulas que propone la UE y tratar de ser buenos discípulos, hay que afrontar los problemas de fondo y, si no se hace, el mal se va a hacer crónico.

Si no se lucha de forma global por los derechos del mundo del trabajo y quiero tener un recuerdo especial para los cientos de fallecidos en una fábrica textil en Bangladesh, estamos condenados a la precariedad antes o después; si no se limitan las políticas cortoplacistas de beneficios inmediatos de dos cifras, el mundo de la economía real será desmantelado a trozos como un viejo barco en un desguace; si los bancos privados siguen financiándose en el BCE al 0,75% de interés para después comprar deuda del Estado al 4% cómo podemos exigir eficiencia a los sistemas públicos; si las políticas fiscales permiten que las pymes tengan unas cotizaciones elevadas mientras que los grandes grupos transnacionales acumulan desgravaciones y declaran beneficios en paraísos fiscales habrá cada vez menos recursos para financiar los sistemas de protección social; si hay ayudas de cuantías escandalosas a los bancos mientras se permite que miles de empresas cierren por falta de crédito no nos van a quedar agujeros en el cinturón para seguir apretándonoslo.

Afronten lo que tienen que afrontar: la unidad Norte-Sur en el mundo del trabajo se hace cada día más necesaria; hay que fijar salarios máximos interprofesionales; hay que regular la actividad financiera especulativa; hay que desmantelar los privilegios de los grandes grupos empresariales y empezar a proteger a los que realmente crean empleo, las pymes; hay que desarrollar sistemas de producción cooperativos no basados en la competitividad; hay que apostar por el protago nismo de los trabajadores desplegando formas autogestionarias de organización en el mundo del trabajo que no tienen nada que ver con la figura del emprendedor que se implanta en el océano del mercado como una isla a la espera de poder salir adelante… Trabajemos por construir este marco y seguro que nos sale un cuadro que nos sorprende.

La flexiseguridad no nos saca de esta

La UE ha descartado apostar hace tiempo por un marco como el que hemos descrito, lo considera anacrónico, y ha propuesto hace ya tiempo una salida hacia la que ya apuntaba la reforma laboral que hizo ZP y a la que se ha sumado con entusiasmo la que ha hecho Rajoy: la flexiseguridad.

La flexiseguridad, palabra que combina dos términos flexibilidad y seguridad, se ha propuesto como la mejor forma de absorber el impacto que las nuevas tecnologías, la fuerte competitividad y la globalización ha tenido sobre el ciclo vital de las empresas, de tal modo, que propone un cambio de enfoque: ya no se trata tanto de luchar por asegurar que el trabajador conserve su puesto de trabajo, cuanto de que el trabajador pueda asegurarse tener un empleo aunque suponga cambiar varias veces de puesto de trabajo. En el fondo se trata de buscar una fórmula que compagine los intereses de las empresas que buscan una fuerza de trabajo más flexible con los intereses de los trabajadores que defienden la seguridad del puesto de trabajo como garantía de su bienestar.

Dentro de la flexibilidad caben conceptos como despidos, trabajo temporal, modificación de horarios según exigencias de la producción, jornadas reducidas, movilidad geográfica, movilidad funcional, incremento de los complementos salariales en función de la productividad frente al salario base… En el concepto de seguridad se encuentra la seguridad del puesto de trabajo limitando la capacidad del empresario para despedir, seguridad en el empleo mediante el desarrollo de la formación, la reducción de los tiempos de transición entre un despido y la próxima contratación (sistemas eficaces de colocación), y, finalmente, un nivel adecuado y estable de ingresos.

La flexiseguridad dicen que ha dado muy buenos resultados en países como Holanda donde tienen desde 1999 la Ley de Flexibilidad y Seguridad, y, especialmente, en Dinamarca donde tienen a día de hoy una tasa de paro del 7% con un despido casi sin indemnización que debe ser avisado con 3 meses de antelación y una rotación en el empleo de 700.000 trabajadores anuales sobre una población activa de 2,2 millones en 2011.

Seguro que nuestros agentes sociales, patronal y sindicatos, discutieron el tema hasta la saciedad sin llegar a un acuerdo y el gobierno optó por poner el sistema en marcha. Pues bien, el resultado es que casi todas las entidades bancarias de este país han tenido beneficios en el primer trimestre del 2013 mientras destruimos dos empleos por minuto. El fracaso del sistema flexiseguro, con sus luces, que algunas tiene, es cuando menos llamativo en nuestro país. Y ahora la pregunta que debe hacerse el gobierno es ¿qué vamos a hacer, apretar el acelerador de la flexibilidad o echar el freno de la seguridad? El dilema no tiene salida, ellos mismos han predicho que la tasa de paro para el 2015 todavía estaría por encima del 24%, y eso si no hay contratiempos. Me da que el PP ya está amortizado y me temo que van a apretar el acelerador de la flexibilidad en lo que queda de legislatura.

En Islandia donde los conservadores generaron una quiebra del Estado con sus políticas desregulatorias y especulativas, donde la población salió masivamente a la calle, donde se cambió de gobierno y se llevó ante los tribunales al primer ministro, donde se inició un proceso constituyente participativo, se acaba de dar nuevamente el gobierno a los conservadores que originaron la crisis porque los progresistas que estaban gobernando no cumplieron sus promesas de cambiar las cosas. Aviso para navegantes…

Pero ¿y nosotros ? No nos queda otra que luchar por conseguir que ese marco que los partidos mayoritarios no quieren poner en marcha salga adelante porque sin él no hay oxígeno, es urgente parar la hemorragia del expolio que padecemos para poder construir algo, no digo ya bueno, sino al menos regular. Y a la vez que hacemos eso hay que aprender a trabajar en redes de apoyo mutuo con otras iniciativas empresariales; a desarrollar políticas laborales en las que los trabajadores tengan más peso en las decisiones que marcan el devenir de las empresas; a crear o reforzar instrumentos de financiación alternativa que permitan fluir el crédito; a limitar las políticas de repartos de beneficios y dedicar esos recursos a capitalizar las empresas y a mejorar constantemente sus procesos productivos así como la formación de sus trabajadores; a revisar periódicamente el sentido social de nuestra actividad económica; a autoorganizarnos para defender nuestros derechos y a hacerlo de forma internacional junto a otros que viven en países del Sur, para no perder nunca la perspectiva… Y, para el día a día, que cuando nos toque ejercer el rol de productores generemos productos y servicios con calidad como si los destinatarios fueran nuestros propios hijos, y cuando tengamos que consumir, hagámoslo como si fueran ellos mismos, sus condiciones de trabajo y sus salarios los que dependieran del precio que pagamos.
¡No al consumismo irresponsable; no a la inmediatez irreflexiva; propiedad privada con función social; y sociedad con mercado sí, de mercado no!

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