LA ECONOMÍA COMO ARMA DE DESTRUCCIÓN MASIVA

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Iván H. Ayala, Economista miembro de econoNuestra , en publico.es

Parece que ser economista es un deporte de riesgo en mitad de una crisis económica. Si además tenemos en cuenta que la presente crisis es la mayor que muchos países han sufrido en la historia del capitalismo, la situación empeora por momentos. La crisis financiera que desató la tormenta en la que estamos ha dado paso a una serie de cuestionamientos entre los que se encuentra el de la teoría económica. Las críticas no solo son externas, sino de reputados economistas y las podemos dividir entre aquellas que acusan a la economía de no ser una ciencia y aquellas que pretenden una reformulación de la ciencia económica desde dentro y desde fuera de la disciplina.

Vamos a empezar por aquellos que niegan el epíteto de “ciencia” a la disciplina de la economía. Merece la pena preguntarse acerca de la intencionalidad que hay detrás de esta pregunta. Parece que el objetivo fuera degradar la economía, establecer una jerarquía dentro de las disciplinas científicas, con las ciencias naturales o exactas por encima de las sociales. Sin embargo la economía, como las demás ciencias, se ocupa de una rama del saber humano no poco trascendente, ni degradable por debajo de la ingeniería o la física cuántica. La ciencia no es sino una recopilación sistemática del saber humano, dividido en ramas (cuestionables y cuestionadas), que da lugar a la acumulación de Conocimiento. ¿Es más importante el conocimiento necesario para construir un puente que implementar una equitativa redistribución de la renta? ¿Son más importantes las aportaciones de Einstein o las de Marx?

Los sistemas complejos son aquellos en los que existe interacción entre las partículas que lo componen. Presentan lo que se llama propiedades emergentes que son aquellas que nacen de dicha interacción. El conjunto de propiedades emergentes, junto con las tendencias y capacidades del sistema, forman un espacio de posibilidades que a su vez tiene una estructura. Es precisamente al estudio de ese espacio al que se dedican las diferentes ciencias. Algunos de esos espacios son fácilmente matematizables, como por ejemplo, la velocidad de atracción de una piedra hacia la tierra. Ello se debe a la existencia de una relación determinista que permite el establecimiento de regularidades, expresables en términos matemáticos. Sin embargo los sistemas compuestos por seres humanos no son fácilmente reducibles a regularidades, y no son deterministas. Las personas no son autómatas que respondan a leyes mecánicas, por lo que no tenemos comportamientos perfectamente predecibles.

La economía en su versión más conservadora, ha solucionado esta cuestión suponiendo que todos los individuos en una son iguales y por tanto tienen los mismos comportamientos y que todos ellos conocen las ecuaciones del sistema económico donde viven, eliminando así la incertidumbre. Metodológicamente el atomismo y el reduccionismo suponen que el todo es la suma de sus partes. Pero cuando existe complejidad, el todo es más que las interacciones existentes entre sus diferentes partes, sobre todo en un organismo vivo y en las organizaciones sociales: una persona no puede generar una crisis financiera, pero un conjunto de ellas con un marco legislativo suficientemente modelado a favor del sector financiero, pueden crear una crisis sin precedentes. Para poder introducir regularidades que permitan derivar comportamientos deterministas en el ser humano susceptibles de ser expresados matemáticamente, es necesario dejar de lado tanto la naturaleza humana, como la realidad social, institucional y política.

A la complejidad de la mente humana, además, se une la incertidumbre dónde tomamos nuestras decisiones, impidiendo la alta determinación que existe en ciertos entornos físicos o químicos. Esto hace que el espacio de posibilidades y su estructura en cualquier sistema humano, incluido el económico, sea difícilmente matematizable. Pero esto no implica que no podamos establecer ciertos patrones que nos permitan entender mejor los precios, los impuestos, la gestión de una empresa o el déficit público, por poner algún ejemplo. Pero el hecho de el espacio de posibilidades de una economía sea difícilmente matematizable no implica que sea menos importante que el entorno físico: El estudio de la distribución de la renta no parece que sea menos importante que el estudio de la fuerza de atracción de una piedra hacia la tierra. Obviamente, la economía es más compleja que la física, la química o la biología pero la utilización de la matemática es totalmente irrelevante para su consideración como ciencia. De ahí que degradarla por no dar resultados deterministas, es como degradar al ser humano por ser lo que es.

Milton Friedman influenció la metodología económica cuando defendió que lo importante en un modelo económico no era su relación con la realidad, sino su capacidad predictiva. Sin embargo, la predicción depende crucialmente del descubrimiento de regularidades, que a su vez depende de la capacidad de hacer experimentos en un entorno controlado. Esto permite aislar el efecto que estamos estudiando de los demás, e identificar mecanismos causales estables, es decir, estabilidad y aislamiento permiten obtener regularidades. La realidad social sin embargo no permite ninguna de estas dos opciones, y la economía por tanto, tampoco.

Es precisamente lo contrario ya que la realidad social es una red interdependiente que forma una totalidad, no un conjunto de fenómenos aislados (precios, déficit, salario), y donde la predicción no es el único elemento relevante, ni el más importante. Hay situaciones en la economía que pueden ser predecibles, pero modelar toda un campo del saber humano para que sus resultados respondan a la “predictibilidad” ha infectado todo el aparato científico de la economía. Para predecir un resultado se necesita matematizar, y para ello, reducir el comportamiento humano a unos rasgos irreconocibles. Esto a su vez, dada la tremenda e innecesaria simplificación del ser humano en el concepto de “homo oeconomicus”, permite derivar los tremendos y demoledores resultados de las políticas neoliberales del #austericidio.

Concretamente, los argumentos modernos en favor de las políticas de austeridad hunden sus raíces en dos autores italianos, Alesina y Ardanga. Defienden que los recortes de gasto público son más efectivos que los incrementos de impuestos en la estabilización de la deuda. En su explicación entra con toda fuerza el reduccionismo antes mencionado, pues las personas son meros consumidores y además tienen “expectativas racionales”, de forma que son capaces de calcular el consumo que tendrán a lo largo de toda su vida, basado en la credibilidad de las políticas macroeconómicas. De esta forma, los consumidores prevén reducciones en los tipos de interés debido a la estabilización de las cuentas públicas, adelantando su consumo y reactivando la economía. Esta lógica solo se puede dar si y solo si, las condiciones de la economía son estables, si los consumidores conocen las ecuaciones representativas del sistema económico donde viven y si de media, no se equivocan en sus predicciones… ¿alguna semejanza con la realidad?

Por supuesto, nada influye en Alesina y Ardanga que los ejemplos de países donde ellos consideraban que la “austeridad expansiva” ha funcionado, hayan ido reduciéndose en sus propios trabajos y que la evidencia a favor de esta política sea muy débil, como ellos mismos reconocen. De nada sirve, porque no son conclusiones sino premisas de las que parten. Es irrelevante por tanto que la crisis no se haya generado en el sector público, y sí en los mercados financieros. La economía oficial dará siempre las mismas recetas sea cual sea la causa de generación de la crisis: hay que reducir a la mínima expresión cualquier atisbo de sector público en la economía y preponderar los intereses privados. Eso ni tan siquiera se acerca a lo que conocemos como “ciencia”.

Y es que la economía está compuesta por diferentes escuelas de pensamiento que generan diversas teorías con diferentes resultados en términos de distribución de recursos, de renta y por tanto de poder. La economía que hoy en día se llama “ciencia” no es más que una pequeñísima parte de todo el conocimiento que los economistas han generado, y por tanto, no puede ser calificada como tal. El paradigma entero de la economía neoclásica reposa sobre el edificio político del liberalismo del siglo XIX, donde los mercaderes pugnaban por el poder con unas monarquías decadentes y extractivas, de ahí la insistencia en la importancia de los mercados y la propaganda en favor de la “libertad de mercado” y en contra del sector público.

Estas ideas políticas están respaldadas por teorías económicas que están causando la degradación de vida de millones de personas, y la muerte de miles de ellas. Cáritas advierte del incremento de personas en riesgo de exclusión ha incrementado de forma dramática en España, Grecia, Portugal, Irlanda e Italia y al mismo tiempo señala que la pobreza infantil es ya un problema en todos estos países. El índice de Gini, que mide la concentración de la renta, se ha incrementado por toda Europa como nos cuentan los autores de Fracturas y crisis en Europa. La destrucción de capacidad productiva se puede ver casi en directo al pasearse por cualquier ciudad y observar echados los cierres de miles de comercios, o en diferido viendo la caída del Índice de Producción Industrial.

“TINA” es el acrónimo en inglés de “There Is No Alternative”, una frase popularizada por Margaret Thatcher para ilustrar la imparable fuerza de las políticas neoliberales. Pero la economía puede ayudar a conseguir objetivos políticos socialmente deseables. No necesitamos expertos que nos resuelvan el problema del déficit, sino economistas que estudien la naturaleza del mismo (desigualdad, concentración de la renta, fraude, sistemas fiscales insuficientes, paraísos fiscales, diferencias productivas). La economía necesita dejar de lado su obsesión por los equilibrios, heredera de la mecánica newtoniana, así como el positivismo –abandonado incluso en las ciencias naturales- y el naturalismo –pues las partículas que forman una economía son personas y no tienen comportamientos deterministas.

Igualmente necesita un revulsivo que ponga en el centro de su estudio las instituciones, la cultura, las redes, la estructura social y el poder. La complejidad es un tema relevante, y la ciencia económica tiene que utilizar la matemática, no ser utilizada por ella, ni instrumentalizarla para imponer posiciones conservadoras. La ciencia económica está secuestrada por la ortodoxia, y como Popper, “sostengo que la ortodoxia es la muerte del conocimiento, pues el aumento del conocimiento depende por entero de la existencia del desacuerdo”. Es momento de transformar desde dentro y desde fuera la ciencia económica. Los economistas heterodoxos han de ser conscientes de que tienen una responsabilidad y urgencia mayor de lo que han tenido hasta ahora.

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