LA MUERTE DEL ESTADO DE BIENESTAR (breve informe forense)

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El gobierno de Holanda, por boca de su rey, anuncio hace unas semanas la muerte del Estado del bienestar, no hay recursos fiscales para sostenerlo, dicen. El gurú de moda en España, Cesar Molinas, lo ha dejado escrito en su último libro: “los Estados deberán cambiar su fuente de legitimidad actual como maximizadores del bienestar de sus ciudadanos por la maximización de las oportunidades que les ofrecen”. El Estado ya no nos dará ni educación, ni sanidad, ni cultura, ni ayudas a la autonomía, ni justicia sino la oportunidad de tener salud, educación, cultura, autonomía.

La alternativa propuesta es que la sociedad civil (la “Big Society” de Cameron) se haga cargo de gran parte de los servicios públicos. Las invocaciones a la participación ciudadana y la autonomía de la sociedad civil frente al derrochador e ineficiente Estado son continuas. No hablan de empresas sino de ciudadanos, ni de privatizaciones sino de participación social. Es la sociedad civil la que ha de sustituir a un Estado en retirada. El enemigo ya no es, como en los tiempos de Reagan y Tatcher, el socialismo sino el bienestarismo. El Estado como árbitro (maximizador de oportunidades) de unas reglas del juego en medio de una sociedad civil profundamente desigual, el estado como garante último de la igualdad entre los desiguales.

A pesar de la retórica modernizadora que envuelve el mensaje, a poco que se analice sus contenidos, todo suena demasiado viejo ¿no creen?; es la imposible vuelta al Estado liberal del siglo XIX. La novedad reside en el discurso de legitimación que se nutre de lo que Luc Boltanski y Ève Chiapello llaman “la crítica artística del capitalismo” y que hoy se expresa en la desconfianza libertaria y ciudadanista en el Estado y la política. Los marcos cognitivos del liberalismo y del libertarismo coincide en binomios como el de Estado/sociedad civil, planificación/ espontaneidad social, ley/ conciencia, ciencia/ saberes locales, colectivo/ individuo y otros, dónde el primer término del par es siempre el problema y el segundo, la solución. La crítica liberal y la crítica del Estado del bienestar coinciden en identificar al Estado y a la política como el origen y la sede de la desigualdad y la dominación. Los libertarios tratan al Estado del Bienestar como si fuera el Estado liberal del XIX, mientras que los liberales aprovechan las grietas que esa crítica abre en la legitimación del Estado del bienestar para volver al Estado liberal.

Las críticas artísticas al sistema público de salud y la desconfianza en la medicina que se denominan alopática son un buen ejemplo de cómo se debilita la sanidad pública y universal a partir de argumentos cargados muy buenas intenciones. Los efectos hacen las delicias de los que quieren acabar con la sanidad pública. Ya saben la deshumanización de la medicina, la manipulación universal de´ las farmacéuticas, las terapias naturales, causas todas ellas nobilísimas y más que justificadas pero que enunciadas irracionalmente como impugnaciones totales al sistema de salud juegan a favor del enemigo. Que más les gustaría a los liberales que vernos a los pobres curándonos los unos a otros en los ratos libres a base de risoterapia, aromaterapia, homeopatía y otras ocurrencias del gabinete esotérico, cosas que no necesitan de impuestos ni derechos. Para los pobres brujería para los ricos medicina es la conclusión fatal de esta insospechada coalición. Ellos, mientras a los seguros privados de salud y a la medicina génica. Igualmente ha ocurrido con la crítica libertaria a la educación pública como instrumento de colonización. La educación en casa es una forma, otra vez también para pobres, de converger con la privatización de la educación pública.

Discutiremos, más adelante, si es realmente inviable o insostenible fiscalmente el “Estado de bienestar” pero lo que lo que es del todo inviable es la alternativa ciudadanista que se propone. La sustitución de los servicios públicos por la sociedad civil autogestionada, es un cuento de transición hacia una sociedad potsbienestarista donde ideologías más fuertes, seguramente de corte biopolítico, legitimaran directamente las desigualdades.

¿Es realmente insostenible el Estado del bienestar?


La causa real de la insostenibilidad del Estado de bienestar es la disminución, producida por la globalización y el encarecimiento de las materias primas, de la tasa de beneficio del capital. Si la tasa cae la presión fiscal se vuelve insoportable para las clases de rentas más altas. No es que no haya dinero para pagar las pensiones o las escuelas por parte de los ricos; que lo hay y de sobra, es que no están dispuestos a pagar tanto en relación a sus beneficios y al mercado competitivo y globalizado al que se enfrentan. Alguien dirá entonces que la causa de la insostenibilidad fiscal del Estado de bienestar es la avaricia de las clases dirigentes y no le faltara razón. Pero nos equivocaríamos si entendemos la avaricia como una cualidad (o defecto) moral subjetivo y no como un dispositivo estructural y objetivo de la lógica capitalista. Lamentarse de que los capitalistas sean avaros es como lamentarse de la fuerza motriz del viento.

Desmontando el Estado del bienestar las clases dirigentes buscan conseguir una recuperación a corto plazo de las tasas de beneficio, ¿de qué manera?:

(a) Abriendo nuevo nichos de mercados, y de plusvalía, en lo servicios privatizados de la salud, la educación, las pensiones.

(b) Reduciendo la presión fiscal para las rentas altas.

(c) Aumentando las tasas de plusvalía sobre los trabajadores de los países desarrollados y disciplinando la mano de obra por medio de un ataque a la composición orgánica de las clases trabajadoras.

(d) Reduciendo los costes de transacción y las limitaciones al beneficio privado que suponen las regulaciones de salud laboral, ambientales, de igualdad de género y otras.

De hecho esto es lo que en un grado u otro vienen haciendo desde los años 80 y que ha conducido a tres situaciones altamente indeseables: (i) A un aumento exponencial de las desigualdades sociales, (ii) a una disminución fuerte del peso de los salarios en la renta nacional, y (iii), al incremento del endeudamiento privado. Esta situaciones se han hecho insoportable con la crisis financiera del 2007 cuyo detonante ha sido la subida de los precios de las materias primas producido por el crecimiento del consumo mundial (China, India, Brasil9. Hasta ahora el consumo del mercado interior se ha mantenido gracias a una producción artificial de dinero y a unz `política irracional de créditos y endeudamiento con lo cual se compensaba la bajada de los salarios y la concentración de las rentas. Pero el horizonte de una crisis de escasez física ha provocado la aparición de un tipo de crisis (tormenta perfecta) como la actual, de magnitudes desconocidas, donde se adjunta las crisis de distribución (como la del 29) con una crisis ecológica de escasez. Esto hace imposible una salida fordista (ampliar la demanda) al estilo keynesiano. Al capital sólo le queda, para recuperar la tasa de beneficio, que recurrir a la plusvalía absoluta como aquella que han vendió aplicado a las clases trabajadoras del tercer mundo. Esta es la ley de hierro para poder competir en un mercado globalizado.

El Estado del bienestar es insostenible por que el capital ha roto el pacto con las clases trabajadoras occidentales de manera unilateral. Ya no le interesa al no poder obtener fuera (tercer mundo y materias primas) los beneficios que compensaba los costes del bienestar dentro. Ya hemos dicho que unas salida fordista a escala mundial es imposible pues los límites físicos del planeta lo impide y la dinámica de la deuda lo dificulta, pero la recuperación de la tasa de beneficio, salvo milagros tecnológicos, tiene también una trayectoria muy corta y provisional.

El callejón ecológico y financiero sin salida de la actual fase del desarrollo capitalista pone en peligro sistemas blandos de dominación como las democracias occidentales y nos acercan a horizontes de sistemas políticos autoritarios con un fuerte e intenso uso de la exclusión social y la violencia. El crecimiento era la única droga que calmaba los dolores de la desigualdad, sin crecimiento la desigualdad carece del necesario consenso social para ser aceptada mayoritaria y democráticamente. El capital ha podido dominar por medio de la hegemonía ideológica y cultural allí donde era la plusvalía relativa la que se imponía (los países del primer mundo); no así en la periferia donde la crudeza de plusvalía absoluta impedía cualquier ejercicio pacifico de la dominación, como así ha sido. La muerte del Estado de bienestar, único concilio político donde era compatible establemente democracia y capitalismo; anticipa y anuncia a la vez otras defunciones aún más siniestras, como la de la misma democracia. En el proyecto neoliberal del mundo, si es que existe algo así, la democracia y los derechos humanos ya no forman parte ni siquiera de su retórica de autolegitimación.

Pero todo esto no puede ocultar que el actual modelo capitalista de Estado de bienestar es ecológicamente insostenible y socialmente injusto a escala mundial. Esta insostenibilidad física y ecológica no es remediable a través de ningún arreglo institucional. ¿Significa esto que la educación o la salud pública son también ecológicamente insostenible? No, es exactamente lo contrario: lo único que puede ser ecológicamente sostenible es una gestión pública, colectiva y eficiente de los servicios básicos. Es la sinergia diabólica entre gasto público y privado que se da en el Estado del bienestar actual el que no podemos físicamente permitirnos. En están disyuntiva el capital opta por desmotar el Estado mostrando así que carece de cualquier proyecto civilizatorio a largo plazo y de una ”general Intelligence ” . En el momento histórico que más necesitamos del Estado y de la inteligencia colectiva del sector público, el neoliberalismo, cegado por la lógica inmediatista del beneficio, opta por el caos del mercado y la sociedad civil capitalista.

O lujo privado o lujo público este es el dilema que los neokeynesianos y gran parte de la izquierda no quieren aceptar ni en rstos días en que el réquiem por el Estado social suena ya en todos los templos políticos del mundo occidental. El crecimiento no volverá, ni es deseable que vuelva; sólo la austeridad y la inteligencia nos salvara. Ellos, la derecha neoliberal, plantean la austeridad en la esfera de lo público y de los servicios básicos universales para posibilitar, vana pretensión, que continúe la fiesta y el despilfarro en los palacios (las casitas adosadas ya no entran). Tan poco es posible. Elysium no es sino una ensoñación de ciencia ficción bastante grosera. El problema es que la coalición negativa entre el imposible resistencialismo de la izquierda y el delirio neoliberal pueden acabar con la destrucción mutua asegurada. La lucha de clases puede tener un final inesperado, aunque ya Marx lo intuyó; la aniquilación de los contendientes. El fin de las clases sería así y también el fin de la humanidad.

¿Podemos resucitar al Estado de Bienestar?


No, el pacto entre trabajo y capital no volverá, las condiciones que lo hicieron posible son irrepetibles. La defensa pues del Estado de bienestar en lo que tiene de universalización de bienes y servicios básicos no debe realizarse desde una posición inmovilista de defensa del status quo actual La austeridad privada equitativa y la racionalidad pública igualitaria debe ir de la mano. Ecología+ igualdad, esta es la fórmula; o lo que es idéntico, austeridad + igualdad, eficiencia + igualdad.

Dada la celeridad y la complejidad de la crisis ecológica (cambio climático y crisis energética y alimentaria) ,0 la gravedad de las desigualdades sociales y el endeudamiento mundial, sólo una reconstrucción democrática y ecológica del Estado difuso que ha supuesto el Estado de bienestar puede comandar la necesaria transición. Cualquier crítica total a la razón pública del Estado democrático, venga de donde venga, es hoy un acto criminal que favorece la entropía socioambiental en la que estamos inmersos. Los críticos artísticos del capitalismo, el ciudadanismo antipolítico deben de reconsiderar hoy su posición si no quieren acabar engrosando las filas del Tea party

La desigualdad y no el consumo, ni el crecimiento son el problema. A más desigualdad más impacto ambiental, a mayor impacto ambiental más desigualdad y conflictos. Un reciente meta estudio publicado en Science (Solomon M. Hsiang et al.Quantifying the Influence of Climate on Human Conflict. Science 341, (2013); muestra la correlación causal entre crisis climáticas y conflictos sociales, militares y políticos.

La desigualdad y la crisis ecológica son los dos retos sobre cuya resolución habrá que reconstruir un nuevo modelo de poder ecopolítico y radical democrático. Sin ambiente natural no podemos vivir, sin igualdad tampoco. La desigualdad destruye los dispositivos esenciales para nuestra supervivencia como especie que son los dispositivos que favorecen la cooperación social. En la defensa de los servicios públicos básicos, en la disminución de las formas extremas de desigualdad, en la reorientación ecológica del sistema de producción y de consumo y en una profunda y radical reforma democrática del Estado están los nudos de conexión entre el postbienestarismo social y la ecología política. En este horizonte el ecosocialismo es hoy más perentorio que nunca.

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