PODEMOS. SABEMOS. QUEREMOS.

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La llegada disruptiva de Podemos al escenario político español es, por su impacto y resultado inicial, un fenómeno excepcional y sorprendente. Los datos son abrumadores. Solo hace cuatro meses que inició la andadura de su partido (¿movimiento? ¿partido abierto?), con un escaso presupuesto obtenido por crowdfunding social. Con 120 días de campaña han conseguido más de 1.200.000 votos y son la cuarta fuerza política en España (tercera en muchas comunidades autónomas). Para entendernos, han «conseguido» 10.000 nuevos votantes diarios en un país donde la desafección y el descrédito políticos tienen las cifras más altas de toda nuestra historia. Estos resultados han provocado numerosas preguntas (con una amplia gama que va desde la curiosidad hasta el prejuicio o las insinuaciones). Una de las más recurrentes sitúa en su estrategia de comunicación (y del liderazgo de Pablo Iglesias) una de las claves decisivas del éxito de su propuesta.

La mayoría de los análisis, por precipitados y simplificadores, han centrado la explicación al tsunami Podemos en el efecto TV. La urgencia por clasificar y etiquetar impide una reflexión serena y profunda. Es cierto que Pablo Iglesias es uno de los contertulios más conocidos de España y ahora lo será aún más. Y que desde hace unos meses ha sido habitual en muchos programas de televisión, especialmente para públicos de izquierda política y social. Su buena locución y capacidad de estructurar y de ganar debates polémicos le ha hecho merecedor de ganarse el respeto de muchas personas, coincidan estas o no con sus ideas. En España, casi tres de cada cuatro ciudadanos utilizan la televisión para informarse, una televisión donde Pablo Iglesias ha tenido un lugar destacado en programas con audiencias muy segmentadas y agitadas, para nada pasivas y hundidas en el sofá. Ven la televisión con el móvil en la mano, el nuevo mando a distancia. Ignorar esta realidad es tan burdo y equivocado, bajo mi opinión, como sobredimensionarla o presentarla como la explicación única y prioritaria.

Creo, más bien, que el impacto comunicativo de Podemos hay que situarloen la personalidad y trayectoria de su líder, en una retórica sin concesiones ni edulcoraciones («la casta» es una etiqueta tan poderosa como seguramente excesiva, por asimiladora), en una radicalidad tan simple que parece posible y en el concepto de pantallas múltiples y de comunicaciones relacionales. Y en la natural y auténtica vinculación de muchos de sus dirigentes y activistas en las mareas ciudadanas contra los recortes. De las redes a las plazas, de estas a las mareas, de las mareas al tsunami electoral y, de nuevo, a las redes.

Iglesias comunica no para tener simplemente seguidores o audiencia, sino activistas e influencia. Comunica para establecer relaciones y redes. Y su transición non stop de la pantalla de TV a las pantallas de smartphones, tablets y portátiles es parte de esta concepción transmedia de latranspolítica. Es decir, la que se nutre y se enlaza en redes, pantallas y plazas, sin absurdas y limitadas concepciones tradicionales y esquemáticas de lo que es mundo on y off. Eso es el pasado.

Iglesias es ya el político con más seguidores en redes sociales en Europa, y dobla a los de su propio partido (el partido español más seguido). Iglesias tiene 322.000 seguidores en Twitter, y el partido 194.000. Muchos de los mensajes en el Facebook de Podemos han llegado a ser compartidos por 2.000 personas, lo que puede extender el alcance final hasta unos dos millones de usuarios. La coherencia y el seguir comprometido con sus seguidores es algo básico en la nueva política. La ciudadanía quiere compromiso y poder confiar, no quiere que solo hablen con ella porque hay elecciones. A día de hoy, Pablo Iglesias sigue tuiteando. Elena Valenciano solo ha lanzado un tuit desde las elecciones. Y Miguel Arias Cañete no ha vuelto a aparecer en Twitter.

Podemos ha demostrado algo que sabemos, aunque la mayoría de las fuerzas políticas ignoraban o despreciaban: que la demanda de nueva política es inseparable de la nueva comunicación. Y Podemos, con su apuesta estética y comunicativa, ha mostrado −o se ha percibido así− un perfil ético e ideológico. Sin pretenderlo, quizá, han hecho de su cultura política (estilo, formas, actitudes) la más poderosa declaración política. Dime cómo te comunicas (y te comportas) y te diré cómo eres (y qué pretendes). Ahora sabemos que podemos, también, pasar del vapor de las redes, a las mareas líquidas, y llegar a la política sólida, en las instituciones.

Llegar no es fácil, mantenerse es complicado, crecer es muy difícil. Pero esta primera semana han sabido digerir el éxito y los ataques de la caspa de la casta con naturalidad, arrojo, osadía y desafío. Los ataques, de momento, que pretenden desacreditarles o despertar temor y preocupación han alimentado, contrariamente, la simpatía hacia Podemos. De nuevo, la falta de comprensión de la realidad, impideentenderla y representarla. Esta es la gran lección de Podemos: comprendieron, entendieron y representaron a un electorado en busca de una oportunidad. Podemos concentró, con habilidad, esta oportunidad en forma electoral. Las razones de los votantes de Podemos son muy diversas y… dispersas. Y tan matizadas como contradictorias, seguramente. Pero hay algo en común: querían dar una lección. Y lo han conseguido. Ahora podrán decir que «sabemos que podemos». Construir el «sabemos lo que queremos» es el desafío.

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