LA PERSISTENCIA DEL PARO

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Alberto Moncada
La recuperación económica parece que no va a afectar a la persistencia del paro. Ni siquiera en Estados Unidos que presenta hoy unos datos de desempleo extremadamente altos. Ello nos debe hacer reflexionar sobre la naturaleza de la ocupación en el contexto de la modernización tecnológica y el crecimiento demográfico.

Cualquier modernización tecnológica hace disminuir el empleo. La sustitución de la mano de obra por máquinas y sistemas ha sido imparable desde la Revolución industrial y hoy hay procesos productivos en los que la presencia permanente del trabajador no existe. Las empresas compiten a fuerza de suprimir mano de obra o de trasladar sus operaciones a lugares donde la mano de obra es más barata o está menos protegida. La existencia de una gran masa de desempleados, un ejército de reserva, garantiza el control empresarial sobre los salarios.

Pero la fabricación de cosas y la prestación de servicios no son la única productora de empleos. Hay maneras de estar ocupado que no son ni permanentes ni de plantilla. En la Comunidad valenciana siempre ha habido personas que trabajan dos o tres meses en el campo y otros dos o tres en el turismo y viven todo el año del fruto de esas ocupaciones temporales.

La creación del trabajador autónomo y su protección por la seguridad social permiten muchas actividades, intelectuales, profesionales y manuales que dependen de la demanda y no encajan en el modelo empresarial convencional.

Pero todo ello encoge cuando las cosas van mal, cuando, como ahora, el sistema financiero enloquece y pone en jaque al resto de la economía.

Históricamente han sido las guerras y las reconstrucciones sucesivas las que han cebado a la economía. Sin la segunda guerra mundial y la reconstrucción posterior no se hubiera salido de la gran Depresión del 29, sostienen los expertos. Y hoy, Estados Unidos tiene un buen trozo de su economía ocupada en sus guerras, con las fábricas de armamentos produciendo y ocupando gente en un proceso que empezó en los años cuarenta y no se ha detenido.

Todavía no tenemos memoria de un largo tiempo de paz con una economía de paz gestionada en beneficio común. Las actuales pretensiones de evolucionar hacia un desarrollo sostenible y ecológico no son más que eso, pretensiones porque, como se acaba de ver en Copenhague, el capitalismo internacional y los Estados fuertes siguen encadenados al modelo anterior.

Desde la demografía los mensajes no son optimistas. La población crece, especialmente en el Sur pobre y si en los Nortes es difícil dar un trabajo a cada uno que lo solicita, en los Sures es imposible y allí se desarrollan los procesos de hambruna y enfermedades derivados de la pobreza.

Entre las iniciativas globales contra el paro yo destacaría dos: La renta básica, que sería una manera de atender a las necesidades primarias de la gente, esté o no trabajando y que empieza a ser aceptada e incluso aplicada en los Nortes y la alternancia en el trabajo, dando a las nuevas generaciones posibilidades para trabajar en actividades de beneficio a la comunidad, con un salario mínimo como alternativa a buscarse la vida en el mercado convencional de trabajo.

Mucha gente, la mayoría, trabaja no porque le gusta lo que hace sino por tener unos ingresos fijos. Poner en escena mecanismos alternativos de estar ocupados puede representar una fórmula de acabar con la frustración que hoy tienen tantas personas jóvenes y mayores y que está en la raíz de la actual crisis social.

En todo caso poco se puede lograr sin una autoridad internacional fuerte que vigile a los grandes protagonistas multinacionales. Las multinacionales pueden hoy más que los Estados nacionales y gestionan sus intereses sin fronteras, gracias a la debilidad de la ONU y la asistencia de entidades como el Fondo Monetario y el Tratado Internacional de Comercio, creados en su beneficio. La persistencia de su actitud, de su impunidad condicionan todas las iniciativas para modificar la estructura de la ocupación, para no disminuir los empleos en los servicios públicos, para destinar recursos a actividades alternativas, para ofrecer, en suma, una esperanza a las nuevas generaciones. El sueño de tantos jóvenes consiste en que nazcan ONGs en paralelo a las empresas multinacionales y tener en ellas un trabajo del que puedan estar orgullosos, sentirse satisfechos sin tener que buscar las satisfacciones personales en el mundo del consumo, trampa que forma parte del modelo capitalista convencional.

Alberto Moncada es presidente de Sociólogos sin fronteras internacional

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