Yann Moulier-Boutang
Los pájaros de mal agüero –agencias de calificación y periódicos anglosajones- que forman la opinión de los inversores se preguntan: ¿cuál será el próximo eslabón débil de la cadena? ¿Habría una horca o un cadáver en el armario? ¿Los mercados son irracionales? No es seguro.
La crisis está lejos de haber concluido, los granjeros generales han vuelto. Acto I: la crisis de las subprimes. Acto II: se vio a los reguladores y a los moralizadores depositando su confianza en los Estados. El problema: seriamente endeudados antes de la crisis, no dudaron en proteger a los bancos y cajas de ahorros. Su deuda se duplicó, y han tenido que volver a comer en la mano de un mercado financiero envalentonado. En el Acto III, la vieja pareja infernal de los Estados y los mercados está de regreso. Los nuevos granjeros generales, que disponen de la llave de los títulos de deuda pública, siguen ahí.
La apuesta real no está en el endeudamiento, sino en la confianza en el futuro. Por mucho que la derecha clame que el endeudamiento es intolerable, sabe que la purga puede significar una sangría fatal para el crecimiento. El nivel de la deuda global (familias, bancos, déficit presupuestario, gastos sociales) no es una cuestión de niveles, sino de estructura. ¿Quién la controla? ¿Los residentes europeos u otros? Por mucho que la izquierda jure que llevará al capital financiero al cadalso, sabe que lo necesita para conseguir liquidez y generar una nueva situación con tres frentes: salarios más altos para reactivar la máquina; un Grenelle al cuadrado para un empleo y una industria sostenibles; e inversiones en la economía del conocimiento, sin las cuales el desarrollo sostenible no es más que un cosmético publicitario.
El inexorable choque con la renta. Los Estados europeos se encuentran en la cresta de la estagnación sostenible por haber rechazado las diversas terapias existentes: la reestructuración de la deuda mediante una desvalorización de los activos en manos de los acreedores; una dosis de inflación del 4% por año para disminuir la carga de los reembolsos; la creación de moneda, como acaba de hacer Estados Unidos. Pero el capital financiero no ha querido incrementar en Irlanda el impuesto sobre sociedades, del mismo modo que se ha negado a la reestructuración de la deuda, pues tales medidas significarían reducir el peso de la renta (los ingresos generados por quienes tienen inversiones de capital). Tras el lloriqueo por las deudas de los demás Estados y por el euro, está el bloque de Europa del norte, que, como Ángela Merkel, quiere el pastel de las exportaciones en la zona euro, el dinero de las inversiones financieras y a la hija del pastelero (el equilibrio presupuestario). En vano. Alemania debe decidirse a pagar, y seguir a Francia.
El mercado europeo bien merece una misa federal. Seamos equitativos con los pájaros de mal agüero que siembran la desconfianza. Tampoco son tan irracionales los mercados europeos. Votan por una Europa federal y contra una gestión dividida de los Estados: unidad de fachada, cada uno para sí, oral de repesca y… de vuelta a la casilla de salida. Si el euro es una muralla contra la escisión, ¿no ha llegado el momento de pasar a un auténtico presupuesto federal –y no del 1%, sino del 5%- alimentado por un impuesto europeo, con la posibilidad de generar déficit para el crecimiento sostenible? Si el Banco Central Europeo ha dejado su papel de simple garante de la estabilidad de los precios, ¿no es éste el momento de pasar a una Europa política, sin la cual se monopolizan los inconvenientes del euro –restricciones presupuestarias- sin tener las ventajas de una moneda de reserva internacional? Es preciso que se puedan recibir préstamos en euros, reducir los tipos y repartir según las necesidades de las diferentes provincias de la Unión, que es en lo que se han convertido esos Estados que todavía se creen soberanos. Ésta es la revisión a la que no podemos escapar, a no ser que le digamos adiós a la Unión Europea.
Yann Moulier-Boutang (1949) es economista, ensayista y analista político.
La crisis está lejos de haber concluido, los granjeros generales han vuelto. Acto I: la crisis de las subprimes. Acto II: se vio a los reguladores y a los moralizadores depositando su confianza en los Estados. El problema: seriamente endeudados antes de la crisis, no dudaron en proteger a los bancos y cajas de ahorros. Su deuda se duplicó, y han tenido que volver a comer en la mano de un mercado financiero envalentonado. En el Acto III, la vieja pareja infernal de los Estados y los mercados está de regreso. Los nuevos granjeros generales, que disponen de la llave de los títulos de deuda pública, siguen ahí.
La apuesta real no está en el endeudamiento, sino en la confianza en el futuro. Por mucho que la derecha clame que el endeudamiento es intolerable, sabe que la purga puede significar una sangría fatal para el crecimiento. El nivel de la deuda global (familias, bancos, déficit presupuestario, gastos sociales) no es una cuestión de niveles, sino de estructura. ¿Quién la controla? ¿Los residentes europeos u otros? Por mucho que la izquierda jure que llevará al capital financiero al cadalso, sabe que lo necesita para conseguir liquidez y generar una nueva situación con tres frentes: salarios más altos para reactivar la máquina; un Grenelle al cuadrado para un empleo y una industria sostenibles; e inversiones en la economía del conocimiento, sin las cuales el desarrollo sostenible no es más que un cosmético publicitario.
El inexorable choque con la renta. Los Estados europeos se encuentran en la cresta de la estagnación sostenible por haber rechazado las diversas terapias existentes: la reestructuración de la deuda mediante una desvalorización de los activos en manos de los acreedores; una dosis de inflación del 4% por año para disminuir la carga de los reembolsos; la creación de moneda, como acaba de hacer Estados Unidos. Pero el capital financiero no ha querido incrementar en Irlanda el impuesto sobre sociedades, del mismo modo que se ha negado a la reestructuración de la deuda, pues tales medidas significarían reducir el peso de la renta (los ingresos generados por quienes tienen inversiones de capital). Tras el lloriqueo por las deudas de los demás Estados y por el euro, está el bloque de Europa del norte, que, como Ángela Merkel, quiere el pastel de las exportaciones en la zona euro, el dinero de las inversiones financieras y a la hija del pastelero (el equilibrio presupuestario). En vano. Alemania debe decidirse a pagar, y seguir a Francia.
El mercado europeo bien merece una misa federal. Seamos equitativos con los pájaros de mal agüero que siembran la desconfianza. Tampoco son tan irracionales los mercados europeos. Votan por una Europa federal y contra una gestión dividida de los Estados: unidad de fachada, cada uno para sí, oral de repesca y… de vuelta a la casilla de salida. Si el euro es una muralla contra la escisión, ¿no ha llegado el momento de pasar a un auténtico presupuesto federal –y no del 1%, sino del 5%- alimentado por un impuesto europeo, con la posibilidad de generar déficit para el crecimiento sostenible? Si el Banco Central Europeo ha dejado su papel de simple garante de la estabilidad de los precios, ¿no es éste el momento de pasar a una Europa política, sin la cual se monopolizan los inconvenientes del euro –restricciones presupuestarias- sin tener las ventajas de una moneda de reserva internacional? Es preciso que se puedan recibir préstamos en euros, reducir los tipos y repartir según las necesidades de las diferentes provincias de la Unión, que es en lo que se han convertido esos Estados que todavía se creen soberanos. Ésta es la revisión a la que no podemos escapar, a no ser que le digamos adiós a la Unión Europea.
Yann Moulier-Boutang (1949) es economista, ensayista y analista político.
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