Moisés Naim
La confusión acerca de lo que se debe hacer también complica la toma de decisiones. Proliferan las "propuestas para salir de la crisis" avaladas por una institución o un economista prestigioso. Muchas de estas propuestas son contradictorias entre sí, pero las que evitan las decisiones más duras son las mejor acogidas. El gobierno experimenta con algunos de estos paliativos que, desgraciadamente, no hacen mella en la crisis. Aumenta el conflicto social mientras sindicatos, asociaciones empresariales y grupos regionales presionan al gobierno para obtener salvaguardas, subsidios y otras medidas que disminuyan el costo que la crisis está teniendo para sus miembros. La acumulación de medidas sectoriales dificulta y pospone la adopción de soluciones nacionales y más permanentes. Al cabo de un tiempo, la realidad termina imponiéndose y el gobierno (usualmente un gobierno distinto) logra tomar las decisiones que vuelven a poner al país en la senda del crecimiento y el empleo.
¿Cuál es el país -y el gobierno- que acabo de describir? Pues esto fue exactamente lo que sucedió en los años 1990 en la Argentina de Carlos Saúl Menem, en la Malaisia de Mahathir Mohammed, en el México de Carlos Salinas de Gortari, la Rusia de Boris Yeltsin y en la Indonesia de Suharto. Y es lo que está sucediendo hoy en la España de José Luis Rodríguez Zapatero y otras naciones europeas postradas por la crisis económica. La tragedia evoluciona siguiendo un guión universal y predecible: Primer acto: negación de la crisis. Segundo acto: rabia y denuncia a especuladores, medios de comunicación y banqueros. Tercer acto: adopción de paliativos y paños calientes que nada resuelven. Cuarto acto: grave crisis económica, social y política. Quinto acto: se toman medidas que se había jurado nunca tomar.
Cuando inicialmente Rodríguez Zapatero cuestionó que España tuviese una crisis económica no hacía más que emular a Yeltsin o a Menem. Cuando su ministro de Fomento, José Blanco, dijo que "nada de lo que está ocurriendo en el mundo, incluidos los editoriales de periódicos extranjeros, es casual o inocente" y que la debilidad del euro se debía a "maniobras un tanto turbias" por parte de los "especuladores financieros" no hacía sino repetir lo que alguien tan diferente de él como el Malayo Mahathir cuando expresó que el culpable de la devaluación de la moneda de su país era "el especulador" George Soros.
Cuando la ministra Elena Salgado presenta ante los mercados financieros un plan basado en escenarios financieros que muy pronto se revelan como demasiado optimistas, está repitiendo lo que incontables ministros de economía de países en crisis han hecho para apaciguar a los mercados: presentaciones audiovisuales en vez de reformas estructurales. No fueron nada originales los dirigentes europeos cuya primera reacción fue decir que jamás aceptarían los préstamos que el Fondo Monetario Internacional (FMI) otorga con la condición que se adopten políticas que corrijan los desequilibrios económicos. Son los mismos que hoy se están tragando esas palabras y se preparan para la inminente negociación que tendrán con el FMI. Esta es la misma y humillante ruta retórica que han transitado habitualmente los reticentes clientes del FMI. Lo único nuevo es que en este caso los "clientes" son Europeos.
Es verdad que es difícil aprender de las experiencias de otros. Pero aprendiendo de otros la España de hoy podría ahorrarse mucho sufrimiento económico innecesario. La experiencia ajena le ayudaría a reconocer que sus problemas no se aliviarán mientras siga posponiendo la adopción de reformas económicas que hoy lucen remotas e inaceptables.
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