Juan Carlos Escudier, en 'Público'
Visto en perspectiva y después de echar las cuentas, si hace tres años nos hubieran dado a elegir entre cargar con un sistema financiero ruinoso o con el que tenemos, de cuya acrisolada solvencia hemos presumido ante el mundo, no está claro que la bancarrota fuera una opción tan terrible como se pensaba. Recapitulando, si a los 20.000 millones de euros del Fondo para la Adquisición de Activos Financieros que pusimos de entrada para comprar sus papelitos triple A y dar liquidez a las entidades sumamos los 4.000 millones que debió llevarse el agujero de la Caja de Castilla-La Mancha, y si a eso añadimos los 11.000 millones del Fondo de Reestructuración Bancaria (FROB) y los 20.000 que se prevén para recapitalizar cajas y bancos, el resultado es que habremos destinado a la causa 55.000 millones (más de nueve billones de pesetas) sin despeinarnos. Si no llegan a ser solventes tenemos que empeñar los calzoncillos.
La tarea del no menos solvente supervisor bancario es para enmarcar. No es únicamente que las fusiones frías que autorizó sólo se hayan mostrado útiles para que ningún consejero quedara en el paro, sino que ninguna de las grandes operaciones de concentración auspiciadas por el Banco de España cumpliría con los nuevos requisitos de capital que se exigirán en septiembre, especialmente y por su tamaño la de Cajamadrid y Bancaja.
El plan para nacionalizar por la puerta de servicio a las entidades que no logren recapitalizarse antes de la fecha indicada es para echarse a temblar. Reconvertidas en bancos y con el Estado al frente de su gestión, lo probable es que precisen de más saneamientos, dada la inveterada costumbre que tiene el sector de mentir en sus balances. En resumen, que los contribuyentes tendremos que volver a apoquinar a escote para que, limpios y esplendorosos, los nuevos bancos regresen al sector privado a precios de amigo.
Hubo quienes, al principio de la crisis, propusieron transformar las cajas de ahorro en una verdadera banca pública para mantener el flujo de crédito a empresas y familias en vez de especular con el dinero gratis del BCE. Aquella idea debió resultar muy bolchevique al socialismo de diseño y nadie la tomó en consideración. Hoy se retoma desde esa óptica tan liberal de nacionalizar las pérdidas y privatizar los beneficios.
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