Resulta sumamente curioso y relevante que en el actual momento de crisis que atravesamos la ONCE (Organización Nacional de Ciegos de España) lance un nuevo juego de azar, el nuevo rasca y gana. Hay que tener presente, que hace como un par de años, la administración de loterías del Estado lanzó al mercado el famoso rasca; ambos juegos poseen la particularidad de que al ser un cartón sobre el que se rasca, probablemente con una moneda que se emplee en una nueva apuesta, se sabe en el mismo instante si serás el premiado o no. La premura de ganar, unido al acto de que uno mismo desvela si bajo el cartón se esconde el tesoro del premio, fomenta el juego y por lo tanto el refuerzo es inmediato.
Pero es que además el Nuevo rasca posee un valor añadido al salir al mercado en este momento y es que dada la actual situación de incertidumbre laboral y de creciente paro a la gente se le suscitan nuevas y variadas ofertas para satisfacer y lograr la tan soñada solución mágica a sus problemas; cuando todo el mundo sabe que aquel dinero que se percibe a través de los juegos de azar posee una alta probabilidad de ser malgastado, puesto que no existió esfuerzo alguno en conseguirlo; y es más, el buscar atajos por medio de los golpes de la fortuna solo contribuye aún más a fomentar el que las personas se encuentren tiranizadas por la pluralidad de objetos del deseo: casas, coches, viajes, operaciones de cirugía estética, etc… Estos objetos del deseo se encuentran unos al alcance de ese golpe de suerte pero otros sólo para ser soñados, y así como hay más deseos que posibilidades reales de conseguirlos se crea como diría Freud un falla entre el principio de realidad y el principio de placer que fomenta el principio de superstición, como sostiene el catedrático de psicología Marino Pérez en el libro La superstición en la ciudad (1.993): “esta condición del individuo, que se ha caracterizado como “flotación” (el llamado “individuo flotante), y que da lugar a los problemas psicológicos, también deja margen para la superstición, es decir, para la solución mágica “del malestar de la cultura”. Por que la ciudad de hoy, es el contexto más propicio para la superstición, pues se crean muchas necesidades y se generan grandes deseos, haciendo incierta su satisfacción, de ahí la superstición en la ciudad, por el desbordamiento de los deseos frente a la incertidumbre.
Además cabe señalar que es como si el Estado y ciertas instituciones, en este caso la Once, reforzasen el que las soluciones a los problemas laborales de las personas – en paro, con cierto peligro de perder el empleo o en una situación precaria– sólo se encuentran a través de la diosa fortuna y no empleando soluciones racionales a problemas vitales.
Como muy bien sostiene el historiador J. Huizinga en su obra Homo Ludens (1.938): “el juego no sólo constituye una función humana tan esencial como la reflexión y el trabajo, sino que además, la génesis y el desarrollo de la cultura posee un carácter lúdico”; ahora bien, también cabe decir que ante la escasez de trabajo y tanto pensamiento débil, bien estaría una buena dosis de rebajar el azar y “apostar” debidamente por más trabajo de calidad y más reflexión; no por nada sino por que sosteniendo las línea argumentativa de J. Huizinga es necesario para que la cultura se desarrolle también en equilibrio entre la parte lúdica, la reflexión y el trabajo, puesto que el hombre no sólo vive de pan y circo.
El autor es psicólogo clínico.
Pero es que además el Nuevo rasca posee un valor añadido al salir al mercado en este momento y es que dada la actual situación de incertidumbre laboral y de creciente paro a la gente se le suscitan nuevas y variadas ofertas para satisfacer y lograr la tan soñada solución mágica a sus problemas; cuando todo el mundo sabe que aquel dinero que se percibe a través de los juegos de azar posee una alta probabilidad de ser malgastado, puesto que no existió esfuerzo alguno en conseguirlo; y es más, el buscar atajos por medio de los golpes de la fortuna solo contribuye aún más a fomentar el que las personas se encuentren tiranizadas por la pluralidad de objetos del deseo: casas, coches, viajes, operaciones de cirugía estética, etc… Estos objetos del deseo se encuentran unos al alcance de ese golpe de suerte pero otros sólo para ser soñados, y así como hay más deseos que posibilidades reales de conseguirlos se crea como diría Freud un falla entre el principio de realidad y el principio de placer que fomenta el principio de superstición, como sostiene el catedrático de psicología Marino Pérez en el libro La superstición en la ciudad (1.993): “esta condición del individuo, que se ha caracterizado como “flotación” (el llamado “individuo flotante), y que da lugar a los problemas psicológicos, también deja margen para la superstición, es decir, para la solución mágica “del malestar de la cultura”. Por que la ciudad de hoy, es el contexto más propicio para la superstición, pues se crean muchas necesidades y se generan grandes deseos, haciendo incierta su satisfacción, de ahí la superstición en la ciudad, por el desbordamiento de los deseos frente a la incertidumbre.
Además cabe señalar que es como si el Estado y ciertas instituciones, en este caso la Once, reforzasen el que las soluciones a los problemas laborales de las personas – en paro, con cierto peligro de perder el empleo o en una situación precaria– sólo se encuentran a través de la diosa fortuna y no empleando soluciones racionales a problemas vitales.
Como muy bien sostiene el historiador J. Huizinga en su obra Homo Ludens (1.938): “el juego no sólo constituye una función humana tan esencial como la reflexión y el trabajo, sino que además, la génesis y el desarrollo de la cultura posee un carácter lúdico”; ahora bien, también cabe decir que ante la escasez de trabajo y tanto pensamiento débil, bien estaría una buena dosis de rebajar el azar y “apostar” debidamente por más trabajo de calidad y más reflexión; no por nada sino por que sosteniendo las línea argumentativa de J. Huizinga es necesario para que la cultura se desarrolle también en equilibrio entre la parte lúdica, la reflexión y el trabajo, puesto que el hombre no sólo vive de pan y circo.
El autor es psicólogo clínico.
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