Casticlairac
“Algo huele a podrido en Dinamarca”, decía Hamlet. Pues algo huele a muy podrido en el barrio. La mayoría de las teorías económicas se han hartado de afirmar que las familias del vecindario (países desarrollados) tienen una capacidad prácticamente ilimitada de endeudamiento, ya que cuentan con una fuente de ingresos teóricamente inagotable: la capacidad de quitarles la pasta a los chicos.
Pero estas teorías, como teorías que son, no cuentan con el factor humano. Es decir, los padres (dirigentes). Y la conjunción planetaria, como diría la ínclita Leire Pajín, ha querido que el momento más crítico del sistema vecinal coincida con algunos de los progenitores más ignorantes y/o golfos de la historia del barrio (véase Pepita, el señor Papadopoulos, el Gorila, Evo…).
Y lo que en principio no se contemplaba como posible, la ruina total de familias enteras, ahora empieza a ser una opción real. De modo que los padres más responsables han despertado del sueño del dispendio desenfrenado y han tenido que empezar a hacer lo que todas las familias hacemos: echar cuentas.
Algo tan evidente como gastar sólo lo que se puede, o pedir préstamos que se puedan devolver, se sustituyó hace años por la filosofía “hago lo que quiero, cuando quiero y como quiero” a fuerza de pedir préstamos sobre préstamos, pagar intereses con nuevas deudas y así ir trampeando mientras todos se pegaban la gran vida.
Sin embargo, el despertador ha sonado, estos padres irresponsables se han caído de la cama y se han dado cuenta de un pequeño detalle: ahora toca pagar. Algunos como Pepita han cogido a sus hijos de los tobillos y los están sacudiendo como alfombras para sacarles hasta el último céntimo; otros como Doña Baracka, los Blair, los Schindler o los Le Fleur, más responsables y leídos, están creando normas para que esto no vuelva a suceder al tiempo que recortan gastos de donde pueden.
Pero lo mejor de todo es que, mientras todos tratan de arreglar el entuerto, Jordi se ha plantado hoy en el salón de casa, pinganillo ferolítico en ristre y con traducción simultánea, para amenazar a sus padres y hermanos con que “la relación entre su habitación y el resto de la casa puede quedar dañada” si no se hace lo que él quiere.
Jajajajajajaja. Perdonadme la carcajada pero es como si yo digo que me llevo muy bien con mi brazo derecho. Como si esa extremidad fuese un ente al margen de mi cuerpo y tuviese la misma categoría que el resto de mi anatomía en su conjunto. ¿No es para troncharse? Pues no, porque esa mamarrachada de Jordi, permitida y alentada por su mamá, supone un trozo menos de pan que echarse a la boca para sus hermanos. Si no, sería la monda.
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