José Blanco, en 'La Jornada'
Durante algunos días el rumor se extendió primero en los círculos financieros; más tarde en los medios: The New York Times tenía ya en su poder el informe de más de 600 páginas formulado por la FCIC (Financial Crisis Inquiry Commission), creada por el gobierno de Obama dentro de los primeros seis meses de su mandato, justamente para investigar y escribir sus conclusiones sobre el origen y el desarrollo de la crisis financiera en Estados Unidos, que rápidamente se extendió por el mundo, y que pronto también acabaría por convertirse en una crisis económica propiamente dicha.
El informe FCIC terminó saliendo a flote con un conjunto de conclusiones devastadoras. La estafa cometida por Bernard Lawrence Bernie Madoff, un delincuente encarcelado, antiguo corredor de bolsa, asesor de inversiones, non-executive chairman (especie de ejecutivo encargado de la visión de futuro) de la bolsa de valores NASDAQ, de quien se pensaba era el creador del mayor esquema Ponzi en la historia, se ha quedado chico.
Como se sabe un esquema Ponzi es un sistema de inversión que promete beneficios muy por encima de los que paga cualquier casa común de inversiones, sin una inversión real que la sustente, porque esos beneficios surgen de los últimos inversionistas, que al entrar en el negocio son quienes pagan a los que llegaron antes, formando una pirámide que en algún momento se derrumba; basta con que algunos de los primeros ahorradores retiren sus capitales, para que el castillo de naipes se derrumbe.
Firmas falsas, documentos adulterados u omitidos, hacen parte del negro trasfondo de la crisis financiera. Los grandes bancos contrataron a falsificadores para dar curso a los préstamos. Hasta el presidente Obama ha sido objeto de robo de firma. Por algún tiempo los bancos argumentaban y reconocían que había vicios de procedimiento, pero que éstos no afectaban la calidad del sistema, decían.
El contexto es importante. Un prolongado periodo de crecimiento económico propicia la espiral de confianza entre inversionistas, bancos y deudores. Se genera así una entropía positiva que impulsa a inversionistas, bancos y deudores a instalarse en la espiral de la confianza. Se genera de forma natural. Inversionistas, bancos y deudores hacen fluir el crédito cada vez con más rapidez y confianza. Las operaciones propician buenas ganancias para los inversionistas y para los bancos durante la fase de expansión de la burbuja.
La expansión de la burbuja responde, a partir de cierto momento al esquema Ponzi: a medida que entran nuevos demandantes de crédito, dispuestos a cubrir los costos crecientes del préstamo (dado el clima de prosperidad que vive la economía), los bancos pagan altos rendimientos a los inversionistas mediante la titularización de las deudas (en este caso fundamentalmente hipotecarias) y así los bancos cuentan con más capital para seguir prestando con intereses altos; el gran globo de la burbuja se mantiene a flote, como un gigantesco globo aerostático que mantiene la continua entrada de nuevos inversionistas y nuevos deudores. Ningún globo puede ser inflado indefinidamente. El globo se desgarra y se derrumba en el momento en que miles de deudores no pueden pagar los altos intereses de sus deudas hipotecarias que ya no están en manos de quien les prestó, sino pueden estar ya en cualquier otro banco de cualquier otro país. Ese desgarramiento produce un sangrado fenomenal en cadena.
Todo esto venía ocurriendo tiempo atrás, pero nadie lo paró. Entre otras lindezas, el informe expresa, dicho sea en forma sintética: la crisis era evitable; las fallas generalizados en la regulación financiera y supervisión resultaron ser devastadores para la estabilidad de los mercados financieros de la nación; los fracasos del gobierno corporativo y de la gestión de riesgos de muchas instituciones financieras fueron las principales causas de esta crisis; la combinación de un endeudamiento excesivo, las inversiones de riesgo, y la falta de transparencia pusieron al sistema financiero en camino de colisión para la crisis; el gobierno no estaba preparado para la crisis, y sus respuestas incrementaron la incertidumbre y el pánico en los mercados financieros; vivimos una ruptura sistémica en la responsabilidad y la ética; el colapso de las normas de los préstamos hipotecarios y la titularización hipotecaria encendió y propagó la llama del contagio y de crisis; las agencias calificadoras contribuyeron asestando calificaciones altas a los bonos basura; los derivados financieros dieron la puntilla.
Se lee en el informe: Los capitanes del dinero y los guardianes del sistema ignoraron todas las advertencias. Por ende omitieron cuestionar, entender y gestionar crecientes riesgos en desmedro de los intereses públicos. No fueron tropiezos, sino errores garrafales.
El informe muestra una investigación detallada de los hechos y reconoce que Estados Unidos debe asumir la culpa por haber causado la crisis financiera, pero no es difícil concluir que nadie dará paso a ningún cambio de fondo. Fueron revisados más de 4 millones de correos electrónicos, se realizaron entrevistas a más de 700 funcionarios de Wall Street, se llevaron a cabo 19 audiencias públicas. Pero, como dijo el senador Christopher Dodd: Wall Street puede más que Al Qaeda. Ciertamente esa es la verdad, aunque el mundo continuará cubriendo los costos y los latrocinios de los hijos financieros de Alí Babá.
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