EL DEMÓCRATA

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José Ignacio González Faus, en La Vanguardia

Acabamos de cumplir 600 años de la obra clásica de Maquiavelo. Si la escribiese hoy, ya no la titularía El Príncipe, sino ‘El Demócrata’. Al príncipe se le recomendaba que no busque ser amado, sino ser temido por sus súbditos: porque los humanos son tan cretinos que devoran aquello que aman, pero respetan aquello que temen. También el Demócrata debe saber eso, pues la raza humana no ha cambiado mucho. Pero, como las apariencias sí han mejorado, al Demócrata habría que darle hoy otros consejos.

1) El Demócrata ha de procurar tener bien controlados todos los órganos decisivos del poder judicial (Tribunal Supremo, Constitucional etcétera) de modo que haya siempre una mayoría a su favor en esas instancias. Así podrá después hacer sonoras declaraciones de respeto a la independencia de la justicia.

2) El Demócrata debe tener bien controlados al menos una buena parte de los medios de comunicación. De modo que puedan destilar el mensaje fundamental de un buen demócrata hodierno, que no es “hacer las cosas bien”, sino decir y repetir que estamos haciendo bien las cosas. Porque, en definitiva, aquello que se repite sin parar (sea falso o verdadero) acaba por convertirse en verdad. (Recordemos si no: “España va bien”, en los momentos en que se iba inflando la burbuja que luego nos estalló. O “estamos girando al centro”, en los días en que se afianzaba la extrema derecha y el renacer de las dos Españas)…

3) El Demócrata ha de tener de su parte a todos los poderes económicos del país. De este modo, entre otras cosas, dispondrá de pingües ayudas en las campañas electorales y podrá competir en situación ventajosa. Luego a esos poderes económicos se les reducirán los impuestos: que bastante gastaron ya financiando las campañas.

4) Y muy importante: el Demócrata debe procurar que la educación buena sea privada y accesible a pocos; y que la educación pública esté mal pagada y sea más bien regular. Pues unas multitudes bien educadas son siempre un peligro para la democracia, como ya avisó Ortega y Gasset con aquello de la rebelión de las masas. Mientras que unas masas con poca formación son perfectamente manejables a la hora de votar. Porque entre una derecha podrida y una izquierda perdida, ese votante preferirá siempre la primera en la que se reconoce más, como bien sabía Berlusconi.

5) Algo de eso diría hoy Maquiavelo reencarnado. Me preguntarán si todo ello no llevará a la oposición a una especie de parálisis mental, peligrosa para nuestras apariencias democráticas. En el fondo se pretende eso. Pero el Demócrata sabe también que debe salvar las formas y cómo hacerlo. Para la oposición se dejan las que antaño llamé “izquierdas de plástico”, aparentes e inauténticas como las flores plastificadas.

Ahí caben el campo sexual y el anticlericalismo. Por el primero las izquierdas parecen tener tanta obsesión como nuestros obispos, aunque en dirección contraria. El Demócrata, según nuestro Maquiavelo reencarnado, deja a la oposición esas reivindicaciones. Ello le permitirá presumir de moralidad y ganarse apoyos episcopales, mientras sabe que si un día gobierna él, tampoco cambiará demasiado lo que había hecho la oposición en este campo (y si lo intenta, puede costarle muy caro). En el segundo campo entraría denunciar los acuerdos del 79 con el Vaticano.

Y no es que tenga yo nada contra esas reivindicaciones. Incluso, por muy constitucional que sea, me parece inmoral que las confesiones religiosas no paguen el IBI por edificios no destinados al culto. Y quisiera recordar que la Iglesia católica se declaró en el Vaticano II dispuesta a “renunciar a ciertos derechos legítimos cuando su uso pueda empañar la pureza de su testimonio”. Pero ¿es esa denuncia lo urgente hoy? ¿O se busca sólo que las Cortes la rechacen, tranquilizando la propia conciencia izquierdosa?

El Demócrata sabe que esas reivindicaciones son como el sintrom, que permite que la oposición vuelva a sentir la sangre circulando por sus venas. Pero que la izquierda ponga en ellas lo más visible de la propia identidad, como si fueran anteriores al pan para todos, vivienda para todos, salud y educación para todos o la máxima igualdad posible entre todos, en momentos en que el Estado de bienestar va siendo desmantelando sigilosamente, descorazona. Así se transigió con una monstruosa reforma de la Constitución de modo que “el pago de los créditos para satisfacer los intereses y el capital de la deuda pública gozará de prioridad absoluta”. ¡Por delante de derechos personales primarios! ¡Sin que les temblase la mano y sin consultar al pueblo! Aceptando que el dinero no existe para servir a los hombres, sino que la mayoría de los hombres deben vivir para servicio del dinero. Antiizquierda, anticristiano, inhumano, inmoral… Más importante y más urgente era no transigir en que los poderes judiciales sean nombrados por el poder político. O reformar la ley electoral… Pero la oposición se parece a aquellos serenos de La verbena de la Paloma que, sin saber qué hacer, se decían “vamos a dar otra vuelta a la manzana”.

El balance es que el Gobierno puede bajar sin que la oposición logre subir. Lo que buscaba Maquiavelo.

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