El presidente sigue empeñado en convencernos de que hemos superado la crisis, a pesar de que los datos indican lo contrario
Juan Torres López, en El Pais Andalucía
La cara del expresidente Zapatero cuando le anunciaron que ETA había hecho estallar una bomba en la terminal 4 del aeropuerto de Barajas fue una expresión paradigmática de lo que puede ocurrirle a un dirigente político cuando vende la piel del zorro antes de haberlo cazado. Sus planes se chafaron y su credibilidad se vino abajo, quizá ya casi sin remedio y para siempre, a partir de entonces. Ahora, mucho me temo que algo parecido va a ocurrirle a Rajoy aunque sea por razones diferentes.
El presidente sigue empeñado en convencernos, como en el reciente debate sobre el Estado de la Nación, de que ya hemos superado satisfactoriamente la crisis, a pesar de que los datos no solo no lo confirman sino que indican lo contrario.
Es difícil saber si cuando dijo eso Rajoy tenía ya en sus manos los datos del Instituto Nacional de Estadística que muestran que el PIB del cuarto trimestre de 2013 creció solo un minúsculo 0,17%, casi nada, y la mitad del crecimiento anunciado días antes por su Ministro de Economía. Pero si no sabía ese dato concreto (lo que me parece improbable) el presidente sí tendría que saber que el recorte de gasto público realizado por su ministro de Hacienda había sido especialmente fuerte en ese periodo (un 3,9%) y que eso inevitablemente iba a repercutir muy negativamente en la evolución global del PIB, puesto que el gasto del sector público en su conjunto representa más o menos un euro de cada cinco de su volumen total.
Por tanto, Rajoy, como cualquiera que simplemente coteje la evolución de los diferentes componentes del PIB (consumo familiar, inversión empresarial, gasto público y saldo exterior), podía saber que su ya de por sí levísima mejoría anterior se había logrado gracias al gasto público, porque las demás o habían registrado valores negativos o insuficientes para lograr aumentos mayores en su tasa de crecimiento. Como también debía conocer la nueva caída de la industria, el significativo parón de los servicios o que el IPC en este sector fuese negativo por primera vez en 50 años. Por tanto, seguir afirmando, como hacía Guindos y como repetía el presidente, que la actividad económica estaba mejorando era, más que aventurado, un desafío consciente a la verdad, un farol.
No se puede negar que la economía española ha recobrado cierto nivel de actividad en algunos ámbitos y que la confabulación de los banqueros y grandes directivos y empresarios para decir que todo va mejor ha tenido cierto efecto galvanizador. Pero los datos indican claramente que es muy insuficiente, estadísticamente casi no significativa, que solo se produce en actividades que no son capaces de actuar como motores de toda la economía y que, para colmo, prácticamente no comporta creación alguna de empleo sino, por el contrario, un aumento de la desigualdad muy grande y perjudicial para el consumo y, por tanto, para la recuperación de la actividad empresarial.
El empeño de Rajoy resulta por eso muy peligroso y nos va a costar muy caro a todos. No solo por los costes sociales y políticos que se generan cuando, antes o después, la población descubre que ha sido engañada sino, sobre todo, por el riesgo que supone conducir por una endiablada carretera de montaña convencido y tratando de convencer a los demás de que no hay curvas por delante.
Me gustaría equivocarme, pero si Rajoy sigue conduciendo una depresión económica como si se encontrase en una fase de recuperación se va a encontrar con otra bomba en la T4. En el mejor de los casos, va a lastrar para muchos años la posibilidad de volver a crear empleo y de recuperar la actividad de las miles de empresas que están desapareciendo. El peor es la debacle que se producirá si la demanda exterior sigue deteriorándose, como se espera, si la insolvencia generalizada de los bancos provoca otro latigazo de crisis financiera, como es prácticamente seguro que ocurra o, simplemente, si comienzan a subir los tipos de interés, como se vaticina.
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