NO QUEREMOS EDUCACIÓN

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Paul Krugman,en 'El País'

La esperanza es lo último que se pierde. Durante unas horas estuve dispuesto a aplaudir a Mitt Romney por hablar sinceramente de lo que significan realmente sus exigencias de tener un Estado más pequeño.

Pero olvídenlo. A renglón seguido, el candidato volvió a su yo normal, y negó que hubiese dicho lo que dijo, y ofreció muchas excusas que se contradecían entre ellas. Pero vamos a hablar de las verdades que dijo accidentalmente, y de lo que revelan.

En los comentarios que Romney trató de desmentir más tarde ridiculizaba al presidente Obama: “Dice que necesitamos más bomberos, más policías y más profesores”. Y acto seguido afirmaba: “Es hora de que recortemos el Estado y ayudemos a los estadounidenses”.

Pueden ver por qué estaba dispuesto a darle puntos por su sinceridad. Por una vez admitió de hecho lo que sus aliados y él quieren decir cuando hablan de reducir el Estado. A los conservadores les encanta hacer creer que existen enormes legiones de burócratas públicos que nadie sabe qué están haciendo; en realidad, la mayor parte de los trabajadores públicos son empleados que trabajan en la enseñanza (maestros) o en la protección pública (agentes de policía y bomberos).

Entonces, ¿deshacerse de los maestros, de los agentes de policía y de los bomberos ayudaría a los estadounidenses? Bien, algunos republicanos preferirían que los estadounidenses recibiesen menos formación. ¿Recuerdan que Rick Santorum describía a las universidades como “fábricas de adoctrinamiento”? De todas formas, ni el deterioro de la enseñanza ni el empeoramiento de la protección son temas de los que quiera hablar el Partido Republicano.

Pero la cuestión más relevante por el momento es saber si los recortes de empleos públicos que aplaude Romney son buenos o malos para la economía. Y ahora disponemos de muchas pruebas relacionadas con esa cuestión.

En primer lugar, está nuestra propia experiencia. Los conservadores les harán creer que nuestros decepcionantes resultados económicos han sido causados en cierta manera por el excesivo gasto del Gobierno, y eso impide al sector privado crear empleo. Pero la realidad es que el crecimiento del empleo del sector privado ha sido más o menos igual que el de las recuperaciones de las dos últimas recesiones; la gran diferencia esta vez es la caída sin precedentes del empleo público, que cuenta ahora con 1,4 millones de puestos de trabajo menos que si hubiese aumentado tan rápido como lo hizo con el presidente George W. Bush.

Y si tuviésemos esos puestos de trabajo adicionales, la tasa de desempleo sería mucho más baja de lo que es: algo así como del 7,3% en vez del 8,2%. Sin duda alguna, parece que recortar el Estado cuando la economía se encuentra en una profunda depresión resulta más perjudicial que beneficioso para los estadounidenses.

Sin embargo, la prueba realmente decisiva sobre los recortes del Estado proviene de Europa. Piensen en el caso de Irlanda, que ha recortado 28.000 puestos de trabajo públicos desde 2008, lo que equivale, en proporción a la población, a despedir a 1,9 millones de trabajadores estadounidenses. Estos recortes fueron aplaudidos por los conservadores, que vaticinaron grandes resultados. “La economía irlandesa está dando muestras alentadoras de recuperación”, declaró Alan Reynolds, del Instituto Cato, en junio de 2010.

Pero la recuperación nunca llegó; el desempleo irlandés supera actualmente el 14%. La experiencia irlandesa demuestra que la austeridad ante una economía deprimida es un terrible error que se debe evitar si es posible.

Y el hecho es que en Estados Unidos es posible. Pueden alegar que los países como Irlanda tuvieron, y tienen, unas opciones políticas muy limitadas. Pero Estados Unidos —que, a diferencia de Europa, tiene un Gobierno federal— tiene una forma fácil de dar marcha atrás en los recortes de empleo que están matando la recuperación: puede hacer que las reservas federales, que pueden pedir prestado dinero a unos tipos históricamente bajos, proporcionen una ayuda que permita a los Estados y a los Ayuntamientos capear las épocas malas. Eso, básicamente, es lo que el presidente estaba proponiendo y de lo que Romney se estaba burlando.

Por eso, el exgobernador de Massachusetts estaba diciendo la verdad la primera vez: al oponerse a ayudar a los Estados y a los Ayuntamientos acosados por los problemas, está en realidad pidiendo más despidos de maestros, de policías y de bomberos.

En realidad, es un poco irónico. Mientras que a los republicanos les encanta arremeter contra Europa, son en realidad los que quieren emular la austeridad al estilo europeo y sufrir una depresión al estilo europeo.

Y no es solo una deducción. La semana pasada, R. Glenn Hubbard, de la Universidad de Columbia, uno de los principales asesores de Romney, publicó un artículo en un periódico alemán en el que instaba a los alemanes a ignorar el consejo de Obama y a que siguieran llevando a cabo sus políticas de línea dura. Al hacerlo, Hubbard estaba desautorizando la política exterior de un presidente en ejercicio. Y lo que es más importante, sin embargo, estaba prestando su apoyo a una política que se está hundiendo mientras leen esto.

De hecho, casi todo aquel que sigue la situación actual se da cuenta de que la obsesión alemana por la austeridad ha llevado a Europa al borde de la catástrofe, es decir, a casi todos, menos a los propios alemanes, y miren por dónde, al equipo económico de Romney.

Ni que decir tiene que esto pinta mal si Romney gana en noviembre. Todos los indicios apuntan a que su idea de política inteligente consiste en redoblar los mismísimos recortes de gasto que han impedido la recuperación en Estados Unidos y que han hecho que Europa entre en una barrena económica y política.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel 2008

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