Queridos lectores,
Hay un tema que recurre en las últimas discusiones y tiene que ver con la posibilidad de mantener una sociedad estable y viable disminuyendo voluntariamente el consumo. Tal afirmación es innegablemente cierta: siempre digo que resulta ridículo hablar de escasez de energía cuando se están consumiendo en el mundo cada día 85 millones de barriles de petróleo de 159 litros cada uno de ellos; piénsenlo: son más de 156.000 litros por segundo en todo el planeta, y cada litro de ese elixir mágico contiene la misma energía que un hombre sano y fuerte (100 vatios de potencia media) podría producir trabajando sin parar durante casi 4 días y medio (durante unas 106 horas aproximadamente). En suma, el monstruoso flujo de energía sólo del petróleo en el planeta equivale diariamente al trabajo de 60 millardos de fornidos esclavos energéticos de los de a 100 vatios infatigables la unidad: ocho y medio por cada habitante de este planeta, y eso sólo de petróleo (dado que el consumo global de energía primaria es de unos 14 Tw la media mundial contando todas las fuentes es de 20 esclavos energéticos por persona; la media europea llega a 45 esclavos energéticos per cápita, mientras que en EE.UU. la media es de 120 esclavos por patrón humano). Juzguen Vds. ahora si se puede hablar de escasez con esos números, sobre todo teniendo en cuenta cómo se derrocha la energía.
Y sin embargo se está produciendo una situación de escasez. Esta escasez no es técnica, como tantas veces se ha discutido en el blog, ni es material (porque aunque en el futuro habrá menos energía se tiene tanta que podríamos pilotar un lento y suave descenso hasta llegar a un suelo firme renovable; con un consumo uno o dos órdenes de magnitud inferior al actual, eso sí). El problema de la escasez viene de que energía y economía están íntimamente ligadas, y pretender ver las dos variables separadamente, hasta el punto de intentar resolver los problemas de una independientemente de los de la otra, impide ver la profundidad del abismo al que como sociedad global (y no sólo occidental) estamos abocados.
En lo que sigue explicaré algunos conceptos que muestran hasta qué punto no podemos desligar energía de economía en nuestra sociedad, y cómo pretender resolver el problema energético sin antes cambiar el modelo económico está inevitablemente abocado al fracaso. No demostraré nada en concreto ni cuantificaré de manera precisa el balance energético-económico de las transacciones humanas descritas; sólo pretendo por la vía de algunos casos y ejemplos hacerles comprender cuán necesario es un tratamiento holístico de esta cuestión y cómo las típicas soluciones simples de ahorro y eficiencia que se proponen desde las tascas de nuestros pueblos hasta en las más altas magistraturas del Estado pecan de una cortedad de miras que las hace inútiles, cuando no contraproducentes, en la práctica.
Una primera cuestión a tener en cuenta, comentada frecuentemente en el ámbito del Peak Oil, es la paradoja de Jevons. Para los que no conozcan la historia: Willam Stanley Jevons, lord inglés que vivió hace cosa de dos siglos, observó que en el siglo XIX a medida que se introducían mejoras en las máquinas de vapor de modo que se aumentaba su eficiencia el consumo de carbón subía, en vez de la esperada disminución. La razón es que se produce lo que en economía se llama un efecto rebote: si disminuyes el coste de un producto (coste en dinero o en energía) sin modificar otros factores resulta que se está dando un incentivo para consumir más de ese producto si su mayor consumo nos reporta una ventaja, ya que con la misma renta disponible podremos consumir más; peor aún, quien antes no podía acceder a este consumo por tener una renta insuficiente ahora podrá hacerlo. Por supuesto que el efecto rebote no suele afectar a áreas donde no hay una ganancia real por el mayor consumo del producto (por ejemplo, no es cierto que si cambiamos las bombillas por unas de mayor eficiencia se esté dando pie per se a poner más bombillas; si se compran más es por otros motivos), pero sí que el rebote está presente y es muy determinante sobre todo en la adquisición de bienes de equipo destinados a la producción de bienes y servicios, es decir, a la actividad económica. Se ha de entender, por tanto, que el repetido llamamiento a la mejora de la eficiencia es contraproducente si no está acompañado de otras medidas, porque en vez de dar un estímulo a consumir menos da un estímulo a consumir más. Un ejemplo: si un coche gasta 20 l/100 Km y la gasolina está cara menos gente se comprará un coche, pero si el mismo coche, a precio semejante, gasta 5l/100 Km automáticamente una mayor cantidad de gente considerará que es una buena idea comprar el vehículo. La realidad está trufada de ejemplos similares, en los que las mejoras en la eficiencia en general (no sólo energética) y no sólo en el consumo de los aparatos sino de los medios de la producción ha disparado el consumo de muchos productos (¿quién se planteaba comprar un PC hace 30 años?). El problema es que las medidas que han de acompañar a la mejora en la eficiencia han de ser medidas de planificación, de racionamiento. El problema del racionamiento ya lo hemos comentado en estas páginas: si se intenta hacer compatible con una economía de mercado, o incluso en su ausencia, se origina un mercado negro que puede desestabilizar el sistema al favorecer el crecimiento de mafias que acaban fagocitando al Estado en los casos extremos. Con todo, ya saben que el Gobierno británico, que está prestando más atención que otros al problema del Peak Oil, ha considerado la posibilidad de implantar cartillas de racionamiento para la energía. Sea como fuera, la eficiencia sólo tiene sentido si se limita el acceso a las materias primas desde arriba, y eso casa mal con nuestra economía de libre mercado. Además, el aumento de la eficiencia implica una disminución del coste de producción (coste energético y también coste económico) con lo que el valor de lo producido en realidad no aumenta, el PIB es constante. Es decir, con una limitación de acceso a los recursos al mejorar la eficiencia se suministran más bienes y servicios pero simplemente porque el coste unitario (económico y de recursos) de los mismos disminuye. En esencia, una tal economía no crece. Y no crecer, ahora lo veremos, es veneno para nuestro sistema económico.
Otra posibilidad que se suele comentar, y es a la que se ha abonado el comentarista Darío Duarte, es que con la adecuada concienciación social se puede ahorrar muchísimo y así postergar el colapso mientras la sociedad se adapta a una nueva realidad de recursos materiales más escasos. Todos somos conscientes de que en nuestra sociedad occidental se malgasta muchísimo. Tiramos comida en buen estado que sólo sirve para engordar las alimañas de los vertederos, gastamos agua a raudales sin ton ni son, cambiamos continuamente de ropa, de móvil, de coche… en España hubo una época no tan lejana en que casi se cambiaba de casa cada cierto tiempo. No necesitamos tanto, qué duda cabe. Posiblemente con la décima parte, incluso la centésima parte de eso podríamos tener una vida digna y funcionalmente muy parecida a la actual. Ahorraríamos los esenciales recursos y nos sería hasta asequible montar un sistema de energías renovables a esa escala, y en cuanto al resto de materias primas, añadido al descenso de consumo, su uso más racional y el reciclaje integral podríamos postergar los problemas de agotamiento varios milenios, mientras aprendemos a sintetizar materiales eficaces a través del carbono y de otros átomos abundantes. En suma, he aquí un camino claro y expedito a la solución, a la evitación segura de cualquier riesgo de degradación social y de caos. Pero, ¿por qué no le seguimos? Simplemente, porque no podemos. No es posible dejar de consumir a este ritmo, y es necesario consumir a un ritmo creciente. Es una necesidad del sistema financiero. Sin ese consumo creciente una masa que acabaría siendo mayoritaria se encontraría sin empleo y sin medios de subsistencia, y dado el modelo de deuda y de propiedad privada que tenemos sin una total subversión del orden imperante, sin una revolución en la que la gente tomase por la fuerza las propiedades y el poder, el destino de toda esa gente es el de agonizar y morir. Puede parecer estúpido, pero de hecho es algo repetido en la historia de la Humanidad: Jared Diamond lo comenta en su libro “Colapso: por qué algunas sociedades deciden fracasar y otras tienen éxito”. Sabemos de 26 civilizaciones antiguas que colapsaron porque no fueron capaces de encontrar un modelo alternativo a la gestión de sus recursos, en algunos casos por falta de imaginación, por estar demasiados atrapados en su Bussines As Usual, su BAU; perecieron por la disminución de los recursos disponibles pero no por la falta de recursos propiamente dichos. Un caso paradigmático es el de los Mayas en Yucatán, que se lanzaron a una serie de guerras de dominio sin tener suficientes recursos para sostenerlas (fundamentalmente maíz en su caso), y al final colapsaron hasta desaparecer de aquellas tierras aunque el territorio aún era capaz de soportar una población semejante a la que colapsó. Y es que en la guerra se gastó todo el maíz y se destruyeron algunas obras de irrigación fundamentales para mantener una buena productividad, y los combatientes no pudieron aguantar hasta la siguiente, y más exigua, cosecha. ¿Se parece nuestra situación a la de los mayas? Veamos algunos ejemplos ilustrativos.
En una reciente conferencia en Barbastro, un defensor de las soluciones de base sólo tecnológica a nuestro problema de sostenibilidad comentó que en España cada persona consume en media 20 kilos de ropa al año. Una cantidad que consideró desmesurada, y si en vez de dedicarle tantos recursos materiales y energéticos a esa producción, un gasto bien frívolo, se destinasen a preparar la transición todo sería mucho más fácil. Sin embargo, el proponente de esta idea (similar, todo sea dicho de paso, a otras que centran sus críticas en otra actividades mas o menos crematísticas que son norma en nuestra sociedad) no caía en la cuenta de que si de golpe y porrazo en España se pasase de consumir 20 kilos de ropa por persona y año a, pongamos, un solo y frugal kilo, nos encontraríamos que el 95% de la producción actual de las compañías textiles que operan en nuestro países tendría que desaparecer. Qué liberación de recursos, pensarán Vds., pero eso seguramente implicaría la quiebra y desaparición del 95% de estas empresas (bueno, de su negocio en España) y el 95% de sus empleados se irían a la calle. Además, también se irían a la calle el 95% de los empleados del sector logístico especializado en la distribución del textil. Tendrían por supuesto que cerrar el 95% de las tiendas de ropa y las secciones de confección de los grandes almacenes se reducirían en un 95%. Ésto sería sólo el impacto directo de esa caída del consumo, pero después se ha de contabilizar el indirecto: ese 95%, o más, de disminución de impuestos que cobraría el Estado de los sectores afectados; esa pérdida de clientes de los bares que están en las calles comerciales, esa disminución de la venta de otros bienes y servicios debido al ingreso en la lista de parados de todos esos contingentes; los cuales, además, supondrán un coste extra al Estado, que aparte de disminuir ingresos aumenta así gastos y por tanto tiene que recortar de otras actividades, generando más paro y más contracción económica en los sectores auxiliares afectados. En fin, es obvio que tal cambio no se puede hacer de la noche a la mañana, so pena de causar un daño mayor. Esencialmente, nuestro sistema económico es un obeso mórbido con la tensión altísima cuya vida corre peligro pero al que no se puede hacer adelgazar demasiado rápidamente so pena de inducirle tales descompensaciones que igualmente lo mataríamos. Así que lo tenemos que adelgazar poco a poco, mientras vamos desinflando los gastos superfluos y vamos invirtiendo en los esenciales. ¿Y cuáles son los esenciales, dirán Vds.? Bueno, invertir en renovables, invertir en huertos… El problema es que no pueden esperar que ese cambio suceda espontáneamente; ya explicamos aquí que a partir de un cierto punto invertir en renovables no es rentable con los criterios económicos estándar, y que de hecho las renovables no pueden resolver la crisis energética tal y como se está planteando su implantación. Como no se puede obligar a los inversores a gastar su dinero en algo que ahora mismo no perciben como rentable, y el Estado no tiene dinero ni para subvencionar el despliegue (no digamos ya financiarlo), el hecho es que no se va a financiar las actividades fundamentales para el cambio de modelo productivo, económico y social. Y para cuando sea evidente que es necesario hacerlo el nivel de degradación del mercado será tan acusado que faltará capital y faltarán algunos suministros básicos, con lo que será una tarea ardua y penosa, si no directamente imposible.
Seamos francos: no hay una apuesta real por un cambio del sistema. Sí, se va invirtiendo algo en energías renovables, pero con criterios de rentabilidad clásicos. ¿Qué repiten los gestores de inversión sobre las renovables? Que han de mejorar tecnológicamente para que sus costes bajen y sean rentables. Y cuando dicen rentables no quieren decir que cubran gastos, no; lo que quieren decir es que han de tener tiempos de retorno de la inversión de unos pocos años y que la rentabilidad sea como mínimo del 5% anual. En suma, no se quiere jugar a otro juego que no sea el BAU de siempre, no se acepta que las reglas han cambiado, y se intenta forzar la Termodinámica para que las renovables renten en función de esas cifras que acabo de comentar. Pero la Termodinámica es muy tozuda…
¿Cuál es, por tanto, la realidad del patrón que se sigue? La de intentar aumentar el consumo, no de reducirlo. ¿Se acuerdan? Al principio de esta crisis se dijo que consumir es patriótico; lo dijo incluso Gordon Brown, entonces primer ministro del Reino Unido. Y es que sin aumento del consumo no hay crecimiento económico, y sin crecimiento económico no se pueden pagar las deudas. ¿Y qué creen que pasará ahora que estamos entrando en una nueva ola recesiva? Pues que con más problemas de deudas que no podemos pagar poco o nada vamos a pensar en desmantelar actividades más o menos rentables por otras que lo son mucho menos, y encima con la deuda a cuestas. ¿Saben cuántas veces he oído que con esta crisis que tenemos no es momento de hacer inversiones en energías verdes, que eso después, cuando se supere la crisis? No se les puede culpar, es lógico, no son rentables. Cuando se supere la crisis, dicen, cuando acabe esta crisis que no acabará nunca. Así es fácil de entender que yo crea que de esta espiral de degradación económica sólo se pueda salir mediante una explosión social, mediante una revolución. Alternativamente, mediante el colapso.
Oil Crash Observatory
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