NO SE DEJEN ENGAÑAR, EL PRESUPUESTO PÚBLICO NO TIENE NADA QUE VER CON EL PRESUPUESTO FAMILIAR

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Randall Wray

Cuando un demagogo quiere atizar la histeria sobre los déficits del presupuesto federal, invariablemente comienza con una analogía con el presupuesto familiar. “No hay hogar que pueda permitirse gastar siempre más que lo que ingresa; tampoco puede hacerlo el gobierno federal”. Aparentemente, resulta razonable; profundícese un poco en la afirmación, y se verá que es un sinsentido total. Un gobierno soberano no guarda el menor parecido con un hogar. He aquí algunas diferencias notables:

1.- El gobierno federal de los EEUU tiene 221 años de existencia, si datamos su nacimiento con la adopción de la Constitución. Es la mejor fecha que podamos imaginar, pues con la Constitución se instituyó un mercado común en los EEUU, se prohibió a los estados federados la interferencia en el comercio interestatal (por ejemplo, mediante gravámenes), se otorgó al gobierno federal el poder de imponer y cobrar impuestos y se reservó al gobierno federal la capacidad para crear moneda, regular su valor y fijar los pesos y medidas de los que viene nuestra moneda de pago, el dólar. Yo no sé de ningún cabeza de familia que tenga una longevidad, aparentemente indefinida, comparable. Esto podría parecer irrelevante, pero no lo es. Cuando ustedes mueran, sus deudas y sus activos tendrán que ser asumidos y liquidados. No hay un “día del juicio final”, un gobierno soberano no se enfrenta a una fecha final de vencimiento de pagos. Tampoco sé de ningún hogar que tenga poder para fijar impuestos, para dar nombre a –y emitir— la moneda que usamos y menos aún para exigir que los impuestos se paguen y que se paguen en la moneda por él emitida.

2.- Con una breve excepción, el gobierno federal de los EEUU ha estado año tras año, ininterrumpidamente, en situación de deuda desde 1776. En enero de 1835, por primera y única vez en la historia de los EEUU, se retiró la deuda pública y se mantuvo un excedente presupuestario durante los dos años siguientes, a fin de acumular lo que el entonces secretario del Tesoro, Levi Woodbury, llamó un “fondo para afrontar futuros déficits”. En 1837, la economía colapsó en una honda depresión que generó un déficit presupuestario, y desde entonces, el gobierno federal no a hdejado de ser deudor. Desde 1776, ha habido exactamente siete períodos con substanciales excedentes presupuestarios y significativas reducciones del volumen de la deuda. Entre 1817 y 1821, el monto de la deuda nacional cayó un 29%; entre 1823 y 1836 se eliminó la deuda pública (los esfuerzos del[ presidente Andrew] Jackson); entre 1852 y 1857 el volumen de la deuda cayó un 59%; entre 1867 y 1873, un 27%; entre 1880 y 1893, más de un 50%; y entre 1920 y 1930 se redujo en alrededor de un tercio. Se calla por sabido que la última vez que tuvimos un excedente presupuestario fue en los años de Clinton. Yo no sé de ningún hogar que haya sido nunca capaz de mantener déficits presupuestarios durante unos 190 de los últimos 230 años y acumular ininterrumpidamente deudas desde 1837.

3.- Los EEUU también han experimentado seis períodos de depresión. Esas depresiones empezaron, respectivamente, en 1819, 1837, 1857, 1873 y 1929. (¿Adivinan ustedes la pauta? ¿No? Pues repasen las fechas dadas más arriba.) Con la excepción de los excedentes presupuestarios de Clinton, toda reducción significativa de la deuda ha venido seguida de una depresión, y toda depresión ha venido precedida de una significativa reducción del volumen de deuda. Al excedente de Clinton siguió la recesión de Bush, luego una euforia especulativa, y finalmente, el colapso en que nos hallamos ahora. Y todavía no está dicha la última palabra respecto de si podremos ahora arreglárnoslas para evitar caer en otra gran depresión. Aunque nunca se pueden descartar las coincidencias, siete excedentes presupuestarios seguidos de seis depresiones y media (sin descartar que esto termine con redondeo de la cifra hasta siete) deberían ser capaces de abrir algunos ojos. Y, dígase de pasada, nuestros bajones menos graves casi siempre han sido precedidos por reducciones del déficit presupuestario federal. Yo no sé de ningún caso de depresión nacional causada por el excedente presupuestario de una familia.

4.- El gobierno federal es el emisor de nuestra moneda. Sus pagarés son siempre aceptados en los pagos. El gasto real del gobierno se hace acreditando depósitos bancarios (y acreditando las reservas de esos bancos); si ustedes no desean un depósito bancario, el gobierno les pagará en efectivo; si ustedes no quieren efectivo, les dará bonos del Tesoro. La gente trabaja, vende, mendiga, miente, roba y hasta mata para conseguir los dólares del gobierno. Ya quisiera yo que mis pagarés constituyeran semejante objeto del deseo. Lo cierto es que no sé de ningún hogar capaz de gastar acreditando depósitos y reservas bancarios o emitiendo moneda. Bueno, algunos falsificadores lo intentan; pero terminan en la cárcel.

5.- Algunos dicen que si el gobierno sigue incurriendo en déficits, un día de estos el valor del dólar caerá a causa de la inflación; o que su valor se depreciará en relación con las monedas extranjeras. Pero sólo un débil mental se negaría a aceptar dólares hoy por creer que en algún momento incierto en el hipotético y distante futuro su valor podría ser menor que el actual. Si ustedes tienen dólares que no quieren, háganme el favor y envíenmelos. Y obsérvese que, aun en el caso de que diéramos por buena la afirmación de que los déficits presupuestarios pueden traer consigo la devaluación de la moneda, todavía habría aquí algo característicamente distintivo: pues el que yo gaste más de lo que ingreso no trae consigo, comoquiera que se mida, la reducción de la capacidad de compra del dólar.

Si le dan un poco de pensamiento a la cosa, seguro que ustedes mismos encuentran otras diferencias entre el gasto de las familias y el gasto público. Ya sé que distinguir entre el gasto de un Estado soberano y el gasto familiar no elimina todos los miedos suscitados por el déficit. Mas, puesto que la analogía es traída con tanta frecuencia a colación, yo espero que la próxima vez que ustedes la oigan en boca de alguien, exijan a su interlocutor que explique exactamente por qué un presupuesto público es como un presupuesto familiar. Si su interlocutor dice que los déficits del presupuesto público son insostenibles, que el Estado tiene que terminar devolviendo todas sus deudas, pregúntenle cómo hemos conseguido arreglárnoslas desde 1837 para no dejar de acumular deudas. ¿O es que 137 años no constituyen un trecho temporal lo bastante dilatado como para configurar una pauta “sostenible”?

Randall Wray, profesor de teoría económica en la Universidad de Missouri en la ciudad de Kansas y consejero científico del Roosevelt Institute de prospectiva económica, es uno de los analistas económicos más respetados de los EEUU. Colabora con el proyecto newdeal 2.0 y escribe regularmente en la revista New Economic Perspectives.

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