LA CEGUERA DE NUESTRAS ÉLITES

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El euro está dejando de ser esperanza en un mundo mejor para la mayoría de los europeos

Antón Costas, en 'El País'

A estas alturas de la película de la crisis que estamos padeciendo, dos cosas son evidentes, al menos para aquellas personas pragmáticas que, para formar su juicio sobre la realidad, miran los datos sin dejarse llevar por prejuicios ideológicos.

La primera es que las políticas de austeridad no funcionan como vía para salir de la crisis, ni tampoco para el objetivo de reducción del déficit público. Al contrario, empeoran ambas cosas. Todos los países del euro que se han visto obligados a tomar dosis fuertes de austeridad están peor que al principio. Y aquellos otros que han tomado dosis más suaves tampoco están mejor. Este resultado es coherente con lo que nos dice el mejor conocimiento económico existente sobre los efectos de la austeridad practicada a lo largo del siglo pasado.

La segunda es que la austeridad empeora la salud social y política de los pacientes, generando fracturas de la cohesión social y quebrantos políticos. Portugal es un buen espejo. Su experiencia con la austeridad muestra que da lo mismo ser mal que buen alumno: los resultados son siempre malos. Después de año y medio de soportar estoicamente una austeridad salvaje para no caer en el estigma griego y con la esperanza de que valdría de algo, ese hilo de esperanza se rompió cuando, el 7 de septiembre, el Gobierno anunció una nueva vuelta de tuerca, con una reducción lineal de siete puntos de los salarios para transferirlos a las empresas. La medida fue vista por todos como socialmente injusta y económicamente ineficaz. Los ciudadanos rompieron su estoicismo y salieron masivamente a la calle. El Gobierno, aunque en pie, ha quedado noqueado y forzado a volver sobre sus pasos.

Ustedes me dirán: si esto es tan evidente, ¿por qué las élites políticas, empresariales y altos funcionarios que nos gobiernan no lo ven? Por ceguera. Aunque les sorprenda, no son capaces de captar lo que está ocurriendo, no logran advertir las consecuencias sociales y políticas.

La ceguera de las élites europeas para ver que las políticas económicas tienen límites sociales y políticos no es algo nuevo. Ya ocurrió dos veces a lo largo del siglo pasado, con el resultado de dos conflictos dramáticos.

Las causas de la actual ceguera de nuestras élites no son las mismas para todos los grupos que la forman. Es posible identificar cuatro grupos.

En el primero, formado por la élite política económica europea, la causa de su ceguera es de tipo ideológico. El ejemplo de David Cameron es ilustrativo. Reino Unido no necesitaba austeridad, y al no estar en el euro tampoco se le podía obligar. La austeridad fue una elección política. Lo mismo ha ocurrido con otros Gobiernos. Algunos, como los nuestros, decidieron suprimir impuestos como el de patrimonio, aun cuando eso iba a empeorar las cuentas públicas. La defensa de la opción de la austeridad por esta élite viene favorecida al no verse afectados en su vida cotidiana por sus consecuencias.

Hay un segundo grupo cuya ceguera tiene causa en la pereza burocrática y en la falta de coraje intelectual para pensar por su cuenta. En este grupo están muchos expertos y los altos funcionarios de Bruselas, del BCE y del FMI, que forman la troika que vigila el cumplimento de la austeridad. Si al menos leyesen los informes y estudios que publica el propio FMI, o cambiarían de opinión o pedirían ser relevados de esa función. ¿Han escuchado que la austeridad haya afectado a los sueldos de esta élite burocrática?

Estos dos grupos acostumbran a defender la continuidad de la austeridad con el argumento de que es necesario seguir tomando la medicina amarga para que finalmente cure la enfermedad. Se parecen al médico que después de meses y meses de aplicar una medicina inadecuada, cuando el paciente muere dice: “¡Qué pena!, si hubiese aguantado un mes más se hubiese curado”.

Un tercer grupo está formado por empresarios sometidos a la competencia internacional. Lógicamente viven obsesionados por la competitividad. Pero algunos solo ven su mejora en la reducción de los costes laborales y sociales, olvidando que el verdadero camino hacia la competitividad sostenible son las mejoras de productividad.

Finalmente, existe un cuarto grupo formado especialmente por las élites financieras y de las grandes corporaciones. Su ceguera es debida a intereses de grupo y a falta de empatía con el resto de ciudadanos. Se ven como ciudadanos de un mundo globalizado que han roto toda relación emocional con las clases medias y trabajadoras nacionales. Son las que más ansiedad muestran por la renuencia del presidente Mariano Rajoy a pedir el rescate. Posiblemente porque tienen la seguridad de que ellos no pagarán las condiciones.

Todas estas élites han roto los lazos emocionales con las clases medias y trabajadoras, y ya no se ven compartiendo un futuro común. Esta ruptura psicológica provoca ceguera respecto a las consecuencias de unas políticas que derrumban la esperanza de la mayoría de la gente en el futuro. Adam Smith, el padre fundador de la ciencia económica, habló de la importancia del “principio de simpatía”. Se refería a la necesidad de que cada uno incorporemos en nuestro comportamiento económico la felicidad o bienestar de los demás. Esta “simpatía” con los otros es el cemento que cohesiona a una sociedad de mercado.

Pero nuestras élites no practican ese principio de simpatía. Los otros le son absolutamente ajenos. Por eso no tienen ningún escrúpulo moral en defender la austeridad. Y eso es lo que hace también que poco a poco el euro esté dejando de ser un proyecto de esperanza en un mundo mejor para la mayoría de la población europea, para convertirse en un objetivo que solo interesa a esas élites políticas, económicas y financieras. Hoy por hoy, no hay un interés general europeo digno de tal nombre. Y la ceguera de las élites europeas impide que emerja.

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