Ricardo Royo-Villanova, en 'asueldodemoscu.net'
La mayor fuerza política de la izquierda española no es Izquierda Unida, aunque ahora con las encuestas, algunos anden crecidos. La mayor fuerza política de la izquierda española es la que componen, o componemos, todos aquellos que, o bien no van a votar -que es lo que ocurrirá mayoritariamente-, o bien vamos a hacerlo avergonzados -si nos inclinamos por la IU de Ángel Pérez, Reneses o Moral Santín, que también es la de Tania Sánchez, Alberto Garzón y Jorge García Castaño, pero mandan los otros-, de manera absolutamente testimonial -si apoyamos a Izquierda Anticapitalista-, o sin demasiada seguridad en dónde ponemos nuestro voto realmente, si decidimos apoyar a Equo, entre cuyos amigos está gente tan poco recomendable como Daniel Cohn Bendit.
Pero que no lo dude nadie: la inmensa mayoría de la izquierda española no va a votar. Y no va a hacerlo porque sabe de antemano que, aceptando las reglas del juego constitucional, electoral y parlamentario, como en realidad hacen los partidos en cuanto tienen un minimo peso institucional,, y por lo tanto algo que perder si deciden apostar, no va a poder cambiarse nada. Hacen falta salidas radicales, cambios profundos, ruptura institucional y medidas de fuerza que están necesariamente fuera de los límites que marcan la Constitución y a Unión Europea, para dar inicio desde las propias instituciones a un proceso político que se lleve por delante la democracia canovista restaurada para poner en marcha un proceso constituyente que siga, acoja y dé cobijo al que se trata de poner en marcha en la calle. Y eso no está, de momento, en ninguna agenda política. Porque reiniciar la democracia no es hacer webs, colocar en el TT hastags estupendos o hacer impecables discursos parlamentarios, sino destruir la que hay para construir una nueva, diferente, abierta, actual y real. Y para ello, lo que hace falta es que la ciudadanía y los partidos políticos, las asociaciones, las entidades ciudadanas se despierten y pongan en marcha procesos desde abajo que no sean simples reuniones de notables que son en realidad foros en los que subrepticiamente, los partidos se ajustan las cuentas entre ellos, y pelean por ver quién le pone al otro la cara colorada en nombre de la unidad, de la limpieza, de la pureza ideológica o de la responsabilidad.
No hace falta ningún proceso de unidad de la izquierda en el que aparezcan jóvenes nuevas promesas de IU que, desobedeciendo a sus mayores, saluden amistosamente la presencia de miembros de Equo, los cuales, en justa remuneración política les reconozcan que son diferentes, sí, pero que a ver cuando rompen con Moral, o con Reneses, y todo ello bajo la atenta mirada satisfecha de los doctos militantes anticapitalistas que andan por allí, como quien no quiere la cosa, para retirarse después a leer a Trotsky o quizás alguna edición iluminadora del “Qué hacer” de Lenin no manipulada por los editores estalinistas. Todo eso -que caricaturizo un poco- es muy divertido, nos encanta a quienes hemos militado décadas en alguno de esos partidos, e incluso hemos fundado alguno de ellos. Pero a la gente normal, que es el 95 por ciento de la izquierda, esas querellas les aburren, no las entienden y, sobre todo les parecen una pérdida de tiempo y de energías. Porque mientras tanto, pierden el trabajo, les imponen nuevas condiciones laborales miserables, les quitan la casa o les cierran el colegio…
La gente de izquierda, que es la que sufre esta democracia, y no la que teoriza sobre identidades, en mi opinión quiere un partido que sea útil para parar los desahucios, las reformas laborales encadenadas, un partido que pueda conjurar el peligro de la desaparición de las pensiones o que plantee soluciones al paro que no sean matar de hambre a los parados, un partido que garantice los servicios públicos, que defienda el patrimonio común, que ataje la corrupción…; la gente de izquierdas, lo que quiere, en mi opinion, es un nuevo tipo de organizacion politica en la que las decisiones se tomen de manera realmente democratica, con participacion permanente desde la base, y en el que la corrupción sea imposible. Un partido político que comprenda qu el programa descrito más arriba es inviable en el actual marco constitucional, electoral y legal que, de hecho, finalmente ha sido incapaz de garantizar lo poco que teníamos conseguido.
¿Cómo se pone en marcha este proceso y qué debemos y podemos esperar de los partidos políticos? Este proceso debe ser como una ola que pase por encima de los partidos, una ola ciudadana -que es una ola de clase, porque se trata de aquella parte de la ciudadanía que vive de sus salarios, que depende de los servicios públicos y que se empobrece cuando se roba el patrimonio publico- que obligue a los partidos políticos a optar entre sumarse a ella, para reaparecer después como nuevos partidos democráticos en una democracia mejor -y probablemente mejorable, a diferencia de la actual- o desaparecer definitivamente, convertidos en tristes fósiles. Y de los partidos políticos sólo podemos esperar, y sólo debemos pedirles, una cosa: generosidad. Generosidad para comprender que ese proceso no lo van a dirigir ellos; generosidad para entender que ya no hay vanguardias; generosidad para darse cuenta de que son sólo una parte del movimiento, y, finalmente, compromiso con el resultado, llegando incluso a retirar sus candidaturas para apoyar las que surjan de un proceso abierto que desemboque finalmente en unas elecciones primarias abiertas -a las que puedan concurrir candidaturas presentadas por personas y organizaciones, incluidos los partidos- para designar candidaturas ciudadanas unitarias que trasladen al Congreso el mandato de iniciar un proceso constituyente.
Unas candidaturas ciudadanas unitarias que representen a toda la izquierda, incluyendo a esa que es su principal fuerza política: la de los ciudadanos y ciudadanas que no votan porque no tienen a quién.
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