CRISIS FINANCIERA, LAS SEIS ETAPAS DEL DESASTRE

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De las subprimes al hundimiento de los dominós europeos

Pierre Rimbert en 'Le Monde diplomatique'


El martes 27 de abril la agencia de calificación Standard&Poor’s degradó la deuda soberana griega al rango de dudosa y rebajó la de Portugal. Al día siguiente España entró en el punto de mira. ¿Quién viene después?

En los tres casos la agencia dijo que basa su apreciación en las perspectivas macroeconómicas de los países afectados: un crecimiento débil no les permitirá cumplir sus compromisos. Pero, ¿qué factores nublan así sus horizontes económicos? Es fácil identificar uno de ellos: los recortes presupuestarios puestos en marcha bajo la presión… de los inversores y las agencias de calificación.

Así se cierra el círculo. En perspectiva, las piezas dispersas de los sucesivos cracs económicos de los tres últimos años componen poco a poco la figura de un puzzle bien conocido. Su marco: la oleada de desregulación financiera de los años 80. Su nombre: frente a crisis del mercado, remedios del mercado.

Primera etapa: en 2007 los hogares estadounidenses, cuyos ingresos se estancaron especialmente bajo los efectos de la competencia internacional, se vieron incapaces de reembolsar los préstamos inmobiliarios concedidos sin ninguna garantía por los bancos ávidos de dinero. Desde el estallido de la «burbuja de Internet» en el año 2000, la Reserva Federal estadounidense mantenía, en efecto, tipos de interés muy bajos que fomentaron las aventuras de los inversores.

Segunda etapa: en septiembre de 2008 la crisis de las subprimes degeneró en una crisis bancaria, los balances de las entidades financieras aparecieron atiborrados de créditos inmobiliarios insolventes esparcidos por los cuatro puntos cardinales del planeta en forma de sofisticados productos financieros. Lehman Brothers se hunde; se impone el pánico; los bancos dejan de conceder préstamos: la economía está al borde de la asfixia.

Tercera etapa: en vez de colocar íntegramente el sector financiero en bancarrota bajo control público, los gobiernos aceptan reflotarlo dejándolo como está. Los Estados se endeudan fuera de toda proporción para salvar a los bancos y reactivar la economía. Pero tras veinte años de descenso continuado de la fiscalidad, los ingresos no acompañan. Entre finales del año 2008 y mediados de 2009 la crisis de las finanzas privadas se convirtió en un inflamiento de la deuda pública y en una crisis social. En los países occidentales se dispara el desempleo.

Cuarta etapa: renovados por la afluencia de dinero público y el remonte de las Bolsas, estimulados por tipos de interés casi nulos, los bancos y fondos de inversión reanudan sus actividades habituales. Durante la tormenta bursátil muchos trasladaron sus activos del mercado de acciones (percibido como incierto) hacia el de las deudas públicas (considerado seguro). Pero éstas se hinchan peligrosamente y sólo proporcionan una pequeña tasa de interés. Hay que hacerlo crecer: la consecuencia es el «ataque» especulativo a las deudas soberanas de los países «periféricos» de Europa emprendido tras la revelación del maquillaje del déficit griego –carambola efectuada con la ayuda del banco de negocios Goldman Sachs-

Quinta etapa: desde que los poderes públicos se niegan a frenar la especulación por ley y por una ayuda inmediata a Grecia se desencadena un círculo vicioso: hay que pedir préstamos para pagar la deuda; reducir el déficit para pedir préstamos; recortar el gasto público para reducir el déficit; bajar los salarios, las prestaciones sociales y «reformar» las jubilaciones para reducir el gasto público. Otras tantas medidas que empobrecen los hogares, nublan las perspectivas económicas e incitan a las agencias de calificación a degradar los títulos de la deuda soberana...

Presentada en primer lugar a los Estados, la factura enviada por los bancos para pagar el precio de su propia incompetencia cae después sobre su destinatario final: los trabajadores.

Sexta etapa: el hundimiento de los dominós europeos. Ahí estamos. Espejo de la desunión europea, el plan de ayuda a Grecia ratificado el 11 de abril intenta tardíamente conciliar todos los antagonismos: la intervención del Fondo Monetario Internacional (FMI) con el salvamento de las apariencias comunitarias; la puesta bajo tutela de Atenas y el principio de soberanía nacional; el interés bien incluido de los bancos franceses y alemanes, duramente expuesto a la deuda griega, y el Tratado de funcionamiento de la Unión Europea, que prohíbe la solidaridad financiera con un Estado miembro (artículos 123 y 125); el monto de los préstamos previsto inicialmente (45.000 millones de euros, 15.000 por el FMI) y las sumas que ya se consideran necesarias para encauzar la actividad especulativa (dos o incluso tres veces más); el modelo económico alemán que comprime los salarios para dilatar las exportaciones y los balances comerciales negativos de sus vecinos; la agenda política de la Cancillera alemana Angela Merkel, enfrentada a un importante escrutinio regional el 9 de mayo, y la de los dirigentes de los países más endeudados que ven el huracán especulativo abordando sus costas.

Según este arreglo Grecia podrá pedir prestado a tasas menos elevadas que las del mercado (pero infinitamente superiores a las prácticamente nulas de las sumas desbloqueadas sin limitaciones por el Banco Central Europeo a favor de las entidades privadas en 2008 y 2009). En contrapartida Grecia deberá reducir en cinco puntos, o incluso en seis, un déficit presupuestario estimado en el 14% del PIB. Una violenta sangría que se operará prioritariamente en los gastos sociales pero que todavía no es suficiente a los ojos de Berlín. Menos de diez días después de su anuncio las manifestaciones de protesta se suceden en las calles de Atenas, el fantasma del impago planea sobre la Acrópolis, la crisis de la deuda soberana se extiende por la Península Ibérica y los rumores del estallido de la zona euro se propagan.

Consecuencia de la improvisación, el miedo y la resignación frente a las imposiciones de las finanzas, la reacción de los Estados, de las instituciones europeas y del FMI se caracteriza por la ausencia de una estrategia conjunta: se limitan a imponer la coacción de los mercados mientras juran que resistirán. Dicha ausencia de estrategia común incita a los países miembros a desmarcarse unos de otros con la esperanza de salvarse de las apuestas de los inversores. Una vez colocados los «socios» en situación de competencia se trata de quién exhibirá el plan de austeridad más drástico. En Lisboa como en Atenas, en Dublín como en Madrid, resuena una única consigna: «apaciguar a los mercados» -hace un año los dirigentes del G20 prometieron domarlos-. Al fondo la dinámica refracta involuntariamente la lógica real de la Unión Europea, que se prometió a todos como un espacio de solidaridad y al final se entrega al dumping social, salarial, fiscal, y ahora especulativo… Sin embargo se ofrecen otras soluciones a elección de los gobernantes (1).

Como el mar cuando retrocede la crisis descubre la fragilidad de una construcción (la Unión Europea, N. de T.) que desde su origen se basa en una apuesta: la unión aduanera y monetaria conllevaría la unión política y popular. Huelga decir que esa apuesta se ha perdido.

Nota:
(1) «La ‘régulation financière’, entre contresens et mauvais vouloir», Frédéric Lordon, Le Monde diplomatique, 21 de abril de 2010: http://blog.mondediplo.net/2010-04-21-La-regulation-financiere-entre-contresens-et

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