LA ECONOMÍA DE MAYO

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Francisco J. Domínguez, en 'El día de Córdoba'

Existen la economía de guerra, la de crisis, de mercado y docenas de más. Pero a mí la que me fascina es de mayo. La economía de mayo es innata a esta tierra. Cientos de ciudades y de pueblos celebran en estos días cruces, verbenas, vírgenes y santos patrones como símbolo del fin de las penurias del invierno. Son una especie de fiestas de la primavera, de cultos célticos hacia símbolos que hunden sus raíces en los tiempos en los que la luz del sol servía para mucho más que para ponerse al sol y lucir palmito. Qué no entra por el cuerpo en estas fechas que nos sirve para echarnos a la calle sin horas y sin control del bolsillo que valga. Ni el paro, ni la crisis, ni los datos de la EPA conocidos el viernes frenan el desenfreno de mayo. Cualquiera diría que somos una región deprimida cuando a las cuatro de la tarde de ayer no cabía un alfiler en ninguna de las cruces que hay en la ciudad.

Dicen que España anda como Grecia, que nuestra credibilidad en los mercados internacionales ha caído, que la solvencia de nuestra deuda se ha rebajado, que cobramos mucho y que hay que reformar el mercado laboral, pero la mayoría de los que se manifestaron ayer con motivo del día del trabajador dejaron la pancarta y se fueron a una cruz, paradojas de la vida, a tomarse una caña, un rebujito y un montao de lomo. Y eso está bien porque nuestra auténtica cruz llegará cuando no tengamos la cruz repleta de flores donde refrescarnos, donde compartir con el vecino y con el amigo. Por eso admiro la economía de mayo. Uno puede estar tieso como una regla, en el paro, pero a pocos les faltan unos euros para calzarse un copazo junto al símbolo de los cristianos. Y luego están los efectos de estas fiestas tan singulares. Se podría decir que se paga un impuesto revolucionario y que se colabora de forma desinteresada con asociaciones, cofradías y colectivos varios. Porque en las cruces cobran caro, la calidad del producto deja muchas veces que desear pero una parte del estipendio va para la causa. La caña a 1,5 euros, el cubata a cinco en vaso de plástico, con hielo gordo y chingatazo de refresco es un robo consentido al sol de la canastilla de pan dorao que queremos comprarle al paso de Cristo para el año que viene. Restaurantes, hoteles, vendedores de camisas de marca y distribuidores de todo tipo hacen su agosto en mayo ofreciendo trabajo y rentas al albur de un con sumo que sale de su parálisis tras un invierno gris y anodino. Hasta los vecinos se muestran compresivos, porque que te toque un cruz debajo de tu casa puede ser un suplicio, pero nadie se queja. Con la economía de mayo, me pasa como con la de la Semana Santa. me gusta ponerme en el sitio de un guiri. El viernes vi a uno mirando el cuadro de una dolorosa mientras sonaba El Barrio y la gente se ponía a gusto en un cruz. ¿Qué pensarán de nosotros cuando de regreso a su país lea el Wall Street Journal en el avión y vea la ruina que tenemos?

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