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La Cumbre de Londres ha terminado con un comunicado que va mucho más allá que cualquier otro en la historia económica reciente. Hay que reconocer que hacía mucho tiempo que no se reconocía un fracaso político y de ideario de modo tan explícito y que no se ponía tan claramente en negro sobre blanco la necesidad de orientar la economía mundial hacia otros derroteros.
Se trata, en todo caso, de un acuerdo histórico y que en su letra va mucho más allá de lo que la mayoría de los analistas y ciudadanos quizá estábamos esperando. Podría ser de gran calado si los principios más abstractos que contiene se concretaran en el futuro, pero se puede quedar en muy poco si se limita a poner en marcha lo que anuncia que se hará de forma inmediata.
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