LA SABIDURÍA DEL CARACOL

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Pedro Reques Velasco

El crac bursátil que sacude a Estados Unidos y a Europa, y que corre el peligro de extenderse a otras áreas como Rusia, América Latina o China, ofrece una buena oportunidad tanto para reflexionar sobre los límites del liberalismo económico y sobre las relaciones entre economía, sociedad y medio ambiente, como para retomar ideas y conceptos que la excesiva fe en la lógica del productivismo y de la especulación financiera parecía había enterrado definitivamente.

La crisis actual está demostrando -y demostrará más en el futuro- que el objetivo del crecimiento por el crecimiento, del beneficio sobre el beneficio para los poseedores del capital y la acumulación ilimitada no sólo tiene consecuencias negativas en el plano económico en el corto plazo sino también, y muy especialmente, en el plano social y ambiental en el medio y largo plazo.

Es éste el momento de recordar que puede haber crecimiento económico sin desarrollo y sin progreso y bienestar social y de considerar la importancia estratégica de las teorías ligadas al posdesarrollo, a la bioeconomía y al controvertido concepto de desarrollo sostenible. Conceptos como ecobalance, ecoeficiencia o decrecimiento deben traerse al primer plano.

Aunque el espacio disponible en nuestro planeta es de 51 millones de hectáreas, el espacio bioproductivo se limita a poco más de una cuarta parte. Dividido por los 6.666 millones de habitantes del mundo, el resultado es 1,8 hectáreas por persona; sin embargo, actualmente consumimos 2,2: la diferencia es a cuenta de la herencia de las generaciones futuras. El consumo, la necesidad de espacio bioproductivo disponible, presenta, además, fuertes diferencias entre países: para mantener su nivel de vida actual un europeo necesita 4,5 hectáreas. Y un norteamericano 9,6. Estas cifras nos ponen de manifiesto que no puede haber crecimiento infinito en un planeta de recursos finitos y además tan desigualmente repartidos.

Y es que el PIB no mide ni la verdadera riqueza ni la verdadera pobreza ni, mucho menos, el desarrollo o bienestar social. El indicador de desarrollo humano (IDH) se aproxima más. El llamado GPI (Genuine Progrees Indicador), el ISS (o indicador de salud social), el cálculo del green GDP o PIB verde calculable, de forma no sencilla, tras deducir del PIB convencional el coste de los daños ambientales y del consumo de recursos naturales se van progresivamente abriendo camino entre los estudios sociales y económicos y permiten introducir nuevas variables, incorporar aspectos relegados -si no olvidados- en el análisis económico relacionado con el bienestar social y relativizar la importancia dada al PIB per cápita.

Así el IBP (índice de bienestar permanente) introduce en su fórmula tanto componentes que suman como componentes que restan bienestar y desarrollo social. Entre los que suman caben citarse el consumo comercial doméstico, los gastos públicos no defensivos y la formación de capital productivo. Entre los que restan bienestar y desarrollo social considera los gastos privados de seguridad, los relacionados con la degradación de la calidad de vida (contaminación del agua y del aire, ruidos, tráfico pendular, criminalidad y pérdida de recursos no renovables, entre otros), los gastos de degradación del medio ambiental y la desvalorización del capital natural.

La crisis, cualquier crisis, sólo puede superarse sustituyendo la economía de los bienes que tenemos por la economía de los bienes que hacen que seamos. La sociedad debe saber reencontrar el sentido del límite y descubrir que muchas veces lo que más vale es lo que menos cuesta.

La economía, en esencia y en teoría, ciencia social, debe desarrollar su rostro más humano y sus fines más trascendentes, que no pueden ser otros que la creación de riqueza en un contexto de sostenibilidad, la satisfacción de nuestras necesidades básicas, la equidad y el desarrollo social y no ayudar o justificar la privatización de ganancias en las épocas de bonanza económicas y la socialización de pérdidas en los periodos de crisis.

Como señala Serge Latouche en su reciente libro La apuesta por el decrecimiento ¿cómo salir del imaginario dominante? (imprescindible lectura en el momento actual), la sociedad del crecimiento no es deseable por tres razones: engendra una buena cantidad de desigualdades e injusticia social, crea un bienestar ilusorio y no suscita para los privilegiados una sociedad convivencial sino una antisociedad enferma de su riqueza.

El autor incluye una cita del pensador Iván Illich, procedente de un trabajo actualmente clásico (en el tiempo transcurrido entre su publicación y el momento actual han tenido lugar algunas crisis de las que poco hemos aprendido) en la que cuenta una hermosa enseñanza, sobre la que debemos reflexionar.

El caracol -señala Illich- construye la delicada arquitectura de su concha añadiendo una tras otra espiras cada vez más amplias; después cae bruscamente y comienza a enroscarse esta vez en decrecimiento, ya que una sola espira más daría a la concha una dimensión 16 veces más grande, lo que en lugar de contribuir al bienestar del animal lo sobrecargaría excesivamente. Y desde entonces cualquier aumento de su productividad serviría sólo para paliar las dificultades creadas por esa ampliación de la concha fuera de los límites fijados por su finalidad. Pasado en punto límite de ampliación de las espiras, los problemas del crecimiento se multiplicarían en progresión geométrica, mientras que la capacidad biológica del caracol sólo puede en el mejor de los casos seguir una progresión aritmética.

Al apartarse de la razón geométrica, a la que se unió por un tiempo, el caracol nos muestra el sendero para reflexionar sobre una sociedad del decrecimiento si es posible serena y convivencial.

Pedro Reques Velasco. Catedrático de Geografía Humana y director del Departamento de Geografía, Urbanismo y Ordenación del Territorio de la Universidad de Cantabria.

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