LA IMPRUDENCIA DE LAS ÉLITES

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Cándido Marquesán, en 'El Periódico de Aragón'

En los tiempos pasados se produjo una socialización de la economía propiciada por un progresivo reconocimiento de la lucha de clases como instrumento, no de superación, sino de transformación del capitalismo. Se regularon la jornada laboral y las condiciones de trabajo y salariales, se crearon los seguros sociales obligatorios y de la seguridad social, se reconocieron el derecho de huelga, los sindicatos, la negociación colectiva; estas conquistas se alcanzaron tras una lucha constante de la clase trabajadora. Supuso el reconocimiento de que la economía capitalista no sólo es el capital y el mercado, sino que también participan en ella trabajadores con unos intereses legítimos y, en definitiva, con unos derechos ciudadanos. En definitiva, a través del trabajo se alcanzó la categoría de la ciudadanía.

Con la llegada del consenso neoliberal se ha producido la desocialización de la economía, reduciéndola exclusivamente al capital, al mercado y a las transacciones, en detrimento del factor trabajo, que ha pasado a ser marginado y menospreciado. Por ende, los trabajadores perdemos conquistas y derechos de una manera irreversible. Hoy el trabajador ya no tiene garantizado nada: ya no existe negociación colectiva, ni la certeza de disfrutar unas prestaciones mínimas de desempleo ni la seguridad de una futura pensión, ni, por supuesto, un puesto de trabajo y de tenerlo un sueldo digno. Resulta un sarcasmo leer algunos artículos de nuestra Constitución, como el 35.1., que alude al deber y al derecho de todos los españoles al trabajo con remuneración suficiente y sin discriminación por razón de sexo.

En consecuencia, si el trabajo en una especie de contrato social supuso la vía de acceso a la ciudadanía, ya fuera por la extensión a los trabajadores de los derechos civiles y políticos, o por la conquista de nuevos derechos propios, como el derecho al trabajo o los derechos económicos y sociales, la creciente erosión de todos estos derechos, conduce a los trabajadores a transitar desde el estatuto de ciudadanía al de lumpenciudadanía, como indica Boaventura de Sousa Santos

La consecuencia de la situación actual es la desaparición de la idea de progreso, inaugurada con la Ilustración, que suponía creer que cada generación viviría mejor que la anterior y peor que la posterior. Mas no era, como señala Josep Fontana, el fruto de una norma interna de la evolución humana, sino la consecuencia de unos equilibrios de fuerzas en que las victorias alcanzadas eran menos el fruto de revoluciones triunfantes, que el resultado de pactos y concesiones obtenidos de las clases dominantes, a cambio de evitar una auténtica revolución. Desde la Revolución francesa hasta los años setenta del siglo XX las clases dominantes vivieron atemorizadas por un enemigo revolucionario: primero fueron los jacobinos, después los carbonarios, los masones, más adelante los anarquistas y finalmente los comunistas. Eran en realidad amenazas fantasmales, que no tenían posibilidad alguna de convertirse en realidad; pero ello no impide que el miedo que despertaban fuese auténtico. Hoy ya no tienen miedo alguno. Según Joaquín Estefanía, se ha producido la rebelión de las élites, pronosticada hace 25 años por Cristopher Lasch, que ya no se preocupan de la gran mayoría de la sociedad, rompiendo el pacto social que se suscribió tras la II Guerra Mundial entre gobiernos, empresarios y sindicatos. Paul Krugman, habla no de rebelión, sino de imprudencia de las élites. Este proceso se inició en los años 70 del siglo pasado en el mundo anglosajón con Reagan y Thatcher; y posteriormente en Europa occidental. El resultado a largo plazo, un aumento de la injusticia y de la desigualdad, enriqueciendo a los de arriba y empobreciendo a la mayoría. De acuerdo con Fontana "en los Estados Unidos según un estudio de Lawrence Mishell: entre 1973 y 2011 la productividad creció en un 80'4%, pero el salario medio por hora trabajada solo lo hizo en un 10'7%. Según Stiglitz: un trabajador a tiempo completo está peor hoy en Estados Unidos que hace 44 años".

Incluso en la ejemplar Alemania. Según Rafael Poch "Desde la reunificación, su economía ha crecido alrededor de un 30%, pero el resultado no ha sido una prosperidad general, sino un enorme incremento de la desigualdad. Desde 1990 los impuestos a los más ricos bajaron un 10% y la imposición fiscal a la clase media subió un 13%, los salarios reales se redujeron un 0,9% y los ingresos por beneficio y patrimonio aumentaron un 36%. El 1% más rico de su población concentra el 23% de la riqueza (una relación similar a la existente en Estados Unidos) y el 10% más favorecido el 60% de ella, mientras la mitad de la población sólo dispone del 2%.

Para incorporarse Alemania en esta línea con la Gran Desigualdad fue fundamental la llamada Agenda 2010, el programa de recortes socio-laborales aprobado en 2003 por el gobierno de socialdemócratas y verdes del canciller Gerhard Schröder y que se presenta como modelo continental. Esta situación dramática para la gran mayoría de la sociedad se mantendrá, mientras que el miedo lo tengamos los de abajo.

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