UNA RAZA DE DEUDORES

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Antoni Puigverd

El fatalismo económico parece no tener freno, y la falta de dirección política lo intensifica. Se buscan culpables. La irritación, el miedo y el desconcierto exigen una válvula de escape. Descritos como vampiros, corruptos e ignorantes, los políticos son los más vapuleados. También reciben los funcionarios, presentados como encarnación de la deuda pública. No reciben menos los sindicatos, atrapados, se dice, en el conservadurismo y el inmovilismo. En la acera de enfrente, por el contrario, muchos izquierdistas que jaleaban hace dos días el liberalismo filosófico observan de nuevo el mundo en clave maniquea: a un lado, los diabólicos especuladores; en el otro, el honrado pueblo saqueado.

Cada una de estas caricaturas contiene algo de verdad, empezando por el peso determinante, a todas luces negativo, que han tenido para la economía mundial los productos financieros e hipotecarios, pues han sorbido casi todas las energías y han contaminado todo el sistema bancario con sus burbujas especulativas. Y saltan a la vista, por supuesto, la incompetencia, el conservadurismo y la falta de vista y reflejos de políticos, banqueros, administraciones, sindicatos y organizaciones empresariales. Pero de tales inquisiciones sacaremos poco. Perderemos el tiempo que nos queda si nos empeñamos en combatir las caricaturas que más nos ofenden, si nos dedicamos al deporte gallináceo en vez de intentar ponernos de acuerdo sobre qué está pasando.

Se dice y se repite que la crisis española es singular, que nada tiene que ver con las causas que destrozaron el sistema bancario internacional. Y, ciertamente, los riesgos del sistema estadounidense y los del español eran distintos. Pero coinciden en un común denominador: gastar por encima de lo que podía pagarse. La economía especulativa se ha revelado tóxica, pero no menos que el ladrillo de oro. La diferencia es formal, pero el fondo es el mismo: endeudarse era obligación. Construimos sobre las arenas movedizas de la deuda. Y cuando la deuda (privada, pública) se desborda, el sistema entero naufraga.

El último libro de Zygmunt Bauman El temps no espera (Ed. Arcàdia, no existe versión en castellano) ofrece una explicación plausible de la crisis de la deuda. El capitalismo contemporáneo –sostiene Bauman– realizó en las pasadas décadas un verdadero cambio de piel. Dejó de basar sus beneficios en el rendimiento del trabajo para obtenerlos del consumo. Para fomentar el consumo masivo y constante, había que romper la columna vertebral del capitalismo productivo: el ahorro, fundamento de la inversión. El ahorro llevaba implícita una determinadamoral social: si uno deseaba algo, pero no podía permitírselo, intentaba ahorrar para poder comprarlo; y si el objeto del deseo estaba fuera del alcance, no había más remedio que reprimir el deseo. Ahorraba quien podía, por consiguiente, y prescindía del deseo quien no podía ahorrar.

Contrariamente, para desarrollar una sociedad de consumidores era preciso generar el deseo irreprimible de consumir y había que facilitar tal consumo. En respuesta a este objetivo apareció la tarjeta de crédito, que daba a todos los objetos del deseo la posibilidad de ser comprados. Los consumidores han gastado a espuertas gracias al crédito. Y han comprado casas impensables para su estatus gracias a la hipoteca. La deuda se transformó en el principal generador de beneficios, sostiene Bauman. Uno debe pagar sus deudas de la tarjeta en algún momento, pero una refinanciación –deuda sobre la deuda– permite salir del paso. De oca en oca en oca, de deuda en deuda, se avanza hacia el colapso. "Las actuales restricciones del crédito son una consecuencia lógica de lo que los bancos han conseguido: haber transformado una inmensa mayoría de hombres y mujeres en una raza de deudores".

El Estado no está libre de este empeño. Y ha contribuido a consolidar la nueva raza de deudores. Las subprime son hijas de la administración Clinton, de la misma manera que la generalización de nuestras hipotecas es hija de una política fiscal iniciada por Felipe González. Bauman cree aventurado afirmar que el capitalismo está herido de muerte, como especulan los apocalípticos, pero recuerda que el capitalismo actúa como un parásito. "Una vez los deudores están sin una gota de sangre, aquel que los invitó a endeudarse agoniza con ellos". El origen de las penurias que hoy en día lamentamos "se encuentra en la esencia de nuestra manera de vivir, para la que hemos estado artificiosamente entrenados: pedir enseguida un crédito al consumo cuando nos enfrentamos a un problema o a una dificultad". Vivir del crédito, sostiene Bauman, "crea quizás más adicción que la droga y sin duda más adicción que los tranquilizantes". La única solución es reinventar el sistema, retornando de alguna manera al ahorro. Para ello, es precioso "afrontar el dolor intenso, pero comparativamente breve, del síndrome de abstinencia".

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