¿HAY ALTERNATIVAS AL SISTEMA OCCIDENTAL IMPERANTE?

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Alberto Garzón Espinosa

Hay quien trata de analizar la actual crisis económica como si fuese un accidente pasajero en el normal desarrollo del sistema económico. Sin embargo, quienes hacen eso ignoran que esta crisis no sólo es económica sino que también es ecológica, política, social, de valores y, por tanto, sistémica. Y en tanto crisis sistémica, que abarca todos los aspectos y componentes del modo de organizar esta sociedad, los ciudadanos tienen más que nunca la oportunidad de proponer alternativas que permitan construir otro mundo posible. Siempre y cuando, por supuesto, se considere que dicha tarea es o bien deseable o bien incluso necesaria.

Nosotros consideramos ambas cosas. Creemos que el sistema económico actual es responsable de grandes males que afectan a la humanidad y que la solución de estos pasa irremediablemente por transformar el sistema. Con esa aspiración presente, en este artículo nos dedicamos a describir someramente las alternativas políticas y económicas actuales, así como también nos preguntamos por el sujeto social que tendría que dirigir y apoyar dicho proceso transformador.

LA NECESIDAD DE SUPERAR EL CAPITALISMO

El capitalismo siempre está sometido a continuo cambio, si bien nunca deja de operar bajo las mismas leyes de funcionamiento, y no cabe ninguna duda de que hoy es sustancialmente diferente al capitalismo que existía hace cincuenta, cien o doscientos años. Y en todo este tiempo el capitalismo ha conseguido multiplicar la capacidad productiva de la sociedad y nos ha permitido acceder a un sinfín de nuevos productos y experiencias. Sin embargo, tampoco cabe ninguna duda de que históricamente el capitalismo ha mostrado ser una forma de organización social con grandes deficiencias y, lo que es más preocupante, con deficiencias que son cada vez mayores.

La concentración de la riqueza y el consecuente incremento de la desigualdad, ya no sólo entre los llamados tercer y primer mundo sino también incluso dentro de este último, son procesos que vienen acompañados de al menos tres graves fenómenos más: una extensión generalizada de la lógica mercantil que anula los aspectos puramente sociales y humanos; un creciente deterioro del medio natural en el que la actividad económica se inserta; y la decadencia y abandono de la democracia como sistema ideal de coordinación entre los miembros de una sociedad. La evidencia de todos estos males siempre ha despertado un gran número de protestas y ha dado lugar a la creación de numerosos movimientos sociales en todo el mundo y en todas las épocas.

De hecho, la reciente crisis económica generó esperanzas en gran parte del movimiento contestatario, el cual pensó que esta crisis era la demostración de que o bien la deriva neoliberal del capitalismo debía ser corregida, dando paso a una etapa más social y equitativa, o bien el capitalismo llegaba con esta crisis estructural a su fin definitivo y tendría que ser sustituido por algo nuevo. También algunos dirigentes políticos, como Sarkozy, debieron de pensar de forma parecida cuando se vieron obligados a anunciar la necesidad de “refundar el capitalismo”.

Sin embargo, la evolución de la crisis ha demostrado que aquello eran ilusiones y que, al contrario, la tendencia actual del capitalismo es la de acentuar sus rasgos más puros. Y hoy estamos frente a una nueva ola de neoliberalismo radical que pretende sacar al sistema económico de la crisis a través de viejas fórmulas de política económica que nos llevarán sin duda a un nuevo escenario socioeconómico de mayor regresión social. Con ello presente no es extraño pensar que la transformación o sustitución del capitalismo es aún más necesaria que nunca.

EL SUJETO DEL CAMBIO SOCIAL

Si somos conscientes de que tiene que haber un cambio, el siguiente paso es preguntarnos por el sujeto social que lo tendrá que llevar a cabo. En efecto, la historia ha demostrado que “sin base social suficiente no hay sociedad que pueda existir de forma duradera, por muy atractiva que sea en apariencia” (Tablas, 2007), de lo que se deduce que necesariamente el cambio tiene que estar dirigido o, al menos, apoyado por un espectro suficientemente grande de hombres y mujeres.

La versión clásica del sujeto social por excelencia es el movimiento obrero y la organización socialista. En esta opción el colectivo obrero, que en sus inicios hacía referencia a los trabajadores asalariados de las grandes e incipientes industrias, tendría la capacidad suficiente de organizarse y alcanzar el poder del Estado. Y desde allí podría tomar todas las decisiones necesarias para “cambiar al mundo de base”. En una versión alternativa el movimiento obrero puede tomar directamente las decisiones necesarias, sin necesidad de alcanzar el poder del Estado, a través de la colectivización de los medios de producción, es decir, las empresas que determinan la producción de una sociedad. En ambos casos, no obstante, subyace la lógica de enfrentamiento entre capital y trabajo, esto es, entre clases sociales.

Pero el capitalismo, en su desarrollo, ha modificado también la forma en que se relacionan las clases sociales. El movimiento obrero no es hoy en día un colectivo homogéneo y cohesionado, y tampoco es suficientemente numeroso como para guiar un cambio de esta magnitud. En su lugar tenemos un amplio espectro de clases sociales que mantienen muy distintas y divergentes preferencias. De esa forma, incluso aunque en un sentido abstracto pudieran finalmente asociarse cada una de ellas a algunos de los polos de la dicotomía capitaltrabajo, y por ejemplo hablásemos de los “asalariados en general”, no podríamos hacerlo sin perder la homogeneidad y cohesión necesarias como grupo.

Otras posibilidades sobre cuál es el sujeto social del cambio se pueden encontrar en los conceptos de “multitud”, “movimientos de movimientos” o “ciudadanía”. En el primero de los casos nos encontramos con un sujeto social conformado por la totalidad de personas explotadas directa o indirectamente (en un sentido económico) bajo el sistema capitalista. Este colectivo, similar pero todavía más amplio que el de los asalariados, tendría –según los teóricos de este concepto– que construir el nuevo mundo desde la experimentación práctica; desde la calle se comenzaría a sentar las bases de la nueva sociedad a la que empujaría la “multitud”.

En el segundo y tercero de los casos se haría alusión a las diferentes corrientes de oposición al capitalismo que han ido surgiendo en los últimos años y que en un sentido amplio han sido definidos como “antiglobalización” o “alterglobalización”. Aquí se incluirían todos los colectivos que llevan a cabo luchas más o menos sectoriales, como las organizaciones feministas, los sindicatos, los estudiantes, los partidos políticos, las comunidades indigenistas, etc. Hablaríamos entonces de una unión basada en el malestar generado por el capitalismo y por la necesidad de construir “otro mundo posible” sin que ello signifique necesariamente que ya se sabe qué tipo de sociedad se desea crear.

En cualquier caso, sea cual sea el sujeto social que finalmente deba apoyar el cambio social, no parece probable que pueda transformar la sociedad únicamente por medio de la negación del sistema actual. Es necesario un programa estructural.

MODELOS ALTERNATIVOS DE CONFIGURACIÓN SOCIAL

Desde la concepción tradicional de democracia representativa se considera que el Estado es el espacio de encuentro de las diferentes sensibilidades ideológicas y que, por tanto, tras una adecuada y justa suma de las preferencias de los ciudadanos es allí donde tienen que tomarse las decisiones relacionadas con el futuro de la sociedad. En esta concepción el Estado es un mero intermediario entre la voluntad popular y la toma de decisiones final.

No obstante, para entender mejor el proceso político de toma de decisiones no podemos limitarnos a hablar de poder social, referido al que emana del conjunto de los ciudadanos, y poder estatal, el que emerge por los representantes –legítimos o no– de esos ciudadanos. También es necesario hablar del poder económico, aquel que bajo el capitalismo es ejercido por las grandes empresas maximizadoras de ganancias. Esta tríada entre los tres poderes, y las diferentes relaciones institucionales entre ellas, es la que determina la configuración final del sistema social (Wright, 2006).

Si atendemos a las diferentes combinaciones entre estos distintos poderes encontramos entonces bastantes posibilidades. Todas ellas han sido descritas en Wright (2006), y nosotros sólo vamos a destacar aquí algunas de las que nos parecen más interesantes de acuerdo con los propósitos de este documento.

En primer lugar tenemos la opción del “socialismo estatista”, objetivo clave del pensamiento marxista ortodoxo. En esta opción el poder económico no existe y el poder estatal es el que toma las decisiones relativas a la producción. El poder estatal emana de las preferencias del poder social, el cual ha podido dirigirlas a través de unos mecanismos plenamente democráticos.

En segundo lugar tenemos la opción de la “socialdemocracia estatista”, donde el poder estatal influye en la economía a través de su interferencia en el poder económico. Aquí el poder estatal es también una institución representativa del poder social.

En tercer lugar podemos examinar el “capitalismo social”, también llamado en algunos ámbitos el “capitalismo popular”. En esta configuración el poder social influye en las decisiones de producción con intermediación del poder económico, y no teniendo el Estado ningún rol. Los trabajadores asumirían la administración de las empresas, a través de las acciones u otros mecanismos de coparticipación, pero el sistema seguiría manteniendo la lógica de maximización de las ganancias.

En cuarto y último lugar tendríamos la “economía social”, en la que ni el poder económico ni el poder estatal juegan rol alguno. En este caso los colectivos se organizan para coordinar la producción de forma directa pero sin atender ni a la maximización de beneficios ni a la tecnocracia estatal.

Todas estas posibilidades son opciones teóricas ideales de los diferentes grupos políticos, pero algunas tienen más apoyo que otras. A continuación vamos a examinar qué grupos se encuentran actualmente detrás de estas opciones y en qué forma se distinguen los diferentes proyectos.

LAS OPCIONES CON MÁS FUERZA EN LA ACTUALIDAD

Dentro del escenario político actual podemos observar tres grandes opciones que, en abstracto, actualmente aglutinan a gran parte de las personas que se consideran contestatarias al capitalismo o, al menos, a su versión más radical. Las salidas a la crisis que cada uno de estos grupos propone quedan, por tanto, condicionadas por el tipo de sociedad que se postula como ideal.

La configuración de la “socialdemocracia estatal” es probablemente la que más adeptos tiene, y es también un lugar común entre los partidos políticos mayoritarios de derechas y de izquierdas. Las divergencias entre ambas posiciones dentro de esta configuración suelen residir en el papel que juegan los salarios y otras variables económicas en el buen funcionamiento del sistema, pero en ningún caso se realiza una crítica al sistema en sí.

Las medidas progresistas que se proponen para salir a la crisis desde estas coordenadas ideológicas tienen que ver con medidas de distribución de la renta, equidad y justicia social y crecimiento económico sostenible. Se reconoce que un sistema económico capitalista tiene que funcionar con agentes privados –las empresas– que necesitan tener mercados rentables. Por lo tanto, se trata de asegurar esa rentabilidad a través de mecanismos justos y eficientes. En este punto los salarios juegan un rol crucial, y es necesario asegurar tanto que son suficientemente altos como para estimular el crecimiento económico como que están suficientemente repartidos, bien de forma directa como indirecta (a través de los mecanismos de redistribución del Estado). Aunque se reconoce la necesidad de la rentabilidad, se trata de minimizar los efectos perjudiciales de la lógica mercantil a través de la acción del Estado. Así, se deben regular los mercados de trabajo, el sistema financiero y se debe coordinar adecuadamente la actividad económica para evitar que el medio ambiente sufra las consecuencias del crecimiento económico.

Bajo este paraguas se pueden englobar a los partidos políticos socialdemócratas clásicos, a los partidos comunistas que han asumido el marco capitalista y a algunos movimientos sociales que creen en estas opciones.

La configuración del “socialismo estatista” apuesta por una reversión de los postulados marxistas clásicos, donde el Estado asumía el rol de la planificación central y podía desprenderse de la coerción de la rentabilidad. Así, la actividad económica ya no queda subordinada al criterio de la rentabilidad y puede planificarse en el sentido que la comunidad desee.

A pesar del fracaso de sistemas basados en esta misma configuración, se arguye que las nuevas tecnologías y una cultura democrática mucho más avanzada pueden evitar que los Estados pierdan su conexión real con el poder social. Hablamos por tanto de una democracia radical, no simplemente representativa, donde la influencia del poder social sobre el poder estatal es perfectamente directa. Dado que el poder social controla democráticamente la asignación de recursos puede frenar la destrucción medioambiental y llevar a cabo políticas de redistribución económica, acabando con la pobreza y la desigualdad extrema.

Esta opción es defendida explícitamente hoy en día por partidos políticos minoritarios y segmentos de los partidos comunistas que operan en el marco democrático capitalista. De forma implícita es probable que numerosos movimientos sociales que promueven la democracia directa y otras formas de democracia radical se pudieran clasificar en este apartado.

La tercera opción, de más reciente aparición, es una visión particular de lo que antes hemos denominado “economía social”. Aquí podríamos incluir las recientes teorías sobre el “decrecimiento” y el “buen vivir”. En esta configuración lo económico también queda subordinado a la voluntad popular de forma directa, pero con una preocupación acentuada por la evolución del medio ambiente.

En las posturas del decrecimiento se reconoce la incompatibilidad entre capitalismo y sostenibilidad ecológica, y se propone un cambio radical en los modos de producción y consumo. La orientación de la producción debe quedar, bajo esta configuración, subordinada a las necesidades sociales y a una nueva ética del consumo basada en la “frugalidad voluntaria”. Los deseos y motivaciones deben cambiar en un proceso de “deconstrucción de las necesidades” (Sempere, 2010).

En las posturas, similares en todo caso, del “buen vivir” el objetivo es reformular la relación entre Estado y ciudadanía para que los últimos sean los auténticos poseedores de la soberanía. El cuestionamiento del crecimiento económico como sinónimo del desarrollo y la necesidad de adecuar los modos de producción y consumo a las capacidades del medio natural es también un punto central (Acosta, 2010). Aquí se critica el concepto de democracia como “simple rito electoral” y se apuesta por una salida que combine un concepto más amplio de democracia y la libertad de expresión. Sólo con esa combinación es posible conseguir eficiencia económica (respecto a los objetivos del “buen vivir”).

Mientras las teorías del decrecimiento están teniendo una gran aceptación entre los movimientos ecologistas más radicales y gran parte del electorado de los partidos políticos comunistas clásicos, el “buen vivir” está siendo la columna vertebral de los movimientos políticos y ciudadanos que en América Latina se están levantando contra el sistema capitalista.

CONCLUSIONES

En este repaso somero ha podido notarse que las salidas propuestas por las teorías del decrecimiento, el buen vivir y la teoría de democracia radical del “socialismo estatista” no difieren demasiado. De hecho, los únicos matices que pueden encontrarse tienen que ver con la formulación teórica que se esconde detrás y con las diferentes intensidades de preocupación por los problemas. Así, en el “socialismo estatista” podemos encontrar una preocupación menor por la ecología y una mayor por las desigualdades y la pobreza, mientras que en las otras dos teorías sucede al revés.

En nuestra opinión es necesario actualizar y reconciliar ambas ideas, recogiendo la filosofía que se encuentra detrás de ambas y proponiendo salidas conjuntas a la crisis y al actual sistema económico. El principio fundamental, en todo caso y bajo cualquier concepto, debe ser la renuncia a que el criterio de la rentabilidad organice no sólo la producción sino toda la sociedad en su globalidad. En su lugar es necesario insertar en el sistema económico un criterio ecológico y humanista que ponga la satisfacción de las necesidades básicas de la humanidad y la libertad de expresión y creatividad en el centro de la organización social.

Por otra parte, el debate sobre qué sujeto social debe ser el motor del cambio sigue abierto. No podemos confundir, no obstante, el descubrimiento de dicho sujeto social con las estrategias políticas encaminadas al cambio social. Qué duda cabe de que ninguna estrategia política sería exitosa si no se dirige al público adecuado, y que por tanto la revelación del sujeto social es tarea primordial. Sin embargo, incluso aunque descubriéramos al sujeto social objetivo, faltaría redescubrirlo como sujeto social subjetivo, es decir, haría falta desarrollar su conciencia como sujeto social. Y ese paso, muy probablemente, no puede llevarse a cabo sin tener un determinado proyecto de sociedad en el horizonte.

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