NUEVO MODELO PRODUCTIVO: LA INNOVACIÓN RECLAMA PARTICIPACIÓN

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Ignacio Muro, en Economistas Frente a la Crisis

Cualquiera que reclame un cambio de modelo productivo exige alinearse con una producción de mayor calidad y con el desarrollo de sectores con una mayor aportación de conocimiento. Expertos y economistas, dirigentes sociales, reclaman para España más investigación, más desarrollo y más innovación, pero pocos explican cómo conseguirlo. Peor aún: nadie explica cómo es posible avanzar hacia esa deseada meta en tiempos de crisis, cuando escasea la financiación y cuando las arcas del Estado están empeñadas en desinvertir contradiciendo todos los discursos y promesas.

De modo que el cambio de modelo productivo se convierte en un deseo general, una referencia retórica y vacía, un lugar común. Lo que aquí se defiende es que hay un error de diagnóstico: no se necesitan nuevos recursos para cambiar el modelo productivo, ya que, en buena medida, esos recursos ya existen pero están desaprovechados. Es decir que con nuestros ingenieros, economistas, médicos, investigadores… con el nivel de nuestros estudiantes y profesionales, ampliamente acreditado cuando salen al exterior, es posible conseguir otro modelo tan intensivo en conocimiento e innovación como el alemán o el francés. O muy cerca de él. Lo esencial es “liberar la energía” latente en nuestras empresas.

¿Qué es exactamente la innovación? ¿De dónde surge? La innovación es una fuerza potencial que está dentro de las empresas, entre las personas que trabajan en su interior. Es un valor interno, una fuente de valor esencial pero que se encuentra en estado latente y así suele permanecer si no se activa. No descansa, como el I+D, en unas pocas personas especializadas, sino que la fuente que la provee es más dispersa y anónima. Impregna potencialmente a toda la empresa, a todos y cada uno de los departamentos y a todos y cada uno de los trabajadores. Es algo interno que afecta a la lógica común interiorizada en una organización, algo que no puede sustituirse por contrataciones en el exterior: se localiza en personas que deben conocer el sector, la competencia, los procesos y el negocio en el que la empresa se mueve: personas que deben conocer, también, las resistencias y apoyos que puede recibir cada nueva idea en el conjunto de la organización y en los diferentes departamentos.

Eso es esencialmente así, pero tiene un problema: necesita una política general que la potencie, necesita unas relaciones sociales que no lastren ese valor potencial, ese conocimiento oculto que se disemina en personas concretas pero anónimas. Su desarrollo significa asumir un hecho imprescindible: la singularidad de las personas, de su trabajo o, si se prefiere, del “capital humano”, como activo esencial de esos procesos. No es un activo económico más, tiene capacidad para crear e innovar pero tiene otros rasgos esenciales que se deben reconocer y recordar: tiene voluntad y de ella depende la calidad del resultado final.

La innovación nace del trabajo y el trabajo es un componente vivo del proceso productivo cuya aportación final depende de su resistencia o colaboración. Contrariamente a los demás inputs productivos, que son “palancas muertas”, la incorporación del ser humano a ese proceso agrega, necesariamente, una actitud pasiva o activa, a favor o en contra, que se manifiesta, de forma individual y colectiva, en los centros de trabajo, secciones o departamentos de una empresa.

La creatividad, que es la base de la innovación, se cultiva, se promociona. No es algo que sale de la nada ni se estudia en las universidades, ni se adquiere en el mercado, ni se produce de forma automática, surge de mejorar a las personas para que mejoren procesos que mejoran rendimientos.

Reconocer esa verdad tan simple significa reconocer que la innovación está muy condicionada por el entorno laboral. Un proyecto atractivo y un entorno participativo fomentan la multiplicación de energías sociales porque facilita la creatividad; mientras que una concepción despreciativa del trabajo deprime el comportamiento humano y aleja a los trabajadores de la lucha por la creación de riqueza.

Y ahora le hago una pregunta: ¿Cree usted que con la reforma laboral aprobada por el PP se dan las condiciones para el desarrollo de la innovación? ¿Cree que aterrorizados ante el poder omnímodo del jefe, a su vez peón de una cúpula directiva que se cree la única fuente de creación de riqueza, se puede generar un ambiente laboral favorable a la participación y a la innovación? Yo tampoco.

Por eso, quédese con una conclusión esencial: si queremos avanzar hacia un nuevo productivo, lo primero que tendremos que hacer, lo más importante, es derogar la actual reforma laboral y aprobar urgentemente otra que potencie los consensos internos y facilite un clima laboral de respeto al trabajo y, si es posible, la participación de los trabajadores en nuestras empresas como tiene Alemania y acaba de reforzar Francia. Solo con eso, habremos dado ya un paso de gigante. ¿Por qué no hablamos de ello?
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