Algunas impresiones en torno al drama de los desahucios
Dos muertos más. Dos vidas que se apagan.
Mientras en el Congreso de los Diputados se admitía a trámite la dación en pago, nos llegaba la noticia de dos jubilados que se quitaban la vida en Palma de Mallorca tras recibir la orden de desahucio. Dos asesinados más por el terrorismo financiero y la casta empresarial. Esa elite privilegiada que paga a sus trabajadores en negro, es rescatada con dinero público o soborna a nuestros gobernantes con una impunidad escandalosa. Centramos nuestras iras en los políticos (en abstracto) y en los banqueros (como poder financiero) pero a veces nos olvidamos de los grandes empresarios; el que recibe la contrata para construir, el que que soborna a cambio de dicha contrata, el que te deja sin trabajo si protestas, etc. La maquinaria mediática ha sabido desvincular bien al gran capital empresarial de la crisis y las encuestas de opinión nos dicen que personajes tan siniestros como Amancio Ortega o Juan Roig gozan de un prestigio y popularidad que ya querrían para sí muchos políticos (incluidos los de izquierdas). Pudiere parecer que nos hemos tragado el paradigma neoliberal que nos dice que son las empresas las que crean trabajo y que una empresa no puede funcionar sin jefes o directivos. En realidad y como todos sabemos sucede al revés: una empresa puede funcionar a la perfección sin jefes o directivos mientras se vería completamente abocada a la quiebra sin trabajadores. Que la figura del emprendedor hecho así mismo goce de tan buena salud en tiempos de escasez debería ponernos en alerta. Quizá centrarse en que la culpa de la crisis son los coches oficiales (o los hoteles de cinco estrellas que diría la rojeras) o enfatizar que ‘no somos ni de derechas ni de izquierdas’ y que ‘todos los políticos son iguales’, han ayudado a instaurar el dogma. La cuestión es que mientras escribo estas líneas un hombre se quita la vida en Alicante cuando estaba apunto de ser desahuciado. Otro más. Los muertos vuelven a amontonarse en las cunetas de la historia, lo que ocurre es que ahora los verdugos ya no entonan ‘el muera la inteligencia’ o ‘el cara al sol’ y tienen mucho más decoro: ahora se disfrazan de emprendedores, de agencias de calificación o de asesores financieros. La raíz es la misma, el disfraz es mucho más sofisticado.
¿Y qué hacemos? Llevar firmas al congreso, puede sonar de muchas formas pero es lo que tenemos, obviamente la respuesta no es proporcional (quizá sí con los tiempos insulsos y líquidos que nos han tocado vivir). En otras ocasiones (las más) ponemos nuestros endebles cuerpos frente a la maquinaria represiva en cada desahucio, nos manifestamos o acudimos a asambleas. Años de duro trabajo que han desembocado en que el Partido Popular admita a trámite debatir la cuestión de los desahucios (en realidad sabemos que fue la muerte de la pareja de jubilados porque a las 14:00 la respuesta era negativa, tras conocerse el suicidio en pareja, el gobierno optó por el sí). En ningún caso el gobierno ha manifestado su intención de aprobar las exigencias de la PAH tales como la dación en pago retroactiva, una moratoria universal y un parque público de alquiler social. El mero hecho de que se hayan dignado a debatirlo llenó nuestros corazones de júbilo y emoción pero sucede que en los últimos tiempos han sido tantas y tan grandes las derrotas que la más mínima victoria simbólica parece el imparable ascenso de las multitudes emancipadas hacia un nuevo horizonte social e igualitario. Ocurre a todos los niveles, el eje político se ha desplazado tanto a la derecha y la ofensiva del capital contra los pueblos está siendo tan brutal que la más mínima propuesta de carácter socialdemócrata parece ciertamente revolucionaria: ayer Alberto Garzón declarando que Draghi debería sentarse en un juzgado parecía Lenin resucitado y no, aunque la intervención estuvo muy acertada, Alberto Garzón no es Lenin. La aceptación a trámite de la Iniciativa Legislativa Popular es una victoria que sabe un tanto amarga, en nuestro fuero interno sabemos que el Partido Popular y su mayoría absoluta se pasará por el forro de sus genitales gastados un parque de alquiler social o daciones en pago retroactivas, no pagar a los bancos sería una profunda transformación del sistema que por supuesto no va a venir de la mano de un partido cuyo ex-tesorero tiene 20 millones de euros en Suiza o trae al presidente del Banco Central Europeo sin la presencia de cámaras o taquígrafos. Resultaría de una inconcebible ingenuidad.
Pero la victoria de la PAH no es que el Partido Popular se haya dignado a debatir la cuestión de los desahucios (todos sabemos cual va a ser su posición), la verdadera victoria de la PAH es cuestionar públicamente uno de los pilares básicos del sistema capitalista: la propiedad privada. La victoria es arrojar al debate público que legalidad no significa legitimidad. No nos engañemos: si le prestas dinero a alguien lo normal y lo que deseas es que ese dinero sea devuelto ¿verdad? ése y no otro es el argumento de la derecha. Lo esgrimía de manera petulante el impresentable de Sánchez Dragó frente a Ada Colau en El Gran debate: la ley es igual para todos. Sí claro, pero con los bancos es distinto. Y ese ‘es distinto’ que ha saltado a la opinión pública es la gran victoria de la PAH. Que la gente, el común, el hijo de vecino, se cuestione algo que hace unos años era únicamente cuestionable por la extrema izquierda es una grandísima victoria que, de manera organizada y apretando los resortes adecuados, podría llevarnos muy lejos. Uno de esos resortes debería ser conectar con el mundo del trabajo asalariado, tanto el precario como el fordista o manual: parece que en este país ya sólo tienen derecho a manifestarse los funcionarios (marea verde, marea blanca) o los estudiantes. Las huelgas generales deberían haber servido para converger y de alguna manera estructurar las protestas y romper la sectorización gremial pero; por un lado tenemos unos sindicatos que ya sólo trabajan para los suyos, y por otro tenemos a una clase media empobrecida y altamente cualificada que agita la calle pero no sabe conectar con los trabajadores fijos provenientes del fordismo. Cuando colectivos como Juventud sin futuro tengan electricistas, peluqueras y mozos de almacén entre sus filas y no sólo universitarios, seremos verdaderamente temibles. El objetivo, para que se me entienda, es fusionar el SAT con JSF, juntar al que ocupa tierras con el que ocupa aulas, al interino con el operario de la SEAT, al becario con el fontanero, en definitiva juntar lo viejo con lo nuevo. Ya sé que pido mucho, pero yo es que aspiro a mucho. Porque mientras... los nuestros mueren como ratas.
Y el escenario hace palidecer las novelas distópicas de ciencia ficción. El gran hermano es ahora, el mundo feliz es el que estamos viviendo. Quizá estamos inmersos en el proceso y por ello no nos damos cuenta, pero abstrayéndonos un poco los hechos son tozudos y terribles: si esto no es propio de una novela de Orwell o de Philip K. Dick que baje Marx y lo vea. La batalla es tan desigual que llamarlo batalla o lucha resulta verdaderamente [tragi]-cómico. La lucha de clases es un viejo concepto que no es posible encajar en el marco de estos dramáticos acontecimientos. Una lucha o batalla se caracteriza por tener dos bandos enfrentados y esto no es una lucha, es una carnicería. Una tortura brutal que no se produce en un recóndito calabozo en las cloacas del estado como sucede con jóvenes vascos independentistas o inmigrantes sin papeles en un CIE; se hace a cara descubierta ante la mirada atónita e impotente de los torturados. Una tortura que se ha convertido en un espectáculo retransmitido en directo por todas las pantallas, sea la televisión, el Ipad o los teléfonos móviles. Aunque duela reconocerlo, la propia Troika se felicita de los niveles tan bajos de conflictividad social que tiene nuestro país. Una reciente encuesta arrojaba un dato demoledor, pese a los últimos dos años de movilizaciones (15M, sanidad, educación, Primavera Valenciana, PAH’s, mineros...) tan solo un 50% de españoles ha pisado una manifestación.
Es tan desesperante que cuando hay muertos de por medio uno ya no sabe ni cómo terminar el artículo. ¿Basta ya? ¿Pasemos a la ofensiva? ¿Demos un paso adelante? De momento podíamos empezar por desbordar la convocatoria de este sábado y convertirla en masiva. Sería un buen comienzo no olvidar a nuestros muertos, los de antes y los de ahora. Un pueblo sin memoria es como un concierto sin público, triste. Lo mejor de nuestra democracia se pudre en las cunetas sin la menor reparación o reconocimiento por parte de esa oligarquía criminal que nos sigue gobernando desde 1939, sea con el disfraz del PSOE sea con el disfraz del PP. Que no vuelva a ocurrir, que estas muertes no sean en vano, que los asesinatos de los jubilados de Mallorca, del activista de la PAH en Córboda, de Amaia Egaña y tantos otros, no sean relegados al vertedero de la historia.
Que se enteren de una vez que algunos preferimos la lucha a la paz de los cementerios.
Que el miedo cambie de bando.
Mientras en el Congreso de los Diputados se admitía a trámite la dación en pago, nos llegaba la noticia de dos jubilados que se quitaban la vida en Palma de Mallorca tras recibir la orden de desahucio. Dos asesinados más por el terrorismo financiero y la casta empresarial. Esa elite privilegiada que paga a sus trabajadores en negro, es rescatada con dinero público o soborna a nuestros gobernantes con una impunidad escandalosa. Centramos nuestras iras en los políticos (en abstracto) y en los banqueros (como poder financiero) pero a veces nos olvidamos de los grandes empresarios; el que recibe la contrata para construir, el que que soborna a cambio de dicha contrata, el que te deja sin trabajo si protestas, etc. La maquinaria mediática ha sabido desvincular bien al gran capital empresarial de la crisis y las encuestas de opinión nos dicen que personajes tan siniestros como Amancio Ortega o Juan Roig gozan de un prestigio y popularidad que ya querrían para sí muchos políticos (incluidos los de izquierdas). Pudiere parecer que nos hemos tragado el paradigma neoliberal que nos dice que son las empresas las que crean trabajo y que una empresa no puede funcionar sin jefes o directivos. En realidad y como todos sabemos sucede al revés: una empresa puede funcionar a la perfección sin jefes o directivos mientras se vería completamente abocada a la quiebra sin trabajadores. Que la figura del emprendedor hecho así mismo goce de tan buena salud en tiempos de escasez debería ponernos en alerta. Quizá centrarse en que la culpa de la crisis son los coches oficiales (o los hoteles de cinco estrellas que diría la rojeras) o enfatizar que ‘no somos ni de derechas ni de izquierdas’ y que ‘todos los políticos son iguales’, han ayudado a instaurar el dogma. La cuestión es que mientras escribo estas líneas un hombre se quita la vida en Alicante cuando estaba apunto de ser desahuciado. Otro más. Los muertos vuelven a amontonarse en las cunetas de la historia, lo que ocurre es que ahora los verdugos ya no entonan ‘el muera la inteligencia’ o ‘el cara al sol’ y tienen mucho más decoro: ahora se disfrazan de emprendedores, de agencias de calificación o de asesores financieros. La raíz es la misma, el disfraz es mucho más sofisticado.
¿Y qué hacemos? Llevar firmas al congreso, puede sonar de muchas formas pero es lo que tenemos, obviamente la respuesta no es proporcional (quizá sí con los tiempos insulsos y líquidos que nos han tocado vivir). En otras ocasiones (las más) ponemos nuestros endebles cuerpos frente a la maquinaria represiva en cada desahucio, nos manifestamos o acudimos a asambleas. Años de duro trabajo que han desembocado en que el Partido Popular admita a trámite debatir la cuestión de los desahucios (en realidad sabemos que fue la muerte de la pareja de jubilados porque a las 14:00 la respuesta era negativa, tras conocerse el suicidio en pareja, el gobierno optó por el sí). En ningún caso el gobierno ha manifestado su intención de aprobar las exigencias de la PAH tales como la dación en pago retroactiva, una moratoria universal y un parque público de alquiler social. El mero hecho de que se hayan dignado a debatirlo llenó nuestros corazones de júbilo y emoción pero sucede que en los últimos tiempos han sido tantas y tan grandes las derrotas que la más mínima victoria simbólica parece el imparable ascenso de las multitudes emancipadas hacia un nuevo horizonte social e igualitario. Ocurre a todos los niveles, el eje político se ha desplazado tanto a la derecha y la ofensiva del capital contra los pueblos está siendo tan brutal que la más mínima propuesta de carácter socialdemócrata parece ciertamente revolucionaria: ayer Alberto Garzón declarando que Draghi debería sentarse en un juzgado parecía Lenin resucitado y no, aunque la intervención estuvo muy acertada, Alberto Garzón no es Lenin. La aceptación a trámite de la Iniciativa Legislativa Popular es una victoria que sabe un tanto amarga, en nuestro fuero interno sabemos que el Partido Popular y su mayoría absoluta se pasará por el forro de sus genitales gastados un parque de alquiler social o daciones en pago retroactivas, no pagar a los bancos sería una profunda transformación del sistema que por supuesto no va a venir de la mano de un partido cuyo ex-tesorero tiene 20 millones de euros en Suiza o trae al presidente del Banco Central Europeo sin la presencia de cámaras o taquígrafos. Resultaría de una inconcebible ingenuidad.
Pero la victoria de la PAH no es que el Partido Popular se haya dignado a debatir la cuestión de los desahucios (todos sabemos cual va a ser su posición), la verdadera victoria de la PAH es cuestionar públicamente uno de los pilares básicos del sistema capitalista: la propiedad privada. La victoria es arrojar al debate público que legalidad no significa legitimidad. No nos engañemos: si le prestas dinero a alguien lo normal y lo que deseas es que ese dinero sea devuelto ¿verdad? ése y no otro es el argumento de la derecha. Lo esgrimía de manera petulante el impresentable de Sánchez Dragó frente a Ada Colau en El Gran debate: la ley es igual para todos. Sí claro, pero con los bancos es distinto. Y ese ‘es distinto’ que ha saltado a la opinión pública es la gran victoria de la PAH. Que la gente, el común, el hijo de vecino, se cuestione algo que hace unos años era únicamente cuestionable por la extrema izquierda es una grandísima victoria que, de manera organizada y apretando los resortes adecuados, podría llevarnos muy lejos. Uno de esos resortes debería ser conectar con el mundo del trabajo asalariado, tanto el precario como el fordista o manual: parece que en este país ya sólo tienen derecho a manifestarse los funcionarios (marea verde, marea blanca) o los estudiantes. Las huelgas generales deberían haber servido para converger y de alguna manera estructurar las protestas y romper la sectorización gremial pero; por un lado tenemos unos sindicatos que ya sólo trabajan para los suyos, y por otro tenemos a una clase media empobrecida y altamente cualificada que agita la calle pero no sabe conectar con los trabajadores fijos provenientes del fordismo. Cuando colectivos como Juventud sin futuro tengan electricistas, peluqueras y mozos de almacén entre sus filas y no sólo universitarios, seremos verdaderamente temibles. El objetivo, para que se me entienda, es fusionar el SAT con JSF, juntar al que ocupa tierras con el que ocupa aulas, al interino con el operario de la SEAT, al becario con el fontanero, en definitiva juntar lo viejo con lo nuevo. Ya sé que pido mucho, pero yo es que aspiro a mucho. Porque mientras... los nuestros mueren como ratas.
Y el escenario hace palidecer las novelas distópicas de ciencia ficción. El gran hermano es ahora, el mundo feliz es el que estamos viviendo. Quizá estamos inmersos en el proceso y por ello no nos damos cuenta, pero abstrayéndonos un poco los hechos son tozudos y terribles: si esto no es propio de una novela de Orwell o de Philip K. Dick que baje Marx y lo vea. La batalla es tan desigual que llamarlo batalla o lucha resulta verdaderamente [tragi]-cómico. La lucha de clases es un viejo concepto que no es posible encajar en el marco de estos dramáticos acontecimientos. Una lucha o batalla se caracteriza por tener dos bandos enfrentados y esto no es una lucha, es una carnicería. Una tortura brutal que no se produce en un recóndito calabozo en las cloacas del estado como sucede con jóvenes vascos independentistas o inmigrantes sin papeles en un CIE; se hace a cara descubierta ante la mirada atónita e impotente de los torturados. Una tortura que se ha convertido en un espectáculo retransmitido en directo por todas las pantallas, sea la televisión, el Ipad o los teléfonos móviles. Aunque duela reconocerlo, la propia Troika se felicita de los niveles tan bajos de conflictividad social que tiene nuestro país. Una reciente encuesta arrojaba un dato demoledor, pese a los últimos dos años de movilizaciones (15M, sanidad, educación, Primavera Valenciana, PAH’s, mineros...) tan solo un 50% de españoles ha pisado una manifestación.
Es tan desesperante que cuando hay muertos de por medio uno ya no sabe ni cómo terminar el artículo. ¿Basta ya? ¿Pasemos a la ofensiva? ¿Demos un paso adelante? De momento podíamos empezar por desbordar la convocatoria de este sábado y convertirla en masiva. Sería un buen comienzo no olvidar a nuestros muertos, los de antes y los de ahora. Un pueblo sin memoria es como un concierto sin público, triste. Lo mejor de nuestra democracia se pudre en las cunetas sin la menor reparación o reconocimiento por parte de esa oligarquía criminal que nos sigue gobernando desde 1939, sea con el disfraz del PSOE sea con el disfraz del PP. Que no vuelva a ocurrir, que estas muertes no sean en vano, que los asesinatos de los jubilados de Mallorca, del activista de la PAH en Córboda, de Amaia Egaña y tantos otros, no sean relegados al vertedero de la historia.
Que se enteren de una vez que algunos preferimos la lucha a la paz de los cementerios.
Que el miedo cambie de bando.
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