ECONOMÍA FUERA DE LAS EMPRESAS CAPITALISTAS

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Jordi García Jané, en Reas

En un día cualquiera como hoy millones de hombres y mujeres están resolviendo sus necesidades materiales produciendo, consumiendo y accediendo al crédito, es decir, haciendo economía, fuera de las empresas capitalistas, creando estructuras de propiedad colectiva y gestión democrática.

El conjunto de estas realidades económicas comunitarias lo llamamos economía social o solidaria. Nos referimos a cooperativas de todas clases (trabajo, consumo, agrarias, crédito, educación, vivienda…), a sociedades laborales y otras empresas propiedad de los trabajadores, a entidades de acción social, a empresas de inserción, a redes de intercambio de productos o de conocimientos, a pequeñas economías comunitarias rurales, etc.

En todos estos casos se trata de experiencias económicas basadas en la autoorganización de la gente, de iniciativas que no persiguen el lucro sino satisfacer necesidades básicas y que se organizan desde el apoyo mutuo, el compromiso con la comunidad, la igualdad y la democracia.

La economía social o solidaria no es un sector marginal. Ciñéndonos sólo a las cooperativas, se estima que ex
isten 800.000 repartidas por más de 80 países, que asocian al 12% de la población mundial y en donde trabajan 100 millones de personas. Si hiciéramos un viaje por la economía social en el mundo, deberíamos visitar las empresas recuperadas en forma cooperativa en Argentina (unas 200); los clubes de trueque, comedores populares y huertos comunitarios en Chile, Ecuador o Perú (miles); las experiencias de economía solidaria (22.000), que aglutinan a 500.000 trabajadores y 1,2 millones de socios, sin olvidar los asentamientos del Movimiento Sin Tierra, todo en Brasil; el complejo cooperativo del estado de Kerala, India, con 326 cooperativas y 32.000 socios; el banco popular cooperativo Desjardins, con más de 4 millones de socios, en Quebec; las cooperativas de consumo Seikatsu, que agrupan 200.000 familias, en Japón; las cooperativas de vivienda de apoyo mutuo, que han construido más de 20.000 casas en Uruguay; el movimiento cooperativo Legacoop en Italia, con 7,7 millones de socios y más de 400.000 puestos de trabajo, o la Banca Popolare Italiana, el sexto banco de este país; el grupo cooperativo de consumo The Co-operative Group, en Gran Bretaña, con 3 millones de miembros y 4.700 puntos de venta al por menor, que ha contribuido a que los consumidores británicos triplicasen su gasto en productos y servicios éticos en la última década; Mondragón Corporación Cooperativa, en el País Vasco, integrada por 228 empresas donde trabajan 100.000 personas, etc.
Las cooperativas, así como las demás entidades de la economía social, mejoran las condiciones de vida de la población: proporcionan alimentos a bajo precio, generan empleos estables y de calidad, aumentan las rentas agrarias y contribuyen a mantener el mundo rural, otorgan créditos a los sectores populares, facilitan viviendas asequibles, permiten que pequeños negocios sobrevivan a la competencia de las grandes cadenas comerciales, etc. Pero, además, promueven el desarrollo local, en tanto que son empresas que no pueden deslocalizarse y que hacen recircular el dinero dentro del territorio. Sin olvidar también que constituyen un laboratorio diario donde ensayar otras formas de trabajar, consumir e invertir, y un escaparate que muestra a los ojos de todo quien quiera ver que es posible hacer empresas eficaces que sean, al mismo tiempo, democráticas, equitativas y sostenibles.


Democracia económica

¿Qué puede aportar el cooperativismo, en concreto, y la economía social o solidaria, en general, para salir de la crisis del capitalismo e, incluso, para salir del capitalismo en crisis? En primer lugar, el sector constituye una fuente de inspiración para pensar cómo podrían funcionar algunas de las instituciones fundamentales de una economía postcapitalista. Las cooperativas, las sociedades laborales, las asociaciones que gestionan servicios sociales, pero también la banca ética, los grupos de compra responsable, los proyectos por Internet basados en el trabajo colaborativo o las redes de intercambio con moneda social, es decir, el conjunto de las prácticas económicas gestionadas de manera democrática y basadas en la satisfacción de necesidades por encima de la maximización de beneficios, inspiran las salidas económicas progresistas a la crisis actual, en la medida que demuestran diariamente la viabilidad de una economía que gire en torno al trabajo cooperativo (en la producción), la comercialización justa (en la distribución), el consumo responsable (en el consumo), el uso ético y solidario de la inversión (en el crédito) y los bienes comunes (en la propiedad de los recursos).
El cooperativismo –la economía solidaria en general– interesa, por un lado, a quienes desearían civilizar el capitalismo, como John Stiglitz, premio Nobel de Economía, para quien “la clave del éxito es un sistema económico plural, con un sector privado tradicional, un sector público eficaz y un sector creciente de economía social y cooperativa”. Pero, por otra parte, inspira también a los creadores de modelos económicos alternativos al capitalista. Naomi Klein, periodista e investigadora vinculada al movimiento altermundialista, considera que “el sueño que surge una y otra vez es el ideal del cooperativismo”. Mario Bunge, tal vez el filósofo hispanoamericano más importante del siglo XX, defiende un socialismo cooperativo. David Schweickart, economista y profesor en la Loyola University de Chicago, propone un sistema económico, llamado Democracia Económica, que tenga “como una de sus tres características básicas, que cada empresa productiva esté dirigida democráticamente por sus trabajadores, como lo están actualmente las cooperativas”.


Resistentes a la crisis

Además de servir a los estudiosos como fuente de inspiración para modelos económicos alternativos al neoliberalismo, e incluso al capitalismo, la perdurabilidad de la economía solidaria en periodos de crisis demuestra a ojos de toda la sociedad que existen empresas no sólo más justas y democráticas, sino también más eficientes y sólidas que las mercantiles. En efecto, todas las investigaciones realizadas demuestran que las cooperativas está resistiendo mejor a la crisis que las empresas capitalistas. El informe de la OIT, Resilience of the Cooperative Business Model in Times of Crisis, cuenta cómo las cooperativas agrarias mantienen los ingresos de los productores, las cooperativas de consumo ofrecen alimentos a precios más bajos, las cooperativas financieras facilitan créditos a particulares y empresas que la banca tradicional ignora, y las cooperativas de trabajo mantienen e incluso crean nuevos puestos de trabajo. Esta tendencia la confirman los datos del Ministerio de Trabajo español, correspondientes al 2008, que indican que, mientras que el número de empresas mercantiles disminuyó en un 7% respecto al 2007, el de cooperativas sólo disminuyó en un 1,7%, y además estas todavía consiguieron aumentar la tasa de personas ocupadas en un 0,12% respecto del total de personas ocupadas del Estado español.


Un embrión que crece

Finalmente, el sector se va gestando como el embrión de una nueva economía en los intersticios de la actual. La mayoría de las veces lo hace sin ser consciente de ello y lejos de los focos, simplemente aprovechando, para desarrollarse, los valores propios de su cultura: la intercooperación, la responsabilidad social, la autogestión, el apoyo mutuo…
La cooperativa de servicios financieros, Coop57, originaria de Cataluña, crece allí en depósitos y en créditos, al tiempo que aparecen nuevos Coop en Aragón, Madrid, Andalucía y Galicia. Avanza el proceso para crear una banca ética europea para 2011, en forma de cooperativa de crédito, impulsado por FIARE, la NEF francesa y la Banca Ética Populare Italiana. Surgen nuevas experiencias de banca ética, como la Banca Ética de Badajoz o las CAF (Comunidades de Autogestión Financiera), grupos radicados en Madrid y Barcelona, compuestos cada uno por entre 10 y 30 personas que aportan dinero para hacer un fondo común y pedirse préstamos a seis meses vista entre ellas mismas. Asimismo, se crean redes de intercambio que utilizan monedas propias como la red de Tarragona y su moneda propia, los ecos; pero estas monedas sociales también aparecen en Bristol o en más de 50 ciudades de Brasil, en este caso reconocidas por el propio Banco Central del Brasil.
En un barrio de Manchester, un centenar de vecinos y vecinas compra una tienda de juguetes (The Busy Bee, la abeja ocupada) y la convierte en cooperativa de consumo, salvando un establecimiento que estaba a punto de cerrar. En Bilbao, desde febrero de 2009 se encuentra abierto el Mercado Ecológico y Solidario, un espacio de 800 m2, que emplea a 17 personas, 8 de ellas en riesgo de exclusión. El Mercado ofrece productos recuperados (juguetes, libros, electrodomésticos, ropa de gama alta y otros artículos de bazar), productos de alimentación ecológica, de comercio justo, etc. En todo el Estado español, se multiplican las cooperativas de consumo agroecológico, con experiencias tan interesantes como Del Campo a Casa, impulsada por REAS Aragón, y algunas de estas cooperativas ya se coordinan para abrir sus propias centrales de compras.
Así pues, en esta crisis de civilización, el cooperativismo –la economía solidaria– sigue mejorando, como siempre ha hecho, las condiciones de vida de las clases populares, al tiempo que contribuye de diversas maneras a crear otro sistema más justo, democrático y sostenible. Hoy quizá la mayoría de ciudadanos ya piensa que necesitamos otra economía; con su ejemplo, las cooperativas y otras entidades de economía solidaria facilitan que cada vez sean más los que crean que esta nueva economía, además de ser necesaria, también es posible.
Jordi García Jané es escritor y cooperativista.

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