Pepe Cervera
Pese a lo que tantos comentaristas de la derecha y la extrema derecha han comentado estos días, el movimiento del 15M no es de izquierdas ni ha sido puesto en marcha por las artes oscuras de Rubalcaba. Pese a lo que muchos comentaristas de izquierda insinuaban antes de las elecciones y afirman ahora, la #spanishrevolution no ha sido la causa de la derrota del PSOE en las municipales. De hecho el resultado electoral y las reacciones posteriores sirven como una buena ilustración de las frustraciones profundas que subyacen bajo las movilizaciones, como #acampadasol, #15M y tantas otras. Porque lo que demuestra el contundente vuelco electoral y la interpretación que de él están haciendo políticos y periodistas es el absoluto nivel de sordera en el que vive el sistema democrático español. Los políticos y los comentaristas viven en su propio universo aislado, separado del mundo real, incapaz de escuchar. Sordo.
Con la tramitación de la 'Ley Sinde' arrancó todo el proceso. La preocupación de miles de internautas se expresó mediante manifiestos, protestas dentro y fuera de la Red y sobre todo con una amplia y meticulosa campaña de información a los partidos de todo el arco parlamentario sobre las dudas y temores que el proyecto generaba. Los políticos recibieron la información y la utilizaron incluso en sus querellas partidistas. Pero al final pesaron más los lobbies, la presión (revelada por el Cablegate) de la Embajada Estadounidense y el apoyo público de algunos artistas interesados, y la ley se aprobó. Fue la demostración de que para las estructuras de los partidos la maquinaria del poder es más importante que las preocupaciones de la ciudadanía expresadas dentro del sistema. La dinámica interna de la política sólo precisa de la calle una vez cada cuatro años, y sabe que puede contar con la incondicional obediencia de sus partidarios. Así que no necesita escuchar, y se ha vuelto sorda por completo.
No importa la preocupación por el futuro de los jóvenes, casi la mitad de los cuales si alguna vez tuvieron trabajo (en malas condiciones y por míseros sueldos) lo han perdido. O que si no lo tuvieron desesperan de encontrarlo jamás, por arrastradas que sean las condiciones laborales que estén dispuestos a soportar. No importa el obsceno espectáculo de los políticos sospechosos o hasta imputados por corrupción que se pavonean de los apoyos que mantienen. No importa el inmovilismo de algunos gobiernos, en manos de los mismos partidos desde hace décadas, lo que favorece el crecimiento de telarañas de intereses y corruptelas. No importa el progresivo deterioro de servicios públicos básicos como la educación o la sanidad, a veces impulsado por la ideología y no por la falta de recursos. No importa la crisis económica y la falta de esperanza en su final que provoca la ausencia de otras ideas para acabar con ella que reducir la calidad de vida de la mayoría. Todo eso no importa en los enrarecidos ambientes donde se toman las decisiones políticas y se discuten el poder y el dinero, aislados de la calle, separados de la realidad por una capa de democracia formal. Se vota, luego todo está permitido.
Todos los grandes partidos, todos los grandes periódicos, todas las grandes estructuras de poder forman parte de la estructura. Una democracia que no escucha porque no necesita escuchar; porque es perfectamente posible (y mucho más cómodo y rentable) cumplir con las formalidades del sistema, celebrando cada cuatro años 'la fiesta de la democracia', mientras el resto del tiempo se olvida el significado de la palabra. No basta con que los gobernantes sean votados; no es suficiente con la democracia de los gestos y de los esquemas. Si el sistema y sus componentes se han vuelto demasiado rígidos, formales y aislados como para escuchar, si la democracia de las formas ha reemplazado al gobierno del pueblo, es la hora de relanzar el sistema desde fuera, inyectándole una dosis de participación. Ni esta democracia ni estas elecciones ni el triunfo del PP son ilegítimos. Pero tampoco son suficientes para devolver a la ciudadanía la confianza en el sistema. Para eso hará falta curarle a la democracia la sordera. Porque un sistema puede ser legal y al mismo tiempo inmoral. Antes de que eso suceda, mejor #spanishrevolution.
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