José Manuel Naredo, en 'Público'
Una corriente de aire fresco acaba de renovar el claustrofóbico ambiente electoral exigiendo “democracia real ya”. Lo cual induce a reflexionar sobre esa democracia real o verdadera enarbolada en las protestas, frente a la falsa o degradada actualmente existente.
La democracia, al albergar dos términos contradictorios, pueblo y poder, arrastra una indefinición tan amplia que le permite oscilar entre el despotismo y la acracia según el poder se divorcie o se fusione más o menos con el pueblo. Ahora que casi todos los regímenes políticos se dicen democráticos, es el grado de participación efectiva del pueblo en la toma de decisiones públicas el que marca el lugar que ocupan en el amplio abanico de posibilidades antes mencionado. Y esta participación no cae del cielo, sino que depende de la existencia de unas instituciones que la propicien y de una ciudadanía activa e implicada.
Ambas han fallado en nuestro país, lastrado por una transición política que supo reacomodar “sin traumas”, bajo la nueva cobertura democrática, las élites del poder que siguen haciendo los grandes negocios y tomando las grandes decisiones de espaldas a la mayoría. Como también supo afianzar con éxito la reinstauración monárquica impuesta por Franco, desplazando los conciliábulos del poder desde El Pardo a la Zarzuela. Las recientes protestas denuncian este statu quo que daba por bueno la política oficial y abren horizontes de reflexión y de cambio ignorados por el bipartidismo reinante.
Las protestas critican la deriva de la actual democracia, gobernada por una “clase política” que es instrumento y parte de la oligarquía imperante. Denuncian ese núcleo económico duro de empresarios buscadores de concesiones, contratas, privatizaciones… o “pelotazos” diversos y de políticos conseguidores, que facilitan el continuo asalto de lo público. Ambos, ensimismados en sus peleas de poder, muestran encefalograma plano en ideas y propuestas solidarias e ilusionantes para la mayoría. “Mucho chorizo y poco pan”, sintetiza una de las pancartas. Las actuales protestas tienen la virtud de romper la mansa apatía que ha venido otorgando impunidad a nuestros insignes “chorizos” e invitan a cambiar el sistema que los mantiene.
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