LA DUDOSA UTILIDAD DE LOS BANCOS

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Antonio Dyaz, en Yorokobu

¿Qué diferencia existe entre un calcetín repleto de billetes oculto en un cajón y una cuenta corriente? El calcetín no te pide nada, no comparte tu información personal y financiera con terceros, no está sujeto a los vaivenes del mercado ni del Euribor, ni te cobra comisiones si no tienes un saldo medio de 5.000 euros. (Opinión)

Hubo un tiempo, quizá subrayado por cierta épica cinematográfica, en el que un emprendedor podía acudir a una oficina bancaria, exponer una idea potencialmente triunfadora y obtener la apuesta de la entidad en forma de crédito, a pesar de todos los intereses, letras pequeñas y suscripciones obligatorias de seguros de vida. Ese tiempo pasó. Y quizá la banca como la conocemos debería también pasar a mejor vida.

Por supuesto, si usted dispone de más de un millón de euros es mejor acudir a entidades suizas o luxemburguesas o de cualquier paraíso fiscal ubicado en el Caribe. Recordemos que tener una cuenta en Suiza no es ningún delito, pero este artículo habla de quien no tiene patrimonios holgados ni está en la lista Forbes; habla de gente con nómina o de autónomos y otras víctimas de un sistema bancario que no tiene nada que ofrecerles, pero que cada vez les exige más.

Todavía hay personas mayores que cuando tienen que ir al banco se visten de domingo, con una reverencia servil hacia algo que no es más que una tienda de ultramarinos, pero que en vez de garbanzos o anchoas vende productos financieros. Y como cualquier tendero, el banquero debe seducir al cliente para que compre su género, aunque esté a punto de caducar o comience a oler mal.

Las SICAV, ese invento para que los que tienen mucho no tributen casi nada, contrastan con trabajadores públicos mileuristas a quienes les sale a pagar un IRPF de mil euros (basado en un caso real muy cercano). A esos mileuristas sus sucursales bancarias les tratan como un explorador blanco que regalase abalorios a los nativos; les ofrecen iPads, juegos de cacerolas o televisores de plasma por domiciliar sus exiguas nóminas ¿Una de las razones? Si usted hace una transferencia de su cuenta a la de otra entidad, tardará entre 24 y 48 horas en hacerse efectiva en la cuenta del receptor. Adivine dónde está su dinero durante esa demora tecnológicamente injustificable, como veremos ahora, ya que las transferencias podrían ser instantáneas.

Mi premio Nobel de economía favorito, Paul Krugman, publicó hace poco en el New York Times un afiladísimo artículo en el que denuncia que se prefirió invertir cientos de millones de dólares de dinero público en construir un nuevo túnel para un cable de fibra óptica que acelerase tres milésimas de segundo la velocidad de la información, a construir otro túnel que aliviara la congestión entre Nueva Jersey y Nueva York; porque ese anticipo (tres milisegundos) podría suponer un ingente beneficio en operaciones bursátiles basadas en la premura, y ejecutadas por sofisticados programas de ordenador.

Hablamos de un software que compra y vende acciones a futuros en un suspiro, en lo que se conoce como «operaciones de alta frecuencia», en las que no participan seres humanos, pero de las que se benefician los brokers. Y se prefirió gastar dinero en hacer esa costosa infraestructura que en otras que la población pudiera palpar (bibliotecas, hospitales, parques, carreteras… o el mencionado túnel). Así pues, si tres milisegundos son rentables… imaginen 24 horas.

Los jóvenes y agresivos tiburones que se pasean por las cities financieras con un MBA bajo el brazo y que han medrado con la crisis no han aportado ni un gramo de felicidad al mundo. No han inventado nada útil para la Humanidad, ni han descubierto una vacuna, ni han escrito un best-seller, ni han desarrollado un nuevo lenguaje de programación, ni han franquiciado un restaurante de éxito, ni trabajan afanosamente tras un mostrador o en un taller. Sus insultantes dividendos y cuentas corrientes proceden de alambicadas operaciones de ingeniería financiera (eufemismo para robo de altos vuelos), donde alterar una décima un índice de siglas opacas para los profanos puede reportarles pingües beneficios, que luego se gastarán en cacerías, coches de alta gama, cocaína purísima y las putas más caras y sofisticadas. Todos ellos han disfrutado de lo lindo con American Psycho, El lobo de Wall Street o El dinero nunca duerme…

Y a la sombra de toda esta ignominia florecen otros intermediarios financieros, basados en la usura y en la letra pequeña, como Cofidis, DineroYa, QueBueno, Wonga y todos esos negocios que se nutren de la extrema necesidad de crédito de los particulares que, asfixiados, no pueden acometer ninguna mejora en sus vidas. Los intereses de demora de estos chiringuitos que se anuncian en TV a la hora de la comida rozan lo ilegal, y son decididamente inmorales.

Pero sin crédito no hay consumo, y sin consumo, por mucho que estemos exportando ingeniería al Canal de Panamá o al AVE que surca el desierto saudí para llegar a La Meca (dudoso honor, hacer negocios con el país más oscuro y que más desprecia a los más elementales derechos humanos) aquí las cosas irán peor. Y hasta donde uno sabe, el crédito fue la razón de que los fenicios crearan los primeros bancos, allá por el año 2000 a.c. mediante préstamos de grano… Y siglos después, los Medici en Florencia ya prestaban dinero… Pero ¿para qué sirve un banco hoy? O mejor formulada, la pregunta sería ¿para quién? Ni para usted, probablemente, ni para mí, con toda seguridad. Porque ni usted ni yo somos apetecibles para los Wealth Managers, los administradores de fortunas que operan desde Liechtenstein.

La domiciliación bancaria de recibos, pagos, impuestos y nóminas debería ser una opción; no una obligación. ¿Sabían ustedes que los funcionarios de la Comunidad de Madrid que no tienen la nómina domiciliada en Bankia cobran un día más tarde que los demás? Cuando se vive al día y llegar a fin de mes no es fácil, ese día (que pueden ser dos o tres si la fecha cae en sábado) puede ser crucial para la economía doméstica. Y como señalaba Paul Krugman, 24 horas significan mucho dinero.

La fuerza de la inercia o la pereza a cambiar de banco no debería detenernos para modificar ciertos hábitos… y objetar. Es como si al entrar en la tienda de alimentación, el dependiente nos dijera: «Lo siento, no puedo venderle ni pan, ni leche ni huevos. Solo puedo ofrecerle caviar iraní». Traducción: «Olvídese de ningún crédito, pero si usted quiere domiciliar toda su vida aquí, o adquirir un paquete de acciones de Endesa o pignorar cien mil euros nos sentamos a hablar».

Este cronista no es un antisistema, y piensa que de nada sirve quemar un cajero automático o destrozar el escaparate de un banco, como hemos visto hacer a descerebrados recientemente, pero sostiene que una medida de presión mucho más eficaz sería que todos mantuviéramos el dinero de nóminas o pensiones el mínimo tiempo posible en la cuenta corriente. Saquémoslo cuanto antes, nada más cobrarlo incluso. Y pongámoslo en el calcetín… analógico o digital. No sé si BitCoin (u otras monedas virtuales como Ripple o PeerCoin) acabarán por vencer a VISA, pero con el tiempo podrían perfilarse como alternativas más interesantes al Santander o La Caixa o pongan aquí ustedes el banco que prefieran: Triodos, HSBC, UBS, Chase Manhattan Bank, ING, Mediolanum…

Por desgracia, no existe ninguna diferencia en el fondo, por más que intenten convencernos de que un banco es distinto a otro.

Por eso, hasta que no vuelva el crédito… ¡Objeción bancaria YA!

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