Sami Nair
El odio extravía; mata cuando cae en manos de individuos psíquicamente perturbados, como es el caso de la horrible masacre ocurrida en Noruega. Otrora afiliado al partido de extrema derecha curiosamente llamado "Partido del Progreso", el asesino es hoy condenado por ese mismo partido. ¿Pero es ello suficiente para disculpar a la ideología que ha hecho posible un acto semejante? No pasa ni un día sin que en alguna parte de esta Europa que da en todas partes lecciones de derechos humanos al mundo asistamos a agresiones, ataques, persecuciones contra los extranjeros, los "no comunitarios", aquellos cuya presencia, por una razón u otra, parece ilegítima a ojos de poblaciones europeas cada vez más desestabilizadas por la terrible crisis económica y social actual.
El aumento de una extrema derecha racista, xenófoba, cada vez más decidida a utilizar la violencia para hacer prevalecer su ideología, se ha vuelto una realidad en Europa. Eco espeluznante, en verdad, de los años treinta del siglo XX. Y sabemos cómo acabó aquello. Creíamos que aquella extrema derecha había desaparecido para siempre después de la II Guerra Mundial; la vimos sin embargo reaparecer a partir de los años ochenta, primero en Francia, luego, poco a poco, en todas partes de Europa. La crisis económica, que hace estragos desde la puesta en marcha de la construcción liberal de Europa, es la razón principal, de fondo, del aumento de esa extrema derecha. Unas sociedades que estaban acostumbradas a asegurar el empleo y la estabilidad profesional a las más amplias capas de la población se han visto desarmadas ante los estragos del liberalismo económico defendido tanto por la derecha como por la izquierda social-liberal en Europa. La crisis de confianza ideológica que derivó de él condujo a las clases populares a alejarse de los partidos tradicionales. En Francia, en Italia, en Bélgica, en Holanda, en todos los países del norte de Europa han visto así grupúsculos minoritarios de extrema derecha recuperar a esas capas y transformarse en partidos electoralmente decisivos. Su apoyo, directo o indirecto, se convierte cada vez más en una condición de gobernabilidad de las democracias.
Los partidos tradicionales, en vez de oponerse frontalmente a esos partidos extremistas, de declararles la guerra ideológica, de combatirlos con unas políticas sociales integradoras, se inclinan en realidad ante ellos; condenan moralmente los actos y palabras de la extrema derecha, pero no hacen nada para luchar contra las causas profundas del "malestar europeo" que beneficia a esa extrema derecha. La cruda verdad es que derecha e izquierda son responsables del paso del "bienestar social" al malestar identitario. Esos partidos han aceptado como una evidencia natural el liberalismo económico, se han convertido en sus vectores dóciles. La extrema derecha ha dado la vuelta a esta situación social en el tema identitario, en el de los valores, en el de la raza y la nación. Y ni la derecha conservadora ni la izquierda liberal pueden responder a este cambio ideológico, porque no quieren comprender que la causa reside en la inseguridad social y profesional, y la pauperización provocadas por las políticas económicas que ellas defienden. La señora Merkel acusa al "multiculturalismo" de querer desestabilizar las identidades nacionales, cuando es la desestabilización social, económica, profesional, promovida por el Gobierno que ella dirige, la que provoca los choques identitarios y culturales entre los distintos grupos sociales. Transformamos a conciencia unos problemas sociales en problemas identitarios, de la misma manera que en ciertos países musulmanes se explica el desempleo por el no respeto a los versículos del Corán. Estas son las manipulaciones que preparan el terreno para el extremismo ideológico.
No saldremos de esta crisis con votos piadosos o simplemente apelando a los valores morales. Hay que combatir ideológicamente a la extrema derecha en todas partes, convertir en penalmente condenable la xenofobia, el racismo, el antisemitismo, pero también hay que acabar con esa economía basada en la lucha de todos contra todos, en el desempleo, en la destrucción del interés general. El jefe del Gobierno noruego ha respondido a ese ataque monstruoso reclamando más tolerancia, más libertad, más solidaridad. Tiene razón. ¡Pero que desconfíe! Convertiremos la tolerancia, la libertad, la solidaridad, en evidentes para todo el mundo cuando hayamos reinstaurado una sociedad del empleo, de la seguridad profesional, de la identidad común para todos. El acto del loco de Oslo no es un accidente aislado. Es posible que sea la señal anunciadora de tiempos turbulentos por venir.
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